Escogió los números y las estructuras porque de chiquita se divertía siempre que le tocaba resolver situaciones problemáticas intrincadas. De grande, Alicia Dickenstein se convirtió en doctora en Ciencias Matemáticas (UBA), más tarde en Investigadora Superior del Conicet (en el Instituto de Investigaciones Matemáticas “Luís Santaló”) y en especialista en geometría algebraica, un campo que domina como la palma de su mano y por el que obtuvo diversas distinciones (entre las que se destaca el premio anual de la Academia Mundial de Ciencias en 2015). En la actualidad, se desempeña como vicepresidenta de la Unión Matemática Internacional (IMU), un organismo históricamente dominado por hombres. En esta oportunidad, una de las científicas más importantes de Argentina, comparte la belleza de la matemática; describe por qué la disciplina es tan “humana y universal”, apela a la creatividad y despierta la conciencia artística de los más pequeños; e invita a las mujeres a combatir los estereotipos de género que bloquean el florecimiento del campo –sagrado– de las ciencias exactas.
–¿Por qué estudió matemática cuando casi nadie la estudiaba?
–Porque me divertía mucho. En el secundario teníamos una profesora de química que todos odiaban y a mí me encantaba en secreto. Se pasaba todo el cuatrimestre explicando teoría y cuando llegaban los exámenes solo tomaba ejercicios prácticos. Con el tiempo descubrí que me atraían ese tipo de situaciones en las que debía deducir qué hacer, razonar un problema y no solo aplicar fórmulas. Luego realicé un test vocacional y me enteré que podía estudiar matemática, ya que ni siquiera sabía que existía la carrera. Al ingresar a Exactas (UBA) cursé una materia con Gregorio Klimovsky que me llamó muchísimo la atención, encontré personas que compartían mis gustos y superé la timidez que tenía inicialmente. Comencé como ayudante, me recibí y nunca más pude soltar esa pasión.
–Lo que comenzó como diversión tuvo final feliz. Hoy es una de las principales matemáticas del país...
–En general son los físicos los que a través de la matemática buscan conocer y explicar algún fenómeno del universo, pero en mi caso fue distinto porque realmente no tenía idea de por qué lo hacía. Por aquel momento, llegó al país Miguel Herrera, un matemático excelente que luego sería mi director de tesis de doctorado. Cuando falleció en 1984, el grupo que lo acompañaba –incluyéndome– se desarmó y todos debimos interrumpir nuestros proyectos. Por un tiempo no supe cómo culminar la tesis porque no había nadie en Latinoamérica que supiera más que yo en el tema que trabajaba (geometría analítica compleja); me encontraba en un páramo. Afortunadamente, meses antes de su muerte, me había ayudado en la redacción de un artículo para publicar en una revista de prestigio en el área y eso me dio aire para seguir investigando. Siempre había sido una excelente alumna pero el desafío era plantearme nuevos problemas. Al país no llegaban revistas ni profesores, no podía aprovechar nada. Sufría mucho por no poder ser productiva.
–En aquella época viajó al Centro Internacional de Física Teórica en Trieste (Italia).
–Sí, estuve un mes y medio y me ayudó mucho. Mis hijos estaban más grandes, me encontré con personas que trabajaban temas más o menos afines y aprendí inglés. En ese viaje advertí una premisa muy importante: si lograba conseguir la información que tenían mis pares de otras partes del mundo podría realizar trabajos de calidad internacional. Más tarde, fui invitada a cursos internacionales que me sirvieron para aceitar los vínculos con otros matemáticos desperdigados por los continentes.
–¿Qué particularidades tiene pensar con los ojos de la matemática? Con Pitágoras aprendimos que los números podían explicar el mundo.
–La mirada del matemático es crítica. Hay una anécdota muy interesante que es útil para responder a su pregunta. Hace algunos años estaba en un instituto en Brasil y un colega contaba que hacía surf por las playas de Río de Janeiro. En medio de un almuerzo, otro compañero afirmó: “Las playas de Hawaii no son peligrosas porque el porcentaje de accidentes es muy bajo”. Y el primero respondió: “No, la playa es peligrosísima, tanto que los únicos que van a surfear son aquellos que se encuentran en un nivel excelente; el porcentaje bajo no representa a los surfistas comunes”. Esto hacemos precisamente los matemáticos: comprendemos cuáles son las hipótesis, exploramos los contextos y realizamos demostraciones que pretenden valer para siempre.
–¿Cuánto debemos confiar en esas “demostraciones para siempre”? ¿Las computadoras son más fiables que los humanos cuando realizan cálculos y predicciones?
–Los matemáticos necesitamos a las computadoras; en la actualidad resulta tonto intentar prescindir de la informática. Sin embargo, también vale desconfiar ya que debemos tener muy en claro que quienes arman los algoritmos con los cuales operaran las tecnologías son personas y se pueden equivocar. El principal error es observar a los números como si fueran algo objetivo, sin advertir que hay muchas elecciones implicadas en el diseño y la evaluación de una estadística.
–Usted siempre indica que la matemática es una actividad “humana y universal”. ¿Por qué a los chicos les cuesta tanto aprenderla?
–Pienso que todos podemos aprenderla porque está en nuestros cerebros, es una cualidad inherente al ser humano. En el pasado, el conocimiento matemático se mantenía en secreto porque aquellos que lograban hacer cuentas eran los que tenían poder y engañaban al resto. Los libros que enseñaban al pueblo cómo realizar cálculos estaban prohibidos. Se cree que la matemática es algo organizado y estático, cuando en verdad representa una actividad muy creativa. La cara de felicidad de los niños cuando aprenden a disfrutar de los números es impagable. La clave es que aprendan a pensar el proceso, a buscar alternativas y no tanto a memorizar fórmulas. Las matemáticas están en todas partes, por eso, las situaciones problemáticas contextualizadas –con elementos cotidianos– son centrales para contagiar el interés.
–Hace poco el matemático Pablo Amster comentaba que la disciplina tenía mucho de arte y creatividad. ¿Qué piensa al respecto?
–Sin dudas hay objetos matemáticos hermosos. Desde la UBA desarrollamos el proyecto “Moebius” que propone acercar a los estudiantes a la belleza de la matemática a través de experiencias estéticas interactivas. En este sentido, lo que tiene la matemática de espectacular es el poder de predicción; a partir de la construcción de modelos se puede pensar de una manera muy adecuada cualquier problema de la realidad. Por ejemplo, saber cómo actuarán las drogas suministradas a un paciente en un tratamiento para una determinada enfermedad. O bien, el diseño asistido por computadoras, que permite predecir en qué momento dos móviles pueden llegar a cruzarse o no. Las ecuaciones de sus trayectorias son centrales para medir cómo debe actuar un robot implicado en operaciones quirúrgicas. Si la plataforma sobre la que está asentado se desplaza, el paciente puede tener serios problemas y la fórmula que está detrás de aquel funcionamiento fue diseñada por matemáticos.
–¿Cómo se investiga en matemática? Usted se especializa en geometría algebraica...
–La ciencia es una creación colectiva y cada uno realiza un aporte; sin embargo, la parte más difícil del proceso continúa siendo la transmisión de la información entre los colegas, es decir, enterarse de qué avances se realizan en otras partes del mundo. Para investigar es fundamental aprender a hacerse preguntas, ya que hay respuestas que requirieron siglos y siglos en poder ser reveladas (el Teorema de Fermat es un buen ejemplo). En el último tiempo trabajé en aplicaciones a redes de reacciones bioquímicas, un campo bastante matematizado por los ingenieros. Lo que hicimos fue observar redes distintas y hallamos estructuras subyacentes que nos permiten demostrar procesos biológicos que valen en todos los casos al mismo tiempo. El desarrollo de los problemas matemáticos, a priori desconectados de la realidad, pueden aprovecharse mucho tiempo después en situaciones concretas y fundamentales de la vida.
–Por último, se desempeña como vicepresidenta de la Unión Matemática Internacional. ¿Por qué a las mujeres les cuesta hacer carrera en ciencias exactas?
–Hay un doble prejuicio sobre la matemática y sobre las mujeres científicas, que se expande de manera inconsciente. En una reunión reciente, una colega comentó: “Mi marido me ayuda mucho y me cuida a los chicos”. Y le respondí: “No te cuida a tus hijos porque también son de él”. Las etiquetas se observan en las tonterías más mínimas pero la realidad es que las convenciones y los estereotipos sociales son muy fuertes. Para quebrar el sentido común es necesario que las mujeres conozcan la oferta académica –ya que nadie puede elegir algo que no conoce–, discutir la censura externa y combatir, finalmente, la autocensura.