La imposibilidad de Lula, el candidato que posee mayores intenciones de voto, de competir en la contienda electoral de este año, introduce una tensión entre la opción elegida en forma mayoritaria y su exclusión como posibilidad viable. Esto aumenta la incertidumbre en un escenario político cuya situación ya se caracterizaba por la indefinición.
La persistencia en el imaginario popular del veterano líder, a pesar de las acusaciones de corrupción y los ataques de los medios, se explica por su obra política. Las transformaciones que produjo en la vida cotidiana de miles de brasileños que estaban sumidos en la pobreza. Su “revolución” de que los brasileños comieran tres veces al día.
La actuación arbitraria del Poder Judicial en la condena a Lula manifiesta una ausencia de ecuanimidad y añade inestabilidad en lugar de actuar como un factor de equilibrio. El principio de que la justicia es universal y la ley se aplica del mismo modo para cada ciudadano aparece cuestionado cuando se analiza el juzgamiento al ex presidente.
Esta nueva condición crítica se añade a la tradicional desconfianza hacia la clase política, reforzada por las irregularidades entre las grandes empresas y el Estado reveladas por la investigación Lava Jato, así como el impeachment de dudosa legitimidad que los políticos del PMDB-PSDB impulsaron a Dilma Rousseff –denunciado como “golpe” por la izquierda brasileña– y las acusaciones de corrupción que asedian al gobierno de Michel Temer.
La desconfianza del electorado hacia los actores políticos tradicionales es lo que explica que dos de los principales potenciales candidatos sean outsiders a la clase política: el ex militar de derecha Jair Bolsonaro, y el animador de Globo Luciano Huck.
A su vez, el alto perfil asumido por el empresario Joao Doria, actual intendente de San Pablo, es también expresión de la crisis que experimenta la clase política tradicional, lo que ha llevado a la aparición de nuevos personajes ajenos a los partidos. Esto se produce en un contexto de fragmentación partidaria y alta personalización de la política, que en Brasil no ha hecho más que avanzar en los últimos años.
Así como en Estados Unidos el discurso racista y contra la elite de Washington esgrimido por Donald Trump expresó la insatisfacción de los perjudicados por el modelo económico frente a la sociedad acomodada y bien pensante, en Brasil la insatisfacción por una situación económica penosa desde 2015 y la desconfianza hacia los políticos ha llevado al crecimiento del discurso racista y demagógico de Bolsonaro.
A pocos meses de las elecciones, las principales candidaturas no están definidas o consolidadas. Esto contrasta con el historial de elecciones entre 1994 y 2014, donde se presentaban dos candidatos fuertes de los principales partidos, PSDB y PT, que luego polarizaban y competían en una segunda vuelta por la presidencia. Resulta difícil imaginar un escenario de estas características para las elecciones de octubre de este año.
* Autor de Prensa tradicional y liderazgos populares en Brasil (A Contracorriente, 2017).