Vulnerabilidad es la palabra que resume la situación actual de la economía local. Las políticas macroeconómicas, comerciales y financieras situaron a la Argentina en una posición de fragilidad externa, sostenida con un creciente endeudamiento. En paralelo, los resultados productivos y en el mercado de trabajo, inclusive en un año de rebote económico como 2017, dan cuenta de cambios regresivos en términos estructurales.
El frente externo preocupa: las ilusiones de un boom exportador y una lluvia de inversiones extranjeras como consecuencia de un gobierno más “amigable” con los mercados se esfumó. Luego de la liquidación del stock de soja retenida a comienzos de la gestión, las ventas al exterior mostraron un estancamiento en 2017. Ni Vaca Muerta, ni explosión del sector minero, ni “supermercado del mundo”.
La apertura comercial, en cambio, otorgó un fuerte dinamismo a las importaciones en todos los sectores productivos. Las compras al exterior de vehículos terminados, por ejemplo, se duplicaron en los últimos dos años (pasaron de 3.800 millones en 2015 a 7.600 millones de dólares en 2017) y se cerró el año con un déficit comercial récord (8.500 millones), que promete repetirse (e incluso superarse) este año.
Un déficit de cuenta corriente rondando el 4,5 por ciento del PBI, que está financiado casi en su totalidad por la entrada de capitales financieros (en particular con fuerte emisión de deuda externa pública), enciende las señales de alarma. Y las proyecciones para 2018 apuntan a una profundización del desequilibrio externo, rondando un 5 por ciento del PBI.
Al mismo tiempo, la eliminación casi total de los controles de capital dejó a la economía expuesta a un “cambio de humor” de los mercados internacionales, como lo hemos podido comprobar en estos últimos días. Las recurrentes crisis de deuda del último cuarto del siglo XX son una lección que esta gestión decidió olvidar. Y si bien el tipo de cambio flexible toma distancia de la rigidez de la Convertibilidad, no evita el impacto regresivo en términos distributivos de un salto abrupto del dólar.
El escenario interno tampoco luce prometedor. El rebote económico de 2017 fue heterogéneo, impulsado por ciertos sectores en particular, como el agro y la construcción. El bienio 2016-2017 ha sido negativo para la mayor parte del entramado productivo, sobre todo la industria manufacturera y la producción de hidrocarburos. Este escenario tiene un impacto directo en el mercado laboral donde se observan indicadores de precarización: crecimiento de la informalidad, creación de trabajo en puestos de menores salarios relativos o sin derechos laborales y aumento del cuentapropismo de baja calidad.
Las proyecciones oficiales de crecimiento de 3,5 por ciento para 2018 son a todas luces demasiado optimistas. Si bien el acceso (por ahora) irrestricto al mercado internacional de créditos garantiza las divisas necesarias para financiar las necesidades del sector externo, con ello no alcanza para impulsar la economía en su conjunto y cuesta detectar el motor de este nivel crecimiento esperado. En particular, el consumo masivo seguirá siendo el componente más rezagado de la demanda. El salario real no crecerá debido a la intención de contener los aumentos paritarios para reducir las presiones inflacionarias, luego de que el ancla de la tasa de interés no haya mostrado la efectividad esperada. A lo que se suma el cambio de fórmula de actualización de jubilaciones y pensiones, que también tendrá un impacto contractivo en el consumo.
La inversión privada mantendría su crecimiento, aunque liderada por la incorporación de bienes de capital importados y concentrado en ciertos sectores en particular (por ej. agro), sin difundirse al resto de la economía. La necesidad de cumplir las “metas fiscales” hará que el gasto en obra pública tenga un efecto neutro o contractivo sobre el nivel de actividad. Por último, es poco probable que las exportaciones sean un gran motor de la economía: representan un nivel bajo de la demanda agregada y si bien la mejora de Brasil podría impulsar algunas exportaciones industriales, su impacto macro será limitado.
La economía se presenta cada vez más frágil en términos externos y dependiente del endeudamiento en mercados internacionales. Los problemas de empleo y productivos seguirán presentes y en aumento. El rebote económico se irá desinflando como consecuencia de las propias limitaciones del modelo y se prueba, una vez más, que el crecimiento del PIB puede esconder un importante deterioro de la estructura económica y social de nuestro país.
* Economista. Directora de Radar Consultora.