El sábado 16, mientras Cacho Castaña cantaba su clásico misógino “si te agarro con otro te mato” en sala principal del Teatro Colón, el ballet estable de la misma casa cerraba su año en el anfiteatro del Parque Centenario con la obra Giselle, en medio de denuncias contra la actual dirección del coliseo porteño.
“Con gran tristeza terminamos este año 2016”, escribieron en el Facebook oficial del ballet, en un detallado comunicado sobre la compleja situación que atraviesan los bailarines del principal teatro argentino. La cancelación –sin explicaciones- de las últimas dos funciones previstas para el 28 y 29 de diciembre fue la gota que rebalsó el vaso para la compañía. “Sentimos que nos cierran el telón de nuestra propia casa”, señalaron.
El 2017 no se perfila como un buen año para el ballet argentino. Las funciones fueron reducidas a su mínimo histórico y serán apenas 22. La percepción generalizada entre los bailarines es que en el Colón se priorizan los eventos privados, como el recital de Cacho Castaña o la charla de Al Pacino, por sobre el teatro lírico.
El malestar refleja un murmullo que desde hace tiempo se oye entre los habitués del teatro, frente a la presentación cada vez más frecuente de artistas populares programados por el Gobierno porteño o el alquiler de las distintas salas para eventos privados, como el festejo de fin de año del sindicato de Camioneros. “Nosotros tenemos que abrir el Colón a la música popular para que lo disfrute otro público. El Colón es una maravilla de todos los porteños, de todos los argentinos, cuanta más gente venga, mejor”, señaló el jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta.
“El Colón es un templo sagrado de lo clásico. No es por despreciar a ningún artista, pero cada género tiene su lugar. Nuestras funciones no se reprograman en otros teatros”, dijo a Página/12 una de las primeras bailarinas del ballet, que pidió anonimato.
El director artístico, Darío Lopérfido, y el director del ballet, Maximiliano Guerra, son el eje de las críticas, que van desde problemas logísticos –“ni siquiera es posible conseguir una bolsa de hielo luego de una caída”- y recortes de la programación hasta la denuncia sobre la utilización de obras del propio Guerra para reemplazar otras que ya estaban pautadas.
La decisión de Guerra de programar sus propios coreografías contrajo, además, otros problemas. La dueña de los derechos de Sir Kenneth MacMillan prohibió al Colón reproducir sus obras “dadas las similitudes con la obra de Maximiliano Guerra”.
Entre los cuestionamientos al ex bailarín mencionan imprevisión en el armado de los elencos y una constante inasistencia a los ensayos lo que, ante la falta de “maestros ensayistas capacitados”, implica que no se puedan tomar decisiones coreográficas sobre sus piezas “lo que ralenta y precariza el nivel de calidad de cada ensayo”.
“También hemos sufrido la pérdida de nuestro repertorio y tradición. Pese a que nuestro actual director, en reiteradas entrevistas con motivo de su asunción, afirmó que no iba a poner sus obras en la compañía, en 2015 se cambió el ballet Oneguin de John Cranko por una producción de Romeo y Julieta de Maximiliano Guerra. Ese mismo año realizamos una nueva versión de Cascanueces de nuestro actual director, llegando al ensayo pre-general, sobre el escenario, con la coreografía aún sin terminar. La temporada 2017 sigue siendo en detrimento del Ballet Estable, con únicamente cuatro títulos en el teatro, 22 funciones y una Gala donde la compañía tendrá escasa participación”, explican en la carta.
Guerra impuso además el modelo europeo de producción: apenas dos semanas de ensayo previo a la función, cuando antes se ensayaba ente uno y dos meses. Algunos bailarines no cuestionan este método importado, pero hablan de una contradicción: “Está bien nivelar hacia arriba, el problema es que si tenés pocas funciones, el tiempo de preparación es muy poco y salís rápido del training. Si hay 60/80 funciones anuales, es otra cosa”, explicó otro bailarín.