Durante mucho tiempo, el cineasta Sebastián Lelio se hizo la misma pregunta: “¿Qué pasaría si la persona que amas muere en tus brazos y ese es el peor lugar donde puede morir porque, por alguna razón, eres alguien indeseado para la familia de esa persona?”. Ese interrogante rondó durante mucho tiempo en la cabeza del director nacido hace 43 años en Mendoza, radicado en Viña del Mar desde los dos años de edad con su madre chilena. Lelio, quien reconoce que ama a la Argentina pero admite que es chileno, agregó tiempo después a la pregunta inicial, la siguiente: ¿qué sucedería si la situación descripta la viviera una mujer trans con un hombre? Intenta develar esa incógnita en su quinto largometraje de ficción, Una mujer fantástica: allí se propone abordar el derecho de una mujer trans al duelo de su pareja, a pesar de que la familia del fallecido la rechaza. El film  –que ganó el Goya a la Mejor Película Iberoamericana hace dos semanas – se estrena este jueves en la Argentina. Además, se ganó un lugar en la historia del cine chileno: Una mujer fantástica es el segundo largometraje del país trasandino en quedar nominado al Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa. El otro fue No, dirigido por Pablo Larraín, que había sido nominado en los Oscar 2013, pero finalmente no conquistó la estatuilla dorada.  

En comunicación telefónica desde Los Angeles, el cineasta chileno habla de las expectativas que genera estar ante la puerta del Oscar de la Academia de Hollywood que celebrará la gala el 4 de marzo: “Es un indicador que dice: ‘Miren esta película’. Hay cinco películas en un lugar potente. Nosotros entendemos que detrás de los premios y de la idea de la competencia hay una situación artificial, forzada: las películas no se hacen para competir. No son caballos de carrera. Sin embargo, nos metemos en este juego porque la industria parece necesitarlo, porque cuando se está ahí es como ponerle un amplificador gigante a la historia y significa que mucha más gente va a verla. Lo tomamos como una gran noticia, con muchísima alegría y tranquilidad”, confiesa, como para calmar la ansiedad del público de Chile. 

En la nueva ficción de Lelio, un hombre de unos sesenta años, llamado Orlando (Francisco Reyes) conoce a Marina (Daniela Vega), una joven que logra seducirlo. Poco a poco la relación se transforma en romance y Orlando, en una cena de cumpleaños, le obsequia dos pasajes a las Cataratas del Iguazú para ir juntos en dos semanas. Pero la muerte no pide permiso. Una noche, Orlando se descompensa, sufre un ACV y, al poco tiempo, fallece en el hospital. Ahí comienza otra historia: Marina, que es una mujer trans, es considerada sospechosa de la muerte de Orlando porque el hombre golpeó su cabeza accidentalmente al descompensarse y tenía sangre y contusiones. Pero ahí no termina el calvario de Marina. La ex mujer de Orlando y la familia del hombre le exigen a Marina que deje el departamento en el que estaba empezando a convivir con Orlando y que devuelva las llaves del auto. Algo peor aún: le quita todo derecho a participar en el velatorio y en el funeral de Orlando. Incluso, le sacan el perro que su pareja le había regalado.  

Lelio es especialista en sacar a relucir lo mejor de las actrices que elige, tal como sucedió en su film anterior, Gloria (2013), que le valió a su protagonista, Paulina García, el Oso de Plata en el Festival de Berlín. En el momento en que se le ocurrió Una mujer fantástica “la presencia de la temática trans no había explotado en la cultura popular aún como lo hizo en estos últimos dos años”, cuenta el realizador. “Y decidimos dejar de escribir y conocer a algunas mujeres trans en Santiago. Yo vivo en Berlín, así que estaba un poco desconectado de lo que estaba pasando en mi ciudad. No estaba buscando una actriz sino que estaba explorando la idea de si realmente quería o no hacer esta película y ni siquiera había aun un guion”, recuerda Lelio. Hasta que conoció a la actriz trans Daniela Vega, que significó un punto de inflexión porque al concluir la charla con ella, el director se dio cuenta de que realmente quería hacer la película y que no la iba a hacer sin una actriz trans. “Daniela aceptó ser nuestra consultora cultural. Si bien ella no sabía de qué se trataba el guion, fue muy generosa en explicarnos qué había significado para ella pasar a ser una persona trans en su país. Entonces, esos elementos se fueron colando sutilmente en el guion, a pesar de que no es autobiográfico. Y al final de ese proceso de escritura comprendí que, en realidad, para ese entonces mi consultora del proyecto y, a esa altura mi amiga, era la actriz ideal para encarnar al personaje”, cuenta Lelio.  

–¿Qué buscaba en la protagonista y qué encontró en Daniela Vega?

–Su presencia, su cuerpo, su historia, lo que su cuerpo carga. Es una película que parece realista pero que, en realidad, no lo es. Y si bien coquetea con distintos géneros y tonos, en el centro hay una persona real. Entonces, la idea de que Marina fuera interpretada por Daniela, una actriz transgénero, definió la película a fuego. Como gesto, fue muy importante. Por otro lado, su presencia es altamente cinematográfica porque es una identidad dinámica que oscila, que cambia, que muta sobre los ojos del espectador y que lo mantiene fascinado: al ser relativamente enigmático el personaje, al no revelarse demasiada información sobre Marina, el espectador, al igual que los personajes secundarios, se ve atrapado en el juego de tener que proyectar sobre ella sus propias fantasías, deseos y temores. 

–¿Cómo fue el trabajo con Daniela Vega, teniendo en cuenta que la película sostiene todo su peso dramático en su personaje?

–Fue interesante porque estos estudios de un personaje a fondo generan en el espectador la ilusión de que el personaje es la película. Y eso es muy bonito porque es sólo un artificio. La película contiene al personaje. Este no existe en el aire. Por supuesto, que el personaje la sostiene porque ésta es un profundo estudio del personaje, pero alrededor del mismo hay focos, movimientos de cámara, texturas, colores, dirección, narrativa, música. Y el trabajo de Daniela fue precioso y muy orgánico. Una vez que comprendí que ella era Marina, el guion estaba escrito y su presencia ayudó a poner a la película en una narración distinta, más compleja, más potente. Estoy muy agradecido por cómo ella empujó al film a ser su territorio. 

–En su ópera prima, La Sagrada Familia, ya abordó prejuicios de la sociedad moderna, la doble moral y la religión. ¿Cree que dialogan ambas películas?

–Sí. No me gusta hacer el ejercicio de analizar y conectar los puntos, pero creo que hay una cierta atracción por los fondos, los contextos que resultan opresivos para los personajes. Son personajes con energía de futuro confrontados a fuerzas que representan ideas viejas que no se resisten a morir.

–Con Gloria se acercó al público masivo. ¿Cree que, al igual que Gloria, Una mujer fantástica es para todo tipo de público?

–Hasta ahora la vida de la película demostró que lo ha sido. Era mi intención. Hubo un punto de inflexión porque comprendí al hacer Gloria que mis primeras películas fueron algo así como mi segundo estudio, mi segunda escuela de cine. Yo pude buscar y poner a prueba ciertas maneras de resolver el problema del cine y encontrar mis propias soluciones. De alguna manera, en Gloria han llegado a un resultado que conecta. Sentía la necesidad de conectar. Sentí la necesidad de tocar audiencias más transversales. Y es muy atractivo seguir ahondando en esa posibilidad. 

–En ese sentido, ¿Una mujer fantástica apunta a que el espectador quite las etiquetas y los prejuicios y pueda ver y entender el derecho de una mujer al duelo?

–Sí. Si hay algo de lo que está en contra esta película es de lo que implican las etiquetas en la sociedad. Son como unas muletas conceptuales que utilizamos para nuestro confort y comodidad social, pero el precio que pagamos es que dejamos de ver a las personas. Hay un momento en que si bien proliferan las etiquetas, también están estallando, como caducando en su función. Quizás por eso, la película misma intenta rehuir la posibilidad de ser fácilmente etiquetada. No es tan fácil decir que Una mujer fantástica es solamente un estudio de personaje, una película romántica, de funeral, una que tiene momentos de fantasía, una película social o una de causa, por ejemplo. Yo creo que es la suma de todo esto, pero nada de esto por separado. Es oscilante y escurridiza y creo que se conecta con su propio personaje. También son gestos que intentan rehuir la prisión conceptual de la etiqueta. 

–¿Es también una película sobre el amor o sobre la muerte?

–Es antes que nada una película sobre el amor confrontado a la muerte que le ocurre a una mujer transgénero, pero el hecho de que no sea una película sobre los costos de transicionar quizás la separan del subgénero del cine trans, que nunca me interesó particularmente como cineasta. Mi conexión con el tema es humano antes que nada. Conecto con Marina como conecto con Gloria. No soy una mujer de sesenta años ni tampoco una mujer transgénero, pero las películas son un puente entre personas o realidades que no tendrían por qué estar vinculadas. En ese sentido, la posibilidad vinculante del cine me parece particularmente emocionante.

–¿Se podría decir que Marina está preparada para el mundo pero que el mundo no está preparado para ella?

–Sí, es una idea que me gusta mucho. Ella está dentro de lo difícil que es la vida para cualquier ser humano, pero vive su vida con relativa tranquilidad. Los personajes que la circundan son la fuerza antagónica. No son unos monstruos, pero se ven enfrentados a sus propios límites cuando el problema les toca la puerta. Justamente, la película trabaja sobre cuál es el límite de nuestra empatía. Una mujer fantástica justamente observa cuando nos toca la puerta el problema. Esa idea de que puedan existir personas menos legítimas que otras o amores menos legítimos que otros cuando no hay daño de por medio sino relaciones de segunda categoría. Observa con sospecha esa realidad y se pregunta quién declara eso, quién traza la línea y bajo qué autoridad. Eso resuena en la sociedad, en general, no solamente en la chilena. Tiene que ver con todo lo que está fragilizado y acorralado hoy en el mundo. Por eso, la película ha logrado una conexión antes que nada emocional y luego conceptual e intelectual.

–¿El film generó divisiones del tipo a favor o en contra del personaje en el público chileno?

–A veces, es necesario, porque si no fuera así, la película no estaría hablando de nada importante. Sin embargo, como director estaba preparado para soportar mucha más división de la que he encontrado, más del lado del comentario egoísta y de baja calaña, donde uno ve más saña y miseria. Desde que ha comenzado su viaje por el mundo en Berlín hace un año hasta llegar al triunfo en los Goya y la nominación al Oscar, la discusión ha sido potente y he encontrado muchísimo entusiasmo y mucha emoción. Yo pensaba que iba a ser mucho más difícil de lo que fue. Y estoy demasiado sorprendido todavía y agradecido de que la película haya encontrado tantos adherentes.

–¿La discriminación por la orientación sexual es un tema que atraviesa a todas las sociedades en este momento del mundo?

–Lo atraviesa en el sentido de que es un signo de todo lo que está discriminado y fragilizado. Como sociedad humana, estamos pasando por un momento muy complejo. Pareciera ser que hay coletazos de una fuerza que se resiste a morir cuando lo nuevo aun no acaba de nacer. Y tampoco nadie sabe qué hacer. Es demasiado tarde para las grandes soluciones y estamos en un momento en el que hay una encrucijada para el lado del peligro, pero también de protección. Y, en ese sentido, por supuesto que la lucha por la legitimidad de las personas resuena profundamente con la crisis que estamos viviendo hoy en el planeta. Atraviesa todo. 

–La Argentina tiene leyes de avanzada como la de identidad de género. ¿Está al tanto de cómo es la situación en Chile al respecto? ¿Hay interés político en reafirmar derechos de género?

–Hay una lucha de hace tiempo por conseguir una ley de identidad de género. Es muy difícil que la ley se ejecute, aunque hubo un pequeño avance hace poco: justamente el mismo día en que la película fue nominada, el proyecto pasó a una nueva etapa dentro de las que tiene que pasar para convertirse en ley. Pero la existencia de las personas transgénero no está reconocida por el Estado chileno.

En Una mujer... se luce la actriz trans Daniela Vega.