En una región cada vez más militarizada, Panamá es un símbolo latente de la injerencia de Estados Unidos. Aunque Washington mira con mucha mayor atención a Venezuela, y pese a que este país no limita con el del canal, reverdecen historias de intervenciones planeadas desde la Casa Blanca. Siete veces invadió EE.UU a la pequeña nación centroamericana. La última fue en 1989. Por eso, cuando la principal potencia mundial pone un pie en su territorio, surgen de inmediato las respuestas negativas. Ahora son contra la llamada operación Nuevos Horizontes. Cuando se creó en 1984 tenía otro nombre: Fuertes caminos. Se trata de maniobras que, depende de quién lo cuente, adquieren dos sentidos. Para el Comando Sur que las dirige se trata de “ejercicios de asistencia humanitaria”. Para la cancillería local “un programa de entrenamiento dirigido a los estamentos de seguridad nacionales”.
Si se colocan en contexto los hechos de Panamá, deben analizarse junto a lo que pasa en otras fronteras vecinas. Sobre todo, a los 2.219 kilómetros de límites que comparten Colombia y Venezuela. También, pero en menor medida, a los que separan a este último país de Brasil y Guyana. Todo tiene que ver con todo y la presencia militar de Estados Unidos lo señala desde las entrañas de su historia. Esta vez el objetivo es el derrocamiento del gobierno de Nicolás Maduro. Le están rodeando la manzana. La visita reciente que hizo por la zona el jefe del Comando Sur de EE.UU, el almirante Kurt Tidd, es más de lo mismo. Se reunió con el vicepresidente colombiano, el general retirado de la Policía, Oscar Naranjo. Pocos días antes, habían conversado en Bogotá el presidente Juan Manuel Santos y el secretario de Estado Rex Tillerson.
La ofensiva diplomática de Estados Unidos sobre Latinoamérica está a la vista. Sus resultados también. Desde México a la Argentina, los gobiernos amigos de Washington siguen como rebaño la política de aislamiento de Venezuela. Panamá es un engranaje más de ese movimiento de pinzas. En agosto pasado, cuando lo visitó el vicepresidente norteamericano Mike Pence, les recordó a sus autoridades que EE.UU había sido el primer país del mundo en reconocer su independencia. Y les manifestó su gratitud por cómo habían actuado contra Venezuela: “El presidente Trump y yo estamos sumamente agradecidos por el firme liderazgo del presidente Varela en el repudio al régimen de Maduro. Felicitamos a Panamá, en particular, por haberse sumado a los otros 11 países que firmaron la Declaración de Lima”, dijo en su discurso desde el gran canal que une a los océanos Atlántico y Pacífico.
No llama la atención entonces que Nuevos Horizontes ya esté en pleno desarrollo. Se extenderá hasta junio con la presencia de 415 militares estadounidenses. Los “ejercicios de asistencia humanitaria” como los describió Ramón Malavé, coordinador del Comando Sur en Panamá, fueron redefinidos por el columnista del diario La Estrella de Panamá, Mario Gándasegui (h) como una “invasión silenciosa”. Los efectivos portarán armas, pero sobre todo gozarán de inmunidad diplomática. Una situación que en Panamá la oposición y los movimientos sociales movilizados en la calle la viven como una violación del Tratado de Neutralidad del Canal firmado por los presidentes Omar Torrijos y Jimmy Carter en 1977. El mismo que permitió la devolución del corredor clave a fines de 1999, aunque con prerrogativas determinantes a favor de EE.UU. Un ejemplo: poder intervenir sobre la vía interoceánica a partir del año 2000 si se producían peligros a su seguridad.
Argumentos parecidos había utilizado George Bush padre cuando decidió invadir Panamá el 20 de diciembre de 1989 con una fuerza de 26 mil hombres. El problema era el ex socio político y comercial de Estados Unidos, el narco-dictador Manuel Noriega. Había prestado servicios a la CIA hasta que se retobó. Lo depusieron a costa de miles de víctimas durante el ataque. Se calculan unas 4 mil, según la Asociación de Familiares de los Caídos. El militar fue encarcelado en Miami y condenado a 40 años de prisión por la Justicia de Estados Unidos. Cumplió poco más de la mitad, fue enviado a una cárcel en Francia que también lo reclamaba y finalmente devuelto a Panamá, donde murió el 30 de mayo del año pasado. En los tres países acumuló 25 años en prisión. En 2015, a diferencia de otros militares latinoamericanos formateados en la Escuela de las Américas por EE.UU, pidió perdón por televisión a los panameños y se autodefinió como “un hijo de Dios”.
A poco más de 28 años de la invasión condenada por la ONU, hoy es revisada críticamente por la llamada Comisión 20 de diciembre. Fue aprobada en julio de 2016 por el gobierno. Su mandato expira el 1 de abril de 2019. Su presidente, Juan Planells, es el rector de la Universidad Católica Santa María (USMA) y avanza en un trabajo dificultoso para precisar el número de muertos. En diciembre de 2017 dijo que ya se estaban tomando muestras de ADN a los familiares. Pero los registros oficiales son solo parciales. En el estreno de la película Invasión de 2014, del cineasta panameño Abner Benaim, un trabajador de la morgue dijo que se habían contabilizado unos 800 asesinados hasta que se arrancaron las páginas del registro. La cuenta quedó inconclusa. El film ganó el premio de mejor documental en el festival de Biarritz, Francia, en 2015.
El recuerdo de la invasión y los bombardeos del 89 vuelve con fuerza cuando se concretan operaciones como Nuevos Horizontes. La Embajada de EE.UU le notificó al gobierno panameño sobre el ejercicio el 11 de diciembre de 2017. El gobierno lo aceptó casi un mes después, el 4 de enero de este año. Pero “las tropas norteamericanas entraron a Panamá el 2 de enero, dos días antes que la respuesta de la Cancillería”, escribió el periodista Eliécer Navarro en el diario local Crítica. Parece que estaban apuradas para realizar su tarea humanitaria en las provincias de Darién, Veraguas y Coclé.