“Decí la verdad a través de los velos que sean necesarios. Pero decila”, recomendó años atrás Zadie Smith al momento de escribir ficción. No es casual que uno de los relatos que integran El mundo no necesita más canciones también tenga un epígrafe de Smith, referido a un hombre que disfrazaba su falta de sentimientos siendo arrebatadoramente encantador. De las cosas dichas pero sobre todo, de las que se mantienen en silencio aunque buscan su cauce, se construyen estos cuentos de María Eugenia Ludueña.
Aquí, las protagonistas son mujeres que en la mayoría de los casos, sienten que un eco de su voz se borra. Las razones pueden ser muchas: el peso de sus historias personales, temores atávicos que cargan desde niñas, parejas casuales o hundidas en el hastío de los años (aunque la revancha viene de la mano de una chica de 45 que no tiene problemas en enredarse con un pibe veinte años menor). Lxs hijxs, lxs amigxs o cualquier vínculo afectivo que haya cosido sus heridas con hilos demasiado frágiles son también un espacio de exploración de lo cotidiano para Ludueña. Por debajo, a veces se escucha el murmullo de la historia política de un país que aún busca a sus desaparecidxs.
El mundo no necesita más canciones es el primer libro de cuentos de Ludueña. Nacida en Santa Fe, la escritora se formó en el taller de Liliana Heker. Además, es muy reconocida por su labor periodística: colaboró en diversos medios, escribió el libro de no ficción Laura, vida y militancia de Laura Carlotto, publicado en 2013, y actualmente es directora junto a Ana Fornaro de la agencia Presentes, una web de noticias LGTBI con corresponsalías a lo largo de América latina.
Estos datos ayudan a comprender que la ficción no es deudora de la realidad sino de la verdad que cada escritor/a va creando dentro de ese universo tan fascinante como condensado que cabe en un cuento. Sin embargo, allí también entra la mirada de quien escribe, el modo en que observa y dialoga con el mundo circundante. En estos relatos, la marca de las desapariciones deja su huella en una tía varada en el pasado en el cuento “Cándida” pero también, en la belleza dolorosa de “La canasta mágica”. Ahí, una nena describe cómo su madre inventa juegos mientras evita salir a la calle. Uno consiste en que la mujer meta a su hija en una canastita y la baje con una soga por el balcón trasero para dejar a la nena con una vecina. Una noche, el juego debe hacerse de apuro.
También se destaca “Islas”, donde se cuenta la cotidianidad de Isla Maciel y el modo en que lxs más jóvenes viven inmersxs en la violencia. Dos adolescentes charlan en esa zona pobre frente al Riachuelo. Una le dice a la otra: “Largué al Jonathan. Me daba fiero. Me pudrió. Conocí a un pibe que me trata bien”. La naturalización del maltrato se resquebraja ya que, mientras las amigas cruzan el basural, la protagonista piensa: “Todas las chicas en ese barrio compartían algo de ese rictus: una boca hermosa que nunca sonreía completamente”.
En cada página, el libro se va transformando en un bosque tupido, en un decir cada vez menos ligero. Pero la idea es ir despacio. Por lo tanto, resulta acertado que el primer cuento, “Instrucciones para despedirse”, sea una historia de aparente ligereza, escrita en segunda persona, muy en diálogo con el estilo de Lorrie Moore. ¿Qué hacer con la soledad que impone el desamor? “Conocer un auténtico adicto al sexo, a un muchacho esbelto y hermoso al que no se le para, a un intelectual de ultraderecha que te pagaría por ducharse juntos, intimar sexualmente con un gay. Tomar una cita a ciegas con una chica”, es una enumeración hilarante, que defiende el deseo aún en medio de la tristeza y se burla de los lugares comunes de la virilidad.
Con un lenguaje preciso y un sentido del humor que se agradece, Ludueña acompaña las voces de estas chicas que necesitan decir su verdad, cantar su canción, poner en duda la idea de que el mundo ya tiene demasiado de todo.
El mundo no necesita más canciones
Ediciones La Parte Maldita
128 páginas