Hola, ¿Yamila?, ¿qué tal? Soy Iván, el del traje del Capitán América. Mirá, se me hizo un poco tarde hoy”. Sí, los superhéroes también dan explicaciones. Dentro de lo conocido, provocan admiración, emociones, esperanzas, risas. Más o menos como logra Iván Carino, que puede vestir su metro noventa y seis con el traje de un mutante, un payaso o un remero de selección con sueños olímpicos. La cuestión es que en su caso no son meros disfraces, sino modos de vida. Investiduras que sostiene con pasión, humor y sudor.
Carino fue concatenando necesidades e inquietudes que luego se transformaron en actividades hasta conformar lo que es hoy. Su currículum deportivo cuenta que empezó atajando en las infantiles de Tigre, River y Argentinos Juniors, pero su inusual estatura lo obligaron a correrse de los tres palos. A los 15 años ya medía 1,90 y me había encorvado bastante. Por eso el médico me dijo que tenía que hacer algún deporte para enderezar la espalda y me recomendó natación y remo. Arranqué nadando, pero no me gustó y empecé remo en un club de Tigre en el que ya tenía algunos amigos. Me enganché y al tiempo me pasé a San Fernando para practicar seriamente. Pensaba en ir a un Mundial y representar a Argentina, por eso empecé a entrenar fuerte y al año y medio de pude entrar a la Selección, cuenta el joven de 26 años.
Pero tanto se enfocó Iván en el deporte que en un momento su vida se volvió básicamente una sucesión de remadas. Y lo sintió: “En 2011 ya había terminado el colegio y había hecho el curso de guardavidas, así que me dediqué solamente a remar. Junto a mi compañero, Remo Lanzoni, nos fue muy bien y terminamos quintos en el Mundial Sub 23. Pero cuando volví tenía la cabeza quemada y me di cuenta de que si hacía sólo eso no iba a durar mucho. Necesitaba un cable a tierra”.
Probó primero con un curso de cocina, pero como sabía que no haría de eso una forma de vida, necesitaba algo más. Navegando -esta vez por las redes, no por el agua- se encontró con el primer destello. Una amiga publicó una foto haciendo trapecio e Iván la contactó. Así, el muchacho que le temía a las alturas comenzó a volar. “Probé y me enganché al toque. Por el tema de la fuerza y el remo me resultó además mucho más fácil. Hice trapecio fijo y acrobacia en dúo con una chica en el circo Congo de San Fernando, que quedaba a seis cuadras de casa”, rememora.
Pero entre vuelo y vuelo se despertó algo más. En los shows se dio cuenta que el humor le brotaba con naturalidad. Y que se le generaba –algo– cuando el público se reía a partir de su interacción. Sumó otro eslabón a la cadena con un curso de clown, reafirmó que las carcajadas eran lo de él y agregó otro enlace incursionando en el stand up. Al tiempo, empezó a animar fiestas infantiles en un salón, Asterisco Fiestas, del que ahora es dueño.
“Tengo un emprendimiento personal que se llama Chiquito eventos y estoy a full haciendo shows, cumpleaños. Y mi idea es llevarlo al teatro más adelante. Muchas animaciones las hago solo y me gusta sentir la adrenalina de no saber qué va a pasar cuando aparezco en escena. Manejo un humor inocente, sano, para toda la familia. Se puede hacer reir sin decir malas palabras. Improviso bastante y hago trucos de magia. Aunque digo que no soy un mago, sino un vago”, cuenta mientras se ríe.
Justamente vago es lo que no es. Lleva doce años en este deporte y su rutina actual es más que intensa. Rema entre 180 y 200 kilómetros por semana, de lunes a lunes. Y los días de semana entrena en doble turno. Aunque vive cerca del club, su despertador suena a las 5 de la mañana porque a las 6 ya tiene que estar en el agua.
-¿Cómo hacés para organizar tu “doble vida” con esos horarios?
-Generalmente armo el mes. Le pido al entrenador que me pase el plan con antelación porque a partir de eso voy metiendo los shows. Los eventos son más que nada los fines de semana, que tengo las tardes libres.
-Como parte de tu formación hiciste además el curso de payamédico. ¿De qué se trata?
-Payamédico es un payaso con conocimiento de medicina, un título que se otorga a través de un curso que dicta la ONG que lleva el mismo nombre y que puede hacer cualquier persona, al margen de su profesión. Te enseñan cosas de medicina que tenés que saber cuando estás dentro de un hospital. Se usa mucho la herramienta del personaje. Cuando voy al hospital, no soy Chiquito, Iván ni Flaco, sino que me piden un nombre artístico. Y ahí soy el Dr. Alvarito Berilio. Al principio no entendía por qué, pero eso te marca mucha diferencia entre cuando tenés y no tenés la nariz de payaso puesta, por el hecho de que te sirve como armadura cuando te toca vivir una situación delicada, como tratar con un paciente terminal.
-¿Cómo se genera el vínculo con las personas que visitan?
-Trabajamos con la idea de “payasizar” al paciente. En la payamedicina se busca que la persona deje de ser paciente y se convierta en produciente, para así realizar intervenciones y jugar con la imaginación. Pensá que es alguien que está todo el tiempo mirando una pared blanca y tiene una rutina clínica, con médicos, enfermeras. La idea del payamédico es aprovechar todo el abanico de posibilidades que tiene a partir de la imaginación, el juego y la fantasía. Para transformar esa pared blanca, por ejemplo, en un jardín.
-¿Recordás algún caso puntual que te haya generado satisfacción?
-Había una habitación que nos sugerían no visitar, porque el paciente era irrespetuoso y tenía mal comportamiento. Pero empezamos a ir y logramos que se divierta, que nos espere, que pregunte por nosotros. Los médicos nos contaron que había mejorado mucho su relación con él. No es fácil estar en un hospital. Hay gente internada que está en situación de calle y que no va a visitar nadie. Entonces los payamédicos se vuelven su forma de distracción. El mérito principal es del cuerpo médico, pero en la parte mental ayuda porque cuando el paciente está contento el cuerpo produce endorfinas.
-¿Qué tan importante es para un atleta de alto rendimiento realizar alguna otra actividad que no esté necesariamente vinculada?
-Para mí, es muy importante. Soy de los que piensan que no podés hacer sólo una cosa. Es necesario tener una distracción, algo para hacer. Está bueno tener un cable a tierra y yo utilizo el humor, hacer shows. Junto al remo son como mis dos cables a tierra puenteados entre sí que me llevan de un lado a otro.
-Además, si bien sos joven, el humor asoma como herramienta para cuando llegue el retiro deportivo. ¿Qué te gustaría hacer cuando eso pase?
-Tengo ganas de agarrar la camioneta, cargarla de cosas, hacer una producción y llevar un show por todo el país, ir a pueblos donde no haya circo. Y después de eso dedicarme de lleno a la actuación, hacer shows en teatro y profesionalizarme un poco más. Hoy en día el objetivo es el remo. Si se llega dar el objetivo de estar en Tokio 2020 sería un lindo objetivo, pero para la parte artística hay tiempo”.
-¿Qué es el humor y qué te hace reír a vos?
-Mi referente es Radagast. Ra-da-gast, como dice él. Es el que más me hace reír. Me gusta mucho Jim Carrey también, que es muy histriónico y tiene esa pasta y esa energía que me copan. El humor es algo que te saca de la rutina, del día a día. Hoy estamos todos muy estresados y eso te viene a dar una bocanada de aire fresco. Y puede surgir tanto de una charla entre amigos como de ir al teatro. Es como dijo Chaplin alguna vez: ‘Mirada de cerca, la vida es una tragedia, pero vista de lejos es una comedia’. Esa frase lo dice todo.
Para Carino y para el remo argentino, este será un año más importante en cuanto a preparación física, técnica y mental que en lo que refiere a competencias. El objetivo está puesto primero en 2019, año de Juegos Panamericanos y clasificación olímpica. “Hay que pulir muchos detalles para llegar bien al año próximo”, aporta Iván.