Desde Ciudad de México
Falta poco para el 22 de abril, el día en que le darán el Premio Cervantes, una especie de Nobel en español, que tan bien ha caído en Nicaragua, un sitio lleno de escritores –como Rubén Darío, por ejemplo– y donde el sandinismo ha devenido en un “gobierno de familias”. Así piensa el galardonado Sergio Ramírez (Masatepe, Masaya, 5 de agosto de 1942), que da vueltas y vueltas sobre el discurso que leerá frente a los reyes Felipe y Letizia en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid). No quiere adelantar nada, a pesar de que desde que recibió anuncio del Premio en su casa no para de sonar el teléfono y la verdad es que la literatura anda un poco de receso. Sin embargo, ya se sabe que para recibir el Cervantes hablará sobre Rubén Darío, “el más cervantino de todos”, de no tenerle miedo a la página en blanco (“algo que yo disfruto muchísimo”, asegura) y recordará a los “maestros del boom, porque de ellos aprendí todo y fui además un gran amigo”.
El escritor vive el Cervantes como una fiesta para todo Centroamérica, un sitio atosigado por la política, pero donde también nació gente como Miguel Angel Asturias y José Martí. La nueva novela de Ramírez, Ya nadie llora por mí, es una especie de continuación de Adiós, muchachos, “porque sigue tocando las fibras de lo que es Nicaragua”. “Una obra literaria hay que verla como un todo y recordé una frase de Mario Vargas Llosa cuando decía que los escritores somos verdaderos buitres sobre la carroña. Esto se aplica mucho a lo que sucede en América latina, en donde las anormalidades son tan visibles, tan terribles, que vivimos de lo terrible. No es que fuera a dejar mi oficio si estos temas se acabaran, pero tendría que buscar otro ángulo de interés”, explicó.
Escritor y periodista, autor de Margarita está linda la mar, con la que ganó el Premio Alfaguara en 1998, Ramírez, vicepresidente de Nicaragua entre 1979 y 1980, uno de los líderes de la Revolución Sandinista, fue muy “cronicado” por periodistas de todo el mundo y de la época. “En mi biblioteca tengo 400 libros de crónicas dedicadas al sandinismo, escritas por estadounidenses, mexicanos, alemanes... Claro, ese tipo de acontecimientos tienen mucha cuerda y generan las reflexiones periodísticas que luego dan paso a las crónicas, que pueden ser luego recogidas en un libro. Las crónicas nunca mueren, muere el periodismo diario”, asegura.
“Lo importante de una crónica es cómo está escrita. Pueden contarme una verdad en cuatro líneas y luego la olvido, porque no me resulta atractiva. En el estilo está todo. Es aquello que decía mi paisano, el poeta Rubén Darío: la gran lucha de la literatura es perseguir un estilo que no encuentra la forma”, dice. Quizás el estilo, ese elemento de cómo uno cuenta las cosas, es lo que lo ha perseguido a lo largo de tantos años, sobre todo después de hacer caso a su madre que le decía “lo tuyo es la literatura”. Y Ramírez volvió a los libros en 1996, luego del fracaso del FSLN y de sus conocidas disidencias con su excompañero de lucha –hoy presidente de Nicaragua– Daniel Ortega y el ya fallecido ideólogo de la Revolución, el comandante Tomás Borge.
“Borge solía recibir a Julio Cortázar en una humilde casa de Bello Horizonte, donde no vivía, toda una escenografía: su mansión estaba oculta detrás del jardín al que se llegaba por una puerta secreta”, le dijo en una oportunidad al periodista salvadoreño Carlos Dada. La anécdota es reflejo del inmenso abismo que separa al escritor con sus antiguos compañeros de batalla. Ahora su lucha es la que entabla cuerpo a cuerpo y diariamente con la escritura. “Para mí, escribir es un estado de gracia y representa encontrarme todos los días con el milagro de inventar”, asegura. “Disfruto inventando, aunque hay que decir también que no hay gozo que no tenga un poco de sufrimiento, y no siempre se puede trasladar la imaginación a las palabras y hacerlo de corrido”.
–¿Cómo se enteró del Premio Cervantes?
–Estaba en Managua y de pronto recibí una llamada que era del Ministro de Relaciones Exteriores (Alfonso Dastis), en la que me anunció que había sido premiado. A partir de ese momento, mi vida resultó alterada de manera radical. Estaba preparándome para desayunar y luego irme a trabajar como todas las mañanas, me encierro todos los días. Pero esa fue una jornada demasiado agitada, de visita, llamadas telefónicas, entrevistas de prensa, así amanecí al día siguiente.
–¿En algún momento pudo reflexionar sobre el Cervantes?
–Las entrevistas de prensa me ayudaron a reflexionar en voz alta sobre el Premio. Todas las preguntas se dirigían a eso, a recordar lo que el galardón significa, los escritores que lo han ganado. En América latina, desde Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, el español Caballero Bonald, en México nada más ni nada menos que José Emilio Pacheco... Entonces asusta un poco sentirse subido a esta plataforma.
–Además porque es usted un escritor muy activo.
–Sí, sobre todo porque mi vida literaria se vio interrumpida por mi paso por la Revolución. Pasé 10 años sin escribir nada; de los 35 a los 45 años no escribí una línea. Podrían haber sido los años más productivos de mi vida, no lo sé. Traté de recuperar ese tiempo... Bueno, en medio de la Guerra de Nicaragua escribí Castigo divino (una novela policial folletinesca, ahora reeditada), en las horas de la madrugada, pero cuando abandoné la política en 1996, hace muchos años ya, me dediqué a recuperar el tiempo y a convertirme en un escritor convencional, con horas fijas para escribir, en una disciplina que yo mismo me impuse. No pienso que un premio de esta naturaleza vaya a sacarme de la escritura, sino más bien a meterme aún más en ella. ¿Adónde me voy a retirar? Ya estoy retirado a la escritura desde hace bastante tiempo y la escritura es un vicio de por vida. Mi vida es escribir y este premio viene a confirmarlo.
–¿Se siente arrepentido de haber dejado de escribir?
–No, no tiene nada que ver con el arrepentimiento. Es un hecho, hice otras cosas que fueron decisivas en mi vida y que han alimentado en muchos sentidos mi escritura. Lo que escribí después nunca más fue lo mismo. En Adiós, muchachos traté de hacer esta confesión y hacerla en términos literarios. Quien escribe un relato, un relato que no es de ficción pero hecho con las herramientas de la ficción, se da cuenta de que la vida no es monótona, está compuesta de muchas circunstancias. Y una de las circunstancias clave en mi vida fue la Revolución Sandinista. No haber estado ahí hubiera sido traicionarme. Ocurrió lo que ocurrió, y me tocó primero hacerlo y ahora narrarlo y escribirlo. Seguir adelante con la escritura.
–Hay una gran dicotomía entre lo que hoy es Nicaragua con los principios de la lucha.
–Sí, bueno, obviamente hay un sentimiento de profundo disgusto, de incomodidad. Lo veo ahora de otra manera. No como alguien que puede intervenir para cambiarlo, porque siento que ese tiempo para mí ya pasó, sino como alguien que puede hablar de eso, no callar acerca de eso. Mis sentimientos no han cambiado: en Nicaragua hemos vivido la metáfora de la que habla Albert Camus, de llevar la piedra hasta el principio de la colina y de saber luego que va a rodar hasta el pie, hay que volver a recogerla y volver a llevarla hacia arriba. Es un sentimiento muy incómodo ser de esa generación, haber formado parte de esa lucha y ver qué hemos heredado a los jóvenes. Luchamos, pero no resultó. Los millenials, los nacidos en los ‘80, ven a Nicaragua de una forma muy diferente a cómo yo la veo. No hay nostalgia por ese mundo que ellos no ayudaron a construir y tampoco lo conocen bien. Tienen una versión deformada, no se hacen cargo del mundo, del modo que vivieron sus padres.
–¿Cómo está Nicaragua ahora?
–Es distinta. En los años 80 fue muy difícil, años de escasez, de sobrevivir, comparada con la Nicaragua de hoy en día, que es una mescolanza de todo. Inversiones, edificios que crecen día a día, centros comerciales, pero por debajo una inmensa pobreza. Nicaragua es una adorno de pobreza: la situación estrictamente hablando estructural del país no ha cambiado nada. El 70 por ciento de la población vive con 2 dólares diarios, el empleo informal alcanza el 70 por ciento. Nicaragua vive como en el siglo XIX: café, oro, ganado... El bienestar que nosotros pensábamos se ha ido de fragua con la Revolución. El país sobrevive por un elemento determinante que es la exportación de gente. Este año van a ser muchísimos dólares de gente que se ha ido a trabajar a Estados Unidos, a Costa Rica, y ese es el ingreso más alto del país. Produce más que el oro, que la plata, que el café, que el ganado, que la carne. Creo que cuando un país vive de la exportación de su gente cae en la degradación. Y eso es lo que mantiene la economía viva. Uno ve las grandes colas de gente frente a las oficinas de Wester Union o de locales similares, cobrando el dinerito que alguien que está trabajando lejos les envía.
–¿La literatura puede hacer algo para cambiar esto, que se ve no sólo en Nicaragua, sino también en el resto de América latina?
–Un libro no cambia. El discurso narrativo no transforma, pero sí impone, que es algo distinto. Es muy importante que la literatura imponga, comunique sentimientos, sensaciones. El hecho de que un lector reconozca que su realidad está siendo narrada a mí me parece muy importante. Que la literatura descubra lo que está ocurriendo frente a los ojos de los lectores.
–Su última novela, Ya nadie llora por mí, ¿dice algo de todo esto?
–Sí, dice todo, habla de la Nicaragua de hoy en día, tal como está, el poder, los elementos subterráneos del poder; es una exploración. El inspector Morales es un personaje que hace de ese mundo algo totalmente contemporáneo.
–Usted siempre está atado al cuento. ¿Le resultó disfrutable escribir esta novela?
–Siempre disfruto escribir. Lo más importante cuando uno se enfrenta con un escrito es disfrutar, encontrarle gozo a la escritura. Luego viene el disgusto de corregir; un disgusto necesario, una tarea ardua, difícil, a la que hay que entregarse con la misma pasión con la que uno se entrega a crear.
–¿Tiene algo ahora?
–Unos cuatro o cinco cuentos nuevos. Es lo que estaba haciendo cuando me llamaron para el Cervantes. Ahora tengo que escribir el discurso y tengo muchos compromisos antes del premio...