Daniel Ontiveros presenta en estos días una exposición “de cámara”, en la galería Laura Haber. Se trata de la muestra Setenta y dos, en la que el pintor pasa revista de manera personal, por momentos íntima, a ciertos sucesos y procesos del año 1972, que marcaron la historia argentina y, en algunos casos, la historia mundial, y cuyos ecos, detonaciones y esquirlas marcaron también al propio artista, quien diez años después (en 1982) se transformaría, por designio de la dictadura, en combatiente de la Guerra de Malvinas.

Ontiveros nació en Buenos Aires en 1963. Vivió y se formó en Mar del Plata, en la Escuela de Artes Visuales de esa ciudad. Ganó las becas Taller de Barracas (1996); Fondo Nacional de las Artes (2001),  Antorchas (2004) y Guggenheim (2007).

En 2008 fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires y Ciudadano Ilustre de la Provincia de Buenos Aires en 2015.

Lo que sigue es parte de la entrevista realizada en la galería el último sábado.

–¿Cuál fue le punto de partida de esta exposición?

–Esta serie comencé a pensarla hace unos diez años, al encontrar en la Feria del Libro la reedición de unas figuritas del año 1972, que yo creía fruto de mi imaginación. Junto a los tarjetones de equipos de fútbol salían las figuritas Platos Voladores al ataque!!, con guión de Oesterheld e Ilustraciones de Breccia, cosa que yo hasta entonces desconocía pero que las cargaba de sentido. Empecé a pensar y a relacionar hechos y circunstancias personales de mi niñez en Mar del Plata, con hechos y situaciones que se daban en la realidad política y social en aquellos años.  

–¿Por qué elegiste el año 72?

–La cifra 72 se compone de 7 y 2, que suman nueve: la edad que yo tenía en ese entonces: la certeza de las matemáticas y la apuesta de la numerología. San Lorenzo es primer bicampeón argentino. Con mi hermano jugando a las cabezas. Todo era felicidad. El mar, la playa. Diez años antes de Malvinas. El camioncito de Agip Gas (ENI) viniendo a mi casa a traer las garrafas. Coincidencias simples, convertidas en sincronías significativas, al menos para mí. 

–La memoria histórica y los cruces con la historia personal y familiar están pasados por el “filtro” de la pintura. 

–La memoria y la historia son temas constantes en mis trabajos. ¿Qué se puede hacer con eso? ¿Vale seguir con la pintura? ¿Es un arte contemporáneo posible? ¿Qué hay de la poesía? ¿Y la cuestión del tamaño? La sala pequeña, el recinto, la cámara. La música de cámara. ¿La pintura de cámara?. El formato bienal o de gran feria; el cubo blanco y el pintor. El oficio del pintor, 30.000 años en cuestión en un mundo plagado de imágenes vacías de sentido. 

–Los años setenta fueron pensados y debatidos durante la última década.

–El “setentismo”, los “setentistas”, se pueden pensar, repensar. Hay cuestiones irresolutas, el arte del momento y el arte de ese momento –estertores del pop, infecciones plebeyas que me dan vuelta en la cabeza–. Posibilidades propias frente a las mareas y mareos de las modas. Todo eso para ensayar, arrepentirse, partirse, partir y devenir. Las obras resultantes son ensayos (incluso con carga literaria), pruebas, intentos de pensar esas cuestiones y encarnarlas en elementos esencialmente pictóricos que sean significantes. Intento encarnar y no ilustrar. Es fundamental el recurso del pentimento. El error, el pequeño defecto indisimulado, mi edad y sus límites. No ya la intención de la perfección en el hacer que disimule la fragilidad del hecho. Pequeños homenajes y correcciones inmodestas de maestros queridos y admirados. Ese es al menos el intento: todo lo demás se completa en el observador. 

Gorrifontana (detalle), pintura de Daniel Ontiveros.

 

–Podemos hablar de algunas obras en particular. El cuadro que abre la muestra, por ejemplo, es Epicúreas, un acrílico de dos metros por dos, sobre madera, con troncos pintados de plateado y flores plásticas, que pintaste hace dos años.

–Es una marina que sirve de fondo para el número “72”, que cuelga suspendido, en ramas de un árbol muerto que fue plantado por mí. Al cortarlas, platearlas y ponerles florcitas plásticas les doy una nueva vida. Operación taumatúrgica propia del arte. Y recuerdo las cercas artesanales de principios de siglo veinte, de ramas de cemento. En mi mente repito la operación de Trompe l´loeil, cambiando el uniforme de combate por el número exacto de su década previa. Malvinas por venir y yo pintando marinas en la playa. Epicuro,  la vitalidad y la felicidad inteligente de la Grecia amada. Bañada de mar, como Mar del Plata.

–Después podríamos remontarnos a un siglo antes: 1872, con otro cuadro donde el tema es el mar. Una versión tuya (Regates en Argentine) de un cuadro de Monet (Regates a Argenteuil). 

–No sólo hay una coincidencia de años, sino que aquella pintura de Monet es la que mi papá, ebanista, me hacía copiar para aprender a “pintar al óleo”. Este año la volví a copiar. Creo que me quedó mejor… le agregué unos huesitos en relieve, que apenas se ven. Unos fémures de cartoon. Huesos en el río. Impresión. Pinceladas yuxtapuestas. Disrupción en la sala de espera del dentista.

–El tópico del gaucho reaparece en tu obra con la pintura Civilizar y barbarizar.

–Es un gaucho de postal, con cielo celeste a lunares negros. Uno más de la serie de los gauchos. Una pintura no pintura. La pintura ecuestre, la felicidad de pintar caballos. Y al mismo tiempo la “imposibilidad” de hacerlo en el llamado “arte contemporáneo”. La negación de lo pictórico para hacer realidad ese deseo de manera efectiva y pregnante. En el medio, pensar el dilema nacional que Sarmiento nos legó. El cartel, también de aparición constante en mis trabajos, como tal, en sí mismo o como recurso pictórico y literario. Las letras hechas de vías del trencito, que junto a la scalextric fue el regalo más lujoso que tuvimos. El ferrocarril, el “caballo de hierro” que cambió la pintura en el siglo diecinueve y junto al rifle remington de repetición, acabó con los gauchos y trajo la “civilización” a estas tierras…

–En Gorrifontana: Una clase de historia nacional se cruzan la pintura, la vanguardia y la historia argentina, la violencia política.

–Sí. Otra vez  la pintura “de género”, la pintura de historia, en el título y la imagen de Gorriarena. Mi versión bicroma (ver imagen inferior) de una cuadro muy colorido, como todo lo que pintaba Gorriarena. En mi versión se trata de figuras en negro y fondo entonado; planos, sin pincelada expresionista. El gesto pictórico congelado en los tajos sobre la tela, perforaciones que citan a Fontana. Veintitrés agujeritos sobre la figura de Rucci y la “Operación Traviata” que terminó con su vida. Y el anacronismo: los tajos en la tela están seccionando las manos de Perón. Ambos, Perón y Rucci, están felices en la imagen de la “Operación retorno” en 1972. La operación de la historia nacional: una clase de cirugía necrofílica.

–Hay una obra en donde el tema central es la masacre de Trelew de 1972, cruzado con la Ronda nocturna de Rembrandt.

–Se trata de la posibilidad de rescate de la pintura de historia, un género desechado en la modernidad. Es un retrato grupal. La foto de tapa de La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez. Está realizado como si fuera visto a través de un visor nocturno, como el que usaba en Malvinas: negro y verde. El color bilis. La mancha como recurso pictórico. El claroscuro. La firma de Rembrandt en relieve. La ronda nocturna. Un retrato de policías. La historieta; Alberto Breccia y el blanco y negro. El 22 de agosto. Los mártires de Trelew. Los chicos de Trelew. Collares de carnaval-carioca. Fin de fiesta.

* En la galería Laura Haber, O’Higgins 1361; de lunes a viernes de 14 a 20 y sábados de 11 a 14, hasta fin de enero. Citas: [email protected]