Mientras Black Panther continúa arrasando la taquilla a lo largo y ancho, la tenista Serena Williams organiza funciones privadas para niñitas afro que aspiran a convertirse en científicas; la actriz Octavia Spencer alquila una sala para que chicuelos sin recursos puedan verla en confortables butaquitas free of charge; Michelle Obama y Oprah Winfrey se deshacen en muy públicos y muy sentidos elogios, y así… Más que comprensible el entusiasmo que ha generado la última producción del universo cinematográfico de Marvel, que traslada a pantalla grande al personaje de traje felino creado por Stan Lee y Jack Kirby en los 60´s. Desde el vamos salda varias deudas pendientes: que un director negro (Ryan Coogler) dirija por primera vez un film de superhéroes de alto presupuesto; que una peli mainstream tenga un elenco predominantemente de color; que completen el dream team guionistas, sonidistas, productores de ascendencia afro... Colmo de bienes, sin caer su argumento en los facilismos del género super-acción, con una trama que contrasta cosmovisiones diametralmente opuestas acerca de cómo lidiar con la brutal discriminación y los cinco siglos de explotación de África en manos de Occidente; que se zambulle sin pruritos en peliagudos tópicos, como la apertura de fronteras a los y las inmigrantes y el nacionalismo; que celebra y exalta la multiculturalidad africana; que desbanca (y se mofa) de los tontos prejuicios contra la comunidad negra...
Y todo esto con pilcha encantadora, si se permite la nota no tan banal. Porque en Black Panther, que rebosa de referencias al continente (“el sonido hueco de una percusión tuareg, las mantas sotho que sirven de escudo al ejército de Wakanda, los rasgos masái de las amazonas del rey...”, detalla El País), párrafo aparte amerita el descollante vestuario a cargo de Ruth Carter (Selma, Amistad, Malcolm X). Con la expresa intención de rendir homenaje a las ricas y diversas culturas de África, como salta a la vista en las más de 700 piezas que visten al film, la estudiosa artista definió la ecléctica paleta de colores, texturas, tramas, basándose en la producción textil artesanal de las tribus Tuareg, Turkana, Suri, Himba, Dinka... Y aunando tradición con modernidad, propuso “una concepción negra del futuro, arraigada en la determinación política y la expresión creativa”. El traje de Black Panther, por caso, incluye “la geometría sagrada de África”; los collares de las guerreras son un guiño a las mujeres Ndebele; el sombrero de la reina madre remite a aquellos llevados por las mujeres casadas del pueblo Zulu; por citar unos pocos ejemplos.
Evidentemente, el –ficcional– reino africano de Wakanda brilla con luz propia, y más de un civil estará tramitando ya la visa para mandarse a mudar allí. Y es que, precisamente por no haber sido colonizado por el hombre blanco, pudo florecer hasta convertirse en un paraíso tecnológico, el país más rico y avanzado del globo. Que, amén de preservar su ideal modo de vida, adoptó el aislacionismo, desatendiendo a la diáspora y a los conflictos raciales que se multiplican fuera de sus tierras. Claro que, en las dos movidísimas horas de cinta, se cuestionará el flamante rey T’Challa (Chadwick Boseman), aka Black Panther, preceptos y tradiciones heredadas, debiendo lidiar al mismo tiempo con su primo golpista, el mercenario Erik Killmonger (Michael B. Jordan), que a diferencia del pacifista héroe Pantera, pretende una revolución mundial mortíferamente armada.
Porque la unión hace la fuerza, no está solo el noble T’Challa en su cruzada; y hete aquí la cuestión: quienes le salvan las papas del fuego y lo desafían a pensar de modo diferente son las mujeres. Ninguna damisela en apuros bajo el afro futurista cielo de Wakanda: una científica, una guerrera, una espía y su reina madre hacen de fieles compinches en las andanzas, superando en habilidades varias al desprejuiciado varón. “Aunque Marvel ha sido consistentemente criticado por no centrar sus películas en sus personajes femeninos, en Black Panther son ellas las que, con sus ideas y su determinación, dictan los términos en los que se desarrolla la rivalidad entre los protagonistas”, advierte The New Yorker, sumando que mientras el héroe se relaciona con ellas como lo que son, sus iguales, el villano Killmonger asesina sin hacer distinción de género; ay, ay, almita ecuánime...
La científica, por cierto, es la desenfadada Shuri (Letitia Wright), hermana menor de Pantera Negra de apenas 16 pirulos, brillante inventora capaz de desarrollar las innovaciones más avanzadas, del tipo que sacaría canas verdes al mismísimo Tony Stark (por no haberlas creado él, sobra decir). La guerrera es Okoye (Danai Gurira, Michonne en Walking Dead), ducha en el manejo de lanza, mejor batalladora de la nación. Calvita líder de las Dora Milaje, fuerza especial ciento por ciento femenina encargada de proteger al rey, logra que los más rudos se arrodillen (literalmente) frente a ella. La espía es Nakia (¡Lupita Nyong’o!), hábil en subterfugio y en combate cuerpo a cuerpo, inflexible humanista que asiste en nobles causas de países extranjeros, salvando -al comienzo de la cinta- a un contingente de muchachas secuestradas (cuyo trágico destino –de no haber ella intervenido– se puede intuir…). Y la reina es la grácil Ramonda, interpretada por theone and only Angela Bassett.
“Black Panther no hace sino reflejar lo que ya sucede con las mujeres afroestadounidenses. De 1997 a 2017, se han multiplicado como dueñas de negocios en un 605 por ciento. En la última elección presidencial, votaron en un 94 por ciento a Hillary Clinton, dejando en claro su posición contra Trump y su plataforma basada en la intolerancia. Y más cerca en la cronología, salvaron a Alabama con sus decisivos votos, que permitieron el histórico triunfo del demócrata Doug Jones en uno de los bastiones más conservadores del sur profundo”, advierte el sitio Refinery 29 sobre las mujeres afroamericanas. Motores del cambio, sin lugar a dudas.