Muchas veces al día uno siente que fuimos bastante ingenuos. Cuando se ve que lo que parecía una construcción colectiva sólida es extirpado en dos años, se siente una sensación de impotencia y de desgarro muy fuerte. No sé si “ingenuos” es la palabra. Porque en todo caso, el proceso urgente de demolición que esta desconcertante nueva derecha autoritaria lleva a cabo en muchos países al mismo tiempo, es la reacción a los que fueron –con sus contradicciones y sus erratas– los mejores gobiernos que ha tenido en muchas décadas América Latina. Lo de “mejores” está dicho bajo el parámetro de que quien escribe, igual que millones de latinoamericanos, cree firmemente y más allá de cualquier encuadramiento partidario que lo mejor es que la riqueza se redistribuya. Es claro de entender. Es estar política y culturalmente a favor, como decía una célebre cumbia colombiana, de que llegue el momento “en que lo negro sea bello”.
La nueva derecha autoritaria tiene visos extremos. Siempre se ha asociado esa noción de extrema derecha con, bueno, los neonazis que después de todo el gobierno de Macri cobija con mucha más afinidad que al pueblo trabajador. O se ha asociado a persecuciones, censura, detenciones ilegales, prohibición de manifestaciones, disolución de los sindicatos, condena sucinta a muerte por portación de identidad o filiación política, de etnia o de clase. En fin, cada uno de esos desvíos son los que vivenciamos diariamente, pero esta caracterización se esfuma en los eufemismos, los ocultamientos, la pantalla infantilizada en la que se convirtió la televisión. La policía tirando y acribillando a su criterio, por un lado, y Dietrich dando de baja el servicio de transporte de ARbus para que una empresa amiga no tenga competencia, pero a su vez prestándole los servicios de la empresa dada de baja a Flybondi, otro chanchullo, que hasta ahora no ha hecho más que mostrar incompetencia. Y las vacas no dicen ni mu.
Estamos en un siglo nuevo y en una nueva fase de un capitalismo que no guarda un ápice de apego por lo que hasta diciembre de 2015 identificábamos con la democracia. En el último recambio presidencial, y en las elecciones de medio término también, el electorado, aunque muy lejos de una clara mayoría, decidió seguir confiando en Macri. Ese es precisamente un rasgo de esta nueva derecha autoritaria a la que le podríamos agregar “financiera” para completar una categoría provisoria. Accede al poder gracias a un nuevo tipo de sujeto político, alimentado de radio y televisión, que son socios del poder y ya no intermediarios, y con la manipulación abierta al Poder Judicial. Véanlo a Garavano intentando expulsar a Zaffaroni de la CIDH. Vean cómo la opinión ahora es un delito.
Pero si miramos el mundo, incluso si miramos el ombligo de este mundo en el que Macri nos clavó, que es Estados Unidos, veríamos que no faltan las represiones y los ajustes que arrasan con las necesidades básicas, como en Europa del sur, pero las persecuciones no llegan a ser planteadas contra la población norteamericana. Aquí, los más trumpistas que Trump entrenan a las fuerzas de seguridad para combatir a un nuevo enemigo interno y compran armas a destajo para arrasar contra cualquier rebeldía popular. Si esperan esa rebeldía, no es porque nadie esté planeando derrocarlos. Derrocar a un gobierno elegido en las urnas no forma parte de la cultura política que se cultivó en los últimos doce años, lo que no borra los mecanismos constitucionales para enjuiciar políticamente a un funcionario público si hubiera motivos. Pero si esperan y se arman contra un alzamiento popular es porque saben perfectamente que están tomando una batería de medidas y decretando cuestiones que la Constitución les prohíbe, y que los que pisan y patean no son felpudos ni trapos de piso sino hombres y mujeres que no se rinden tan fácilmente a creer que lo que pasa es inevitable.
La nueva derecha autoritaria financiera no es un invento argentino. En mi muro de Facebook comparto noticias de todo el país con otras noticias de otros países de la región y de países europeos que parecen reflejar un mismo tipo de opresión. Las noticias de Africa, sin embargo, están encriptadas en los medios: por eso recién vemos a sus poblaciones cuando intentar huir y son rechazadas. Los medios nunca explican de qué huyen. Y huyen en una gran mayoría de los desastres que las fuerzas de la OTAN hicieron en sus países. Pero en la parte del mundo a la que tenemos acceso informativo, aunque sea en las redes, lo que se ve es lo mismo. El remate de lo público para pasarlo a manos privadas. La nueva derecha autoritaria financiera suele no tener postulados ideológicos, porque es verdad que ideológicamente recurre a un collage de lo ya inventado y se vende a sí misma como una compañía se seguros o una cajita feliz. Pero tiene un culto, el culto al dinero concentrado. Y eso es todo. Lo demás (el hambre, la sangre, el dolor, la impiedad, la sed, el exterminio, el desprecio compulsivo) viene por añadidura. “Lo inevitable” para estos personajes que irrumpieron sincrónicamente en el poder es la destrucción, la extracción y el robo televisado del patrimonio colectivo, y su apropiación inmediata.
Hasta los burdos manuales de Ciencias Sociales de Macri repitiendo que “Sí se puede” están destinados a instalar en las nuevas generaciones la sensación profunda e inculcada de que esos niños pertenecen a países en los que es imposible crecer en paz. Los violentos quieren enseñar en las escuelas –la reforma educativa es un eje del Cóndor II y en todos los países los maestros son blanco de persecución– que los que están arriba tienen derecho a eso, y que los que se niegan a ser precarizados son “los violentos”.
La persecución tiene un solo objetivo, que es extirpar el yuyo de la esperanza, abortar la idea de que no tenemos por qué ser tan infelices, no tenemos por qué soportar tanto dolor, no tenemos por qué pelear hasta el hartazgo, día tras día, por cosas que eran nuestras y nos fueron robadas.
La nueva derecha autoritaria financiera necesita pueblos anestesiados como audiencias de prime time. Necesita mucha distracción. La violencia es usada como distracción. La verdadera razón de ser de estas nuevas fuerzas políticas que detestan la política es precisamente reemplazarla por una idea-estribillo que, incrustada en los cerebros como una neurona implantada, haga desistir a millones de pelear por otro mundo. Mientras tanto, ellos llevan a cabo la tarea que los hechiza, los excita o los psicotiza, según el caso: juntar todo el dinero posible, hacer todos los negocios propios posibles, concentrar la torta a un grado como no se conocía desde hace décadas y hasta un punto que no tiene techo: sacarán para ellos mismos todo lo que puedan como nunca antes nadie se animó ni se interesó. Como dice el Papa, no tienen Dios pero tienen un fetiche execrable por el que son capaces de cometer crímenes de todas las especies. Son adoradores de sus ganancias. Nunca la humanidad presenció este espectáculo dantesco del poder sin límites de los adoradores de sus ganancias. Por eso no hablan y cuando hablan no dicen nada. Porque en su credo no hay lenguaje. Hay números de cuentas bancarias en los únicos paraísos que conocen y conocerán.