La confesión del triunviro Juan Carlos Schmid sobre la fractura en la CGT confirma que la construcción de una conducción tripartita, sin un programa que la sustente, no garantiza la unidad y mucho menos una acción gremial acorde a los tiempos que corren. La ausencia de coherencia y coordinación se hizo más notoria con el correr de los meses donde comenzaron a escucharse, desde diferentes sectores internos de la central obrera, la imperiosa necesidad de elaborar el tan mentado programa como paso previo al retorno de una conducción unipersonal tal como estable el estatuto de la CGT. Ahora bien, la frase de Schmid, “el ciclo del triunvirato está agotado”, pronunciada a días de la marcha del 21F devela la intención del moyanismo por competir por esa poltrona. Sin duda, el camino hacia el congreso sindical ya comenzó a recorrerse. Sostienen que ocurrirá en marzo o abril pero lo seguro es que allí deberá surgir una nueva CGT o tal vez dos.
Todos los sectores que confluyen en la central obrera juran que su ideario gira en torno a la unidad pero hasta ahora ninguno ha profundizado en lo que realmente significa y mucho menos sobre cuál será o debe ser el perfil que pretenden otorgarle: dialoguista, combativa o qué porcentaje tendrá de una u otra condición.
Cuando se decidió por la conducción tripartita el moyanismo colocó a Schmid, los gordos y sus aliados de entonces a Héctor Daer y Luis Barrionuevo a Carlos Acuña. Fue un reconocimiento tácito de que ninguna de las tres grandes líneas de la CGT era más poderosa. Entonces se optó por la unidad a secas fruto de la necesidad de tener un canal de comunicación con un gobierno no peronista. Pero esa condición terminó conspirando contra sí mismo porque no se pudo consensuar una estrategia con la Casa Rosada.
Se optó primero por el diálogo con un gobierno que desde el vamos se mostró poco cariñoso con el sindicalismo. No era de extrañar porque al fin y al cabo está integrado por CEOs o patrones que, como se sabe, suelen tenerle cierta animadversión a las organizaciones sindicales. En ese complejo esquema intentó funcionar la conducción de la CGT.
Fue este triunvirato el que presionado por las circunstancias políticas, económicas y por las bases el que lanzó el paro de abril de 2017. Fue el que presionó por la ley antidespidos pero también el que no supo cómo responder ante el veto presidencial. Las diferencias internas provocaron entonces que durante la movilización del 22 de agosto el triunvirato se mostrara incompleto en el escenario. Incluso esa heterogeneidad del esquema tripartito les impidió definirse en forma más o menos común ante las elecciones parlamentarias pero que también es cierto que se lo justificó, con un alto grado de acierto, en la ausencia de unidad en el peronismo.
Hoy, el sector que responde a Hugo Moyano se muestra como combativo, la coyuntura lo justifica y de allí la convocatoria a la necesaria marcha que se anticipa multitudinaria. Pero en estos dos años de gobierno de Cambiemos no siempre lo fue. Por caso, este sector a través de Schmid participó de la negociación por la reforma laboral donde el triunviro supo decir que, tras la negociación con el Ministerio de Trabajo, se había logrado resguardar el corazón de los derechos laborales. Tal vez Hugo Moyano decidió sacrificar a su peón cuando hizo jugar a su alfil, Pablo, que tras el acuerdo de la ley salió a desconocerla desbaratando la estrategia que el oficialismo había acordado con algunos senadores no tan opositores postergando sin fecha el tratamiento de la ley. Esa jugada le pudo ser útil en su estrategia contra el gobierno pero debilitó a Schmid no sólo en el triunvirato sino también su presidencia en la poderosa Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT) donde, signo de los tiempos, tampoco predomina la unidad.
La deserción de Luis Barrionuevo a la marcha del 21F alimentó la fractura. Pero el gastronómico no parece estar decidido a recluirse, al menos por ahora, en su nunca desactivada CGT Azul y Blanca. A través de Acuña ha iniciado conversaciones con otros grupos de la CGT que no desdeñan la intención de competir por su conducción. A éstos les sirve sumar gremios para la inminente disputa y por eso no rechazan a grupos como el de Barrionuevo que tiene la tendencia a apartarse mucho antes de llegar a la puerta del cementerio.
En otro rincón del universo sindical suena el nombre de Sergio Sasia como un posible conductor de la CGT. Hay conversaciones en ese sentido donde confluyen dirigentes que en lo cotidiano militan en la Corriente Federal de los Trabajadores e incluso en el Movimiento de Acción Sindical Argentino (MASA). Este último parece estar recuperándose de las desavenencias internas y se entusiasman con la nominación de Sasia. Pero cuando le preguntan a Sasia, titular de la Unión Ferroviaria, prefiere decir que “es necesario encontrar un proyecto convocante al movimiento obrero que hoy está disperso” y para eso señala como imprescindible generar una agenda propia con la cual contrarrestar o influir en las políticas del gobierno de turno. Este sector, al que el conductor de la UOM, Antonio Caló ve con mucha simpatía, ha incrementado el caudal de reuniones con vista al mentado congreso de la CGT.
En tanto, los gordos e independientes mantienen por ahora silencio pero no están quietos. Han logrado reunir un grupo de sindicatos pero hasta el momento no se convirtieron en un polo de atracción tal vez porque su perfil dialoguista por excelencia les quita cierto glamour en esta coyuntura caliente que reclama un perfil de CGT con mayor porcentaje de combatividad en su acción.
Si bien la disputa interna de la CGT puede derivar en la existencia de más de una central obrera hay un factor no tan externo que puede resolver algunos inconvenientes y se trata del incipiente proceso de unificación que hoy vive el peronismo. Un hecho que de concretarse se transformará en un dato para nada halagüeño para el gobierno de Cambiemos que, según sostienen voceros y funcionarios, pretende repetir su triunfo electoral en 2019. Si no se repiten errores del pasado reciente, para el sindicalismo contar con un gobierno peronista en la Casa Rosada resulta favorable porque alivia tensiones y desplaza diferencias.