Hay diferentes formas de plebiscitar la política de un gobierno. En la Argentina existe toda una liturgia alrededor de eso. No se practica solo con el voto. También se expresa en las calles y nuestra historia lo ratifica de manera contundente. Pero cuando la demostración de repudio hacia un Presidente nace en una cancha de fútbol y se replica a un acto de masas, el dato refleja una conducta opuesta. La experiencia indica que suele suceder al revés. Que la industria cultural nutre a los cantitos de las hinchadas. Múltiples hits musicales se transformaron en himnos tribuneros. Con Macri empezó a suceder algo diferente.
El “Mauricio M… la puta que te parió” que entonaron miles de hinchas de San Lorenzo el 4 de febrero tras un empate con Boca, pareció que había sido una demostración del malhumor futbolero. Se atribuyó en los primeros análisis a un mal desempeño arbitral. Muy perjudicial para el equipo de Boedo. Ese agravio a la madre del Presidente se repitió en un partido de básquetbol. Y otra vez con hinchas de San Lorenzo como protagonistas. Lo distinto fue que el rival no había sido Boca.
Pasaron los días y regresó el mismo cantito con Macri como blanco, pero en la cancha de All Boys. Y días más tarde se replicó en el estadio Monumental, con el público de River cantándolo a coro. En ninguno de los dos casos jugaba el equipo del mellizo Barros Schelotto. La bronca bajaba desde las tribunas y plateas aunque sin la certeza de que fuera un mensaje unívoco. Podía tener un componente de enojo futbolero y otro de rechazo a las políticas de ajuste del gobierno.
El multitudinario acto de ayer en la 9 de Julio y Belgrano acaba de disipar las dudas, por si algún desprevenido las tenía. Cuando los trabajadores empezaron a cantar por quinta vez en dos semanas “Mauricio Macri la p… que te parió”, ya no había una tribuna detrás, una mole de cemento, una coreografía de banderas de River o San Lorenzo. Había camioneros, empleados, públicos, docentes, integrantes de organizaciones sociales, militantes políticos, hombres y mujeres de a pie sin identificación partidaria. No repudiaban a Macri por ser el presidente de Boca que fue entre 1995 y 2007, y sí por ser el presidente de todos los argentinos que gobierna para apenas un puñado.
Hugo Moyano arrancaba su discurso y en un gesto visible pidió que se interrumpiera el cantito que empezaba a tomar vuelo. “Dejen, no hace falta”, le solicitó a la multitud. Casi de inmediato, cesó el grito repetido por miles de voces en cadena. El dirigente camionero impuso su capacidad de persuasión. Un hecho que en el fútbol difícilmente podría repetirse. Las dictaduras cívico-militares en los años 50 y 60 no consiguieron impedir que los hinchas cantaran la marcha peronista. Ni tampoco la dictadura genocida del 76, que hasta detuvo a los de Nueva Chicago una tarde en Mataderos por hacerlo.
Hoy no parece que la gente necesite reivindicar la memoria de Perón, Evita o el peronismo en un estadio. Para eso tiene otros escenarios y otras movilizaciones por venir. En cualquier plaza o avenida de Argentina. Además, llevamos casi 35 años de democracia ininterrumpida. Pero la reproducción del cantito que plebiscita la política de Macri, amenaza transformarse en un tsunami de rechazo. Con la posibilidad para el gobierno de que se torne insoportable a sus oídos. En una cancha no habrá un dirigente sindical que pueda pedirle silencio a la multitud. Al contrario. Sería indetenible.