¿Cómo filmar el amor? ¿Cómo escribir sobre el amor? En ambos casos se requiere de un arduo trabajo de traslación, que permita abordar el reino de lo etéreo, lo nunca del todo cognoscible, lo que no se muestra a los ojos, trasplantándolo al terreno de lo concreto, lo que puede verse o formularse, describirse o expresarse en acciones. Para filmar Llámame por tu nombre, el realizador italiano Luca Guadagnino (Palermo, 1971) tuvo que hacer una traslación de segundo grado, al adaptar (por vía de James Ivory, autor del guion) la novela homónima del egipcio, radicado en Estados Unidos, André Aciman (hay edición de Alfaguara). Una de las sorpresas del Oscar de este año, Llámame por tu nombre está nominada como se sabe a cuatro de esos premios, incluyendo el más importante, Mejor Película. Parece tratarse del típico caso de película independiente que ocupa el casillero “de arte” (que este año comparte con Lady Bird, de Greta Gerwig), que recibe varias nominaciones pero ningún premio. Aunque algún premio va a tener que llevarse, si la Academia no quiere cargar con nuevas acusaciones por discriminación.
La sensación más fuerte que genera en el espectador Llámame por tu nombre es la de ser parte del mundo que se narra. Un mundo veraniego y adolescente, hecho de pereza, siestas calurosas, un amplio palazzo familiar donde vive Elio, rincones oscuros en los que ocultarse del sol o de la mirada de los otros, paseos entre amigos en bicicleta, la vista del lago abajo, el bosque cercano, la laguna donde darse chapuzones. La clase de sensualidad del que se deja arrastrar por un río quieto haciendo la plancha. Es 1983, “en alguna parte en el norte de Italia”, según dice el cartel, y Elio (Timothée Chalamet, actor estadounidense hijo de francés, presente también en Lady Bird) se halla allí en unas vacaciones que parecen eternas junto a sus padres, matrimonio de eruditos estadounidenses, cosmopolitas y judíos. Elio tiene diecisiete, lee cosas como los Fragmentos cósmicos de Heráclito y es capaz de improvisar fragmentos al piano, tocados según el estilo de distintos compositores clásicos. Con sus padres suele hablar en francés. Aunque en castellano suene feo, los Perlman son lo que los franceses llaman BoBos: bohemios burgueses.
Elio tiene su chica, Marzia, que es francesa (Esther Garrel, hija del realizador Philippe Garrel y hermana de Louis). Pero desde que llega a la casa el nuevo pasante de su padre, un veinteañero llamado Oliver (hay que hacer un esfuerzo para darle esa edad a Armie Hammer, que había sido la pareja en el closet del todopoderoso director del F.B.I. en J. Edgar), Elio no puede dejar de observarlo. De allí en más su vida anterior se alterna (aquí nada se rompe del todo, al menos hasta la escena final; todo es tan suave y acompasado como las tardes lombardas) con la progresión del acercamiento entre ambos. Está el tema de la edad de Elio y el hecho de que Oliver es discípulo e invitado de su padre, pero tal vez influidos por el aire del país de Baco (y no el de la Iglesia, que parece estar a varios planetas de distancia), no hay nada que a ambos les dé culpa, ni preocupación, ni hesitación, que no sean los propios vaivenes del deseo.
Hay en Llámame por tu nombre algo así como una sensorialidad de la narración, dada por el tempo cinematográfico, los juegos de luces y sombras (las que cruzan el rostro de Elio, por ejemplo, antes de iniciar una masturbación imprevista en el altillo), la duración de cada plano, el trabajo sobre los colores vivos (vivos del deseo, sobre todo de Elio, que literalmente se monta sobre el más cool Oliver, y vivos de luz italiana) realizado por el fotógrafo tailandés Sayombhu Mukdeeprom, que trabajó en alguna ocasión con Apichatpong Weerasethakul. Ha sido muy sabio Luca Guadagnino al elegir para su película ese estilo reposado, casi invisible y opuesto al de su film anterior, una remake muy libre de La piscina llamada A Bigger Splash, donde, también en medio de un verano pero más quemante, todo era gesto aparatoso, seducción notoria y estilo llamativo. Teniendo en cuenta que su próxima película es otra remake, en este caso de Suspiria, de Dario Argento, puede suponerse que mucho de ese estilo va a volver. Difícil que haya allí, como aquí, la creciente y no hablada tristeza de la separación, primera prueba del paso del tiempo, o de la fuerza de la distancia, y que un memorable plano fijo final permite compartir.