PáginaI12 En Alemania
Desde Berlín
Si hay un director argentino que tiene historia en los principales festivales internacionales, ése es Pino Solanas. Ganador del Gran Premio Especial del Jurado de la Mostra de Venecia 1985 por Tangos: el exilio de Gardel y del premio al mejor director en el Festival de Cannes 1988 por Sur, el realizador de La hora de los hornos –todo un clásico del cine político, que este año celebra su 50 aniversario– ya había tenido aquí en la Berlinale un reconocimiento a su carrera, cuando en el 2004 el festival lo homenajeó con un Oso de Oro, a la vez que exhibía Memoria del saqueo, un documental hecho al calor de la crisis de comienzos de siglo en la Argentina y que dio pie a toda una serie films de investigación que siguen su curso. El octavo y flamante título de esa larga saga es Viaje a los pueblos fumigados, que ayer domingo tuvo su estreno mundial, fuera de concurso, en la enorme Haus der Berliner Festspiele, en presencia del director del festival, Dieter Kosslick, que asumió un fuerte compromiso político con la película de Solanas.
En una carta pública, Kosslick desafió especialmente al ministro Federal de Alimentación y Agricultura de Alemania, Christian Schmidt, a que asistiera a la función, a sabiendas de que tres meses atrás Schmidt votó a favor del uso de glifosato por otros cinco años en la Unión Europea, provocando una crisis política en el gabinete de la canciller Angela Merkel. Pese a la invitación, nadie vio ayer al ministro en la sala.
El nuevo film de Solanas es un viaje de investigación del autor por siete provincias argentinas sobre las secuelas sociales y ambientales que deja el modelo transgénico con agrotóxicos. Argentina siempre fue considerada uno de los graneros del mundo y producía en suelos y pasturas naturales. Hoy, para lograr mayor volumen exportador, produce granos, carnes y alimentos con agrotóxicos y sustancias químicas. La mayor rentabilidad del agro se hace a costa de la deforestación, el monocultivo, la destrucción del suelo, inundaciones y éxodos rurales. La contaminación que produce el glifosato y las fumigaciones multiplica los casos de cáncer y malformaciones. El film se desarrolla con historias y testimonios de sus protagonistas: pobladores, chacareros, médicos e investigadores.
“Este es mi octavo largometraje testimonial sobre la Argentina contemporánea o la crisis socio-cultural y política de nuestro país”, explicó Solanas al público alemán, al finalizar la proyección. “Empecé esta serie documental el 20 de diciembre de 2001, cuando vi que la policía montada arremetía sobre manifestantes pacíficos que estaban en Plaza de Mayo. Desde entonces vengo denunciando la fuga de divisas, la destrucción del sistema ferroviario, la expoliación de la tierra por las multinacionales mineras y ahora me enfoco en la crisis de la alimentación. En cada alimento que comemos hay conservantes, saborizantes, colorantes, hormonas. Y si no hay hormonas, hay antibióticos. La carne que comemos es en un 80 por ciento de feedlot. Al ganado se le da cualquier porquería mezclada con hormonas”.
Aunque Viaje a los pueblos fumigados ataca distintos frentes –desde las migraciones forzadas de las poblaciones originarias para deforestar y sojizar sus tierras hasta el seguimiento del proceso de producción de la cadena alimentaria– el centro del film apunta al cambio de paradigma de los últimos veinte años, iniciado durante el período Menem-Cavallo, cuando se abandonó la agricultura tradicional para abrazar ciegamente la agroindustria. La cantidad y la rentabilidad a cualquier costo vino a reemplazar a la calidad. El “desierto verde” de la soja se expandió a niveles insospechados. Y desde entonces la contaminación con agrotóxicos no sólo viene envenenando la tierra sino también a todos quienes comemos lo que de ella proviene. Acompañado por el especialista César Lerena, el propio Solanas se hace durante el film un análisis muy específico de sangre y orina y descubre que tiene glifosato en sangre, cuando su única relación con el campo son las verduras y hortalizas que consume en su dieta diaria, seguramente no muy distinta de la de cualquier habitante urbano.
Ni qué decir de las poblaciones rurales donde los campos de soja llegan hasta el borde mismo de las casas e incluso de las escuelas, sobre las cuales sobrevuelan las avionetas fumigadoras. Acompañado de un médico pediatra de un hospital público, alarmado por el aumento exponencial de casos de abortos espontáneos y malformación de los fetos, Solanas visita el barrio de Ituzaingó, en las afueras de la ciudad de Córdoba, donde en un radio de pocas cuadras se detectaron en los últimos tiempos más de 300 casos de cáncer, de todo tipo y en todas las franjas etarias. “La ciencia también está contaminada”, señala Solanas en la película y lo repitió también en el debate público que siguió al estreno mundial de anoche en la Berlinale. “La colonización en la Argentina llegó no sólo a los gobiernos sino también a muchas universidades e instituciones públicas, que siguen los modelos impuestos por las metrópolis, por los centros de poder de Europa y Estados Unidos”.
Alguien del público quiso saber qué se podía hacer en Europa para revertir esa situación. Solanas –que acaba de cumplir 82 años aquí en Berlín– no fue muy optimista al respecto. “Da escalofríos pensar que una compañía alemana como los laboratorios Bayer es hoy una de las propietarias de Monsanto, el principal productor de agrotóxicos del mundo”, respondió el director, provocando más de un suspiro de sorpresa. La información es pública, pero la desinformación cunde, en todos lados.
Para Solanas, “el control sanitario en Argentina es inexistente porque no se examinan los centros de producción. Tampoco hay programas de investigación en hospitales y universidades sobre sus efectos en el organismo. Los testimonios recogidos demuestran que una parte de la población está contaminada con agrotóxicos, a lo que se suman los efectos nocivos de alimentos producidos con sustancias químicas: conservantes, colorantes, antibióticos, hormonas. Hoy se produce con pesticidas no solo cereales, sino hortalizas y frutas. La más inocente ensalada ha sido rociada con 10 a 15 pesticidas y no hay control. La publicidad vende los alimentos por lo que aparentan y no por lo que son, se compra por lo que se ve y se consume sin saber lo que se come. Aunque se coma en casa, el peligro de contaminarse existe porque nadie sabe que está comiendo ni cómo o con que se hizo”.
Según Solanas, el glifosato es veneno, pero no es el peor. En su película –dedicada en los títulos al Papa Francisco y su encíclica Laudatio si’, “sobre el cuidado de la casa común”– da cuenta del envenenamiento y muerte de dos niños intoxicados por Endosulfán, un insecticida utilizado en una plantación de tomates cercana y producido, a la sazón, también por Bayer. El Endosulfán está prohibido en Argentina desde 2013, pero nadie controla esa prohibición. “El problema viene de lejos –señaló Solanas– pero hoy gobierna en la Argentina una coalición que quiere derribar todas las legislaciones que se interponen en sus negocios. Vivimos en tiempos difíciles”, concluyó.