A veces las cosas bellas surgen porque se buscan, se hace lo necesario para que sucedan. Y otras no; la naturaleza sola se encarga. Cuando Rosario Bléfari y Julián Perla notaron que cantando juntos sucedía algo especial con sus voces (un efecto natural, un complemento exacto cuyo resultado era un goce estético para ambos) lo tomaron al principio como un fenómeno curioso, una feliz coincidencia de dos que bajo el escenario solían tener largas charlas sobre música, películas y modos de ver la vida (siempre con puntos de vista muy afines), y no tanto más. Pero entonces también otros empezaron a llamarles la atención sobre lo mismo y ahí ya tuvieron que hacerse cargo. “A Julián le decían: ‘por favor dejá de tocar la guitarra y concentrate en hacerle más coros a Rosario’. Y lo mismo a mí, cuando me tocaba secundarlo: ‘Queda hermoso. Hagan más’”, relata Bléfari que por aquel tiempo –unos tres años atrás, previo a arrancar con Sue Mon Mont, el supergrupo que armó con integrantes de Los Reyes del Falsete, Bosques y El Mató a un Policía Motorizado– se encontraba sin banda con la cual tocar su repertorio solista y le ocurrió preguntarle a Julián, cantante líder de Mi Pequeña Muerte, si todavía seguía en pie la propuesta que le había hecho de acompañarla con su grupo hasta tanto encontrara con quien tocar esos temas.
“Imaginate. En seguida le dije que sí”, dice Julián que como músico destacado del under, y más allá de la amistad que con el tiempo fue surgiendo entre ambos, creció yendo a ver a Rosario en sus distintas etapas solistas e incluso con Suárez. “Uno de nuestros primeros recitales con los chicos de Mi Pequeña Muerte, aún estando en el colegio, fue ir al festival City Limits en Cemento, mediados de los noventa, y descubrir a Rosario al frente de Suárez. Nos voló la cabeza. Nos encantó ver a una mujer como ella moverse entre el ruido con tanta personalidad. Una banda a medio camino de lo barrial y lo futurista. A partir de ahí nos hicimos fans”, cuenta Perla, que casi veinte años después y con sus compañeros de Mi Pequeña Muerte, terminó formando entonces la backing band de Rosario –se pusieron La Vida Gigante de nombre– durante una temporada. El tiempo suficiente para que el fenómeno de la voz apareciera, los fascinara, y decidieran hacer algo con eso.
OBSEQUIO DE ENERO
"Voy a preparar café, empecé a extrañarte hace unas horas. He tratado de dormir, repasé mil veces nuestra historia. Como siempre". Basta escuchar los primeros instantes de "La guerra del Japón", el tema que abre Pintura de guerra, el sorpresivo disco debut de Los Mundos Posibles, el dúo que finalmente armaron Rosario y Julián, para constatarlo: las voces se entrelazan sin esfuerzo y el efecto –sobre esa guitarra y batería mínima que marcan el ritmo de un soliloquio que se despabila– es relajante, fresco, reparador. El fresquito que surge tras varios días de calor y la tormenta que borra todo. "La explicación que le encontramos es que nuestras voces octavan perfecto. Cantamos cómodos, en nuestro registro natural, a ocho notas de distancia", señala Rosario. "Se forma una armonía sin necesidad de arreglos vocales más complejos", agrega Julián.
Sin duda, el primer rasgo distintivo de un disco que salió en los primeros días del año, casi como un obsequio de este 2018 todavía no tan contaminado de hastío y cansancio (la ilusión de un calendario que arranca de cero), y que fue muy bien recibido en comentarios de allegados, repercusión en redes, mensajes de conocidos y desconocidos que desde distintas partes del mundo no dejaron de celebrarles la época elegida para sacarlo. “Es gracioso porque al mismo tiempo que amigos en Europa me decían que era un disco ideal para salir a caminar y escucharlo bajo la nieve, otros en en la costa me contaban que pegaba justo con el verano y la playa”, se divierte Perla, que pronto tomó nota de la repercusión mayor a la habitual de este “puñado” de canciones que habían encontrado su lugar por fuera de los recorridos personales de ambos.
“Cuando con Julián nos decidimos a hacer un disco, aprovechar este regalo de las voces juntas, una de las primeras cosas que hicimos fue acordarnos de las conversaciones que habíamos venido manteniendo”, cuenta la cantante. Charlas al final de recitales compartidos donde filosofaban y diseccionaban sobre el arte de hacer canciones de amor: qué cosas les gustaban de las suyas y de las ajenas; qué cosas no. “Mi abuelo fue bailarín de tango. Pero no de escenario; de milonga. Por eso una de mis primeros acercamientos a la música fue a través del tango. Y con Rosario hablamos mucho del tango canción, sus compositores e intérpretes. Su talento. A través de ella conocí muchas temas no tan conocidos del género que hoy me encantan”, destaca Perla, que en una de esas charlas le contó sobre unos temas que le habían surgido recientemente. Y que no parecía encajar con las que solía hacer para Mi Pequeña Muerte.
“Canciones en las que se proponían salir de la temática del amor romántico; todo eso del drama pasional y el amor imposible que no es que esté mal sino demasiado visto”, sostiene Rosario, que enseguida se entusiasmó con el nuevo recorrido: una nueva instancia de escritura en la que se ampliaba el imaginario (“¿de verdad quiero esto para mí?”, era una de las preguntas, consigna la ex Suárez) y se incluían “otras problemáticas, otros goces, otros sufrimientos”. O sea, el germen de lo que luego terminó siendo Pintura de guerra y frases como: “Tengo en mi cabeza la estúpida estrategia del amor que no me alcanzará para ganar la Guerra del Japón” (de “La guerra del Japón”) o “Si va a ser así prefiero renunciar que echar siempre a perder la paz por una fantasía” (de “Condenados”). “Una despedida de la idea brillante del amor romántico”, sintetiza Perla, que como muchos –por no decir todos– vivió en carne propia la dificultad total de intentar sostener una idea unívoca del romance y a la vez querer avanzar hacia lugares más verdaderos. Imposible.
CON ÁNIMO DE AMAR
Las cartas estaban echadas. Tenía la voz. Tenían las canciones de Julián. Y tenían también las canciones de Rosario, que para entonces ya estaba a pleno con Sue Mon Mont y con su nueva banda solista, pero había conservado asimismo un grupito de temas que no parecían encajar en ningún lado. “Ahí empezamos a intercambiarnos audios de Whatsapp con voces y las melodías, y a entusiasmarnos”, cuenta Perla, quien para esa instancia convocó a su amigo Javier Diz (ex baterista y tecladista de Jaime Sin Tierra y Jackson Souvenirs, además de crítico musical) y encaró una producción en la que cuidó no vestir por demás un disco que parecía pedir cierta austeridad, cierto andar con lo puesto. “Javi fue de mucha ayuda”, valora Rosario. “Porque fue la oreja que nos permitió no perdernos en el viaje egocéntrico. Nos resguardaba de caer en eso”.
En esa ida y vuelta entre los tres, entonces, empezó a aparecer el disco. “Había algo de suavidad que yo quería lograr con la voz de Rosario. Todo el tiempo le decía que quería escucharla cantar suave, que es algo que por ahí no sucedía seguido en sus otros proyectos. ‘Más dormida, que se quiebre la voz, que no haya mucha fuerza’, le pedía. Esa energía mínima cuando recién te levantás”, describe. Bléfari acuerda: “A diferencia de mis discos solistas donde la forma de decir las cosas es más álgida, más gritada, más alta quizás, acá Julián me hizo ir por un tono más para adentro. Y es lógico porque lo contrario hubiera conspirado con nuestra idea de no reforzar el drama. Como cuando en una película meten música para avisarte que tenés que asustarte o emocionarte. Y no: queríamos lo contrario”.
No es casualidad la analogía con el cine (o a cierto cine, al menos; el de Wong Kar Wai, por ejemplo, y títulos como Con ánimo de amar y su gama de sentimientos solapados). Canciones que en su mayoría pueden ser tomadas como fragmentos de películas perdidas o nunca realizadas: una pareja que baraja y da de nuevo; un reproche que se mantenía enterrado; una tensión que se manifiesta en el recuerdo de un romance ya muerto. “Son canciones más narrativas que metafóricas”, acuerda Bléfari. “Hay imágenes por supuesto y no deja de haber un lenguaje poético por momentos, inclusive con la música. Pero lo narrativo es lo preponderante”, señala. Y Julián suma: “Me encanta cómo las canciones de Rosario quedaron bastante voladas y las mías, más simples. Me gusta ese contraste”
¿Qué viene ahora? Seguramente habrá una presentación hacia mitad de año, adelanta Perla. “Nos alienta los lindos mensajes que recibimos. Pero no es algo que nos apure poder tocar el disco en vivo. Sí queremos que, si sucede, sea en un lugar que pueda conservar la manera en que fue hecho. Esa intimidad”. Por lo pronto, Los Mundos Posibles –nombre que Bléfari tomó de una materia de Artes de la Escritura del UNA (“Somos la primera camada de la carrera y estoy contenta porque me implicó mucho cariño arrancarla de grande, poder ampliar mi radio de conocimiento, adentrarme en otros mundos”, se entusiasma)– ya es una realidad en forma de álbum físico, de dúo en que vislumbra un pasado de anhelos detrás. “Hace tiempo que desde lo conceptual quería hacer un disco así”, confiesa Perla. “Lo que no me imaginaba es que iba a poder hacerlo con la mejor partenaire del mundo”. A veces la naturaleza sola se encarga.