Levanta la vista hacia el cielo y tira uno, dos y hasta tres besos. A veces mira a la línea de cal y busca. Otras, pone sus ojos vidriosos en el universo repleto de la tribuna de la Bombonera. O simplemente sonríe. Aunque los años pasaron y aprendió a convivir con esa sensación, la particular necesidad lo acompaña todos los días. Se le agranda en los mejores momentos, en los de plena felicidad, en los que enmarcan la carrera de ensueño que disfruta hace ya un tiempo. Y también crece en los difíciles, como cuando la rodilla lo quitó del escenario y le dijo basta a esa escalada imparable, al menos por unos meses. Debe ser que la vida se siente más en esos instantes extremos en los que todo pasa a segundo plano y sólo quedan ante uno las caras de los más importantes. Es ahí, en esas ocasiones, cuando Darío Benedetto se acuerda nítidamente de Alicia, su mamá. Quisiera abrazarla.
El episodio que lo marcó ocurrió justamente en un partido, más precisamente en los Juegos Evita, donde ella, fanática del fútbol, lo miraba jugar. Una descompensación repentina se la llevó de su lado, pero no de su recuerdo. Él dejó el deporte que ambos amaban. No sentía fuerzas para seguir. Varios años más tarde, una prueba en Arsenal y el empuje de varios familiares lo llevaron a volver a patear una pelota. Será que esas tristezas grandes sólo se curan con el calor de quienes las comparten. Darío dice que tiene una charla pendiente con ella y cuenta su herencia mejor: dentro de la cancha se parece a su mamá.
-Dejaste el fútbol en un momento duro y terminaste por volver, ¿sabías que te ibas a dedicar a esto o no soñabas con ser profesional?
-No sé si ya sabía que iba a ser jugador, pero si fui un enfermo de la pelota desde muy chiquito. Yo tengo muchos primos y tíos a los que les gusta jugar a la pelota. Por ejemplo, con mi tío hacíamos torneos de tres equipos los domingos y jugábamos durante horas. Yo era el más chiquito, pero me encantaba que me pongan al arco y que me patearan fuerte. Me la bancaba a pesar de tener 6 años. Recuerdo cuando mi tío me regaló un buzo de arquero y yo sentía que iba a atajar siempre. Después me puse a jugar en cancha de siete, en una liga de Florencio Varela, donde fui como delantero. Ahí me empecé a dar cuenta que el fútbol era lo mío.
-¿Cuál es tu primer recuerdo como jugador de fútbol?
-Me quedó grabada una imagen de chiquito, que todavía recuerdo seguido. Yo quería que me vendaran los pies. Tenía esa obsesión. Ese es el recuerdo más lindo que me quedó. Era chiquitito y a esa edad nadie se vendaba. Yo no sabía ni cómo se agarraba una venda, pero quería que me vendaran los pies. Y mi tío me agarraba y me decía: “Mirá, esto es así”. Y me iba vendando en el auto mientras estábamos yendo a jugar. Yo llegaba con el pie todo hinchado por las vendas, pero me sentía más cerca de ser jugador, por eso lo llevo conmigo.
-¿Fue tu tío el que te impulsó al fútbol?
-En realidad, mi abuelo. A mi vieja le gustaba mucho el fútbol también. Todos los hermanos de mi mamá, que son cinco, son futboleros y los hijos de ellos, que son mis primos, también. Todos me inculcaron el amor por esto.
-¿Vivir del fútbol era una posibilidad?
-La verdad que no. Yo siempre quise ser futbolista, pero sabía que había un largo camino por recorrer. Hoy por hoy, el momento que estoy pasando no me lo imaginé nunca en la vida.
-Tenés tatuado el escudo y se sabe de tu condición de hincha. ¿Qué jugador de Boca eras en tu niñez?
-Te vas a sorprender. Ninguno. Cuando yo era chico estaba Matute Morales y desde ahí que en el barrio me dicen Matute. Vos vas al Pato, mi barrio en Berazategui, y todos me dicen Matute. No me dicen Darío, ni Pipa. La gente nueva tal vez no, pero la que me conoce, hasta mis tíos y primos, me dicen Matute. Y eso es porque cuando era chiquito agarraba la pelota y decía: “Ahí la tiene Matute Morales”. Me acuerdo que estaba en su mejor momento de Independiente y yo estaba tan emocionado con él, que me quedó Matute.
-¿Qué fue lo más lindo y qué fue lo más feo de esa infancia con el fútbol?
-Lo más lindo fueron las amistades que hice por intermedio del fútbol. Más allá de que yo he tenido muchos primos, tantos que armamos un equipo, en general venían muchos amigos y las amistades que me quedaron de ahí para mí son muy importantes. Después tenés cosas tristes, como la de querer ser profesional y ver a muchos pibes que se quedan en el camino. Muchos de ellos eran amigos míos en el recorrido de inferiores que yo hice en Arsenal. Entonces, veías pibes que estaban ahí y de un día para el otro los dejaban libres. Todas esas piedras que te pone el fútbol no son nada fáciles de esquivar.
-¿Nunca pensaste en dejar?
-Muchas veces. Pero bueno, como siempre digo, yo tengo un pilar que es mi vieja y siempre pienso en ella. A ella le gustaba mucho el fútbol y siempre me levanto por ella.
-De jugar en Arsenal y en el ascenso, pasaste a México y de ahí a un gigante en Argentina. ¿No sentiste la presión de convertirte en el 9 de Boca?
-Yo creo que por suerte me agarró de más grande. No podés comparar Boca con América, Tijuana y Arsenal. Es totalmente distinto. Pero yo siempre mantuve la humildad. Sabía que me podían salir las cosas bien, como también mal. Por suerte salieron mejor de lo que las imaginé. Me sobrepasó lo que vivo en Boca, pero siempre es clave mantener la humildad del lugar desde el que uno viene. Creo que eso es fundamental, para no confundirse.
-¿A qué se dedicaba tu familia?
-Mi papá es maestro mayor de obra, mi hermano labura, mi hermana labura en una YPF y mi abuelo labura con mi papá. Nunca nos faltó nada. Por eso uno tiene que saber de dónde viene.
-¿Hubieras seguido el camino de ellos si no hubieses sido futbolista?
-Y seguro que sí, porque con los libros era muy malo. Una vuelta mi papá se cansó de mis notas y me sacó él del colegio. Me dijo: “¿No querés estudiar? Listo. Te venís a laburar conmigo”. Y yo feliz de la vida, porque no quería saber nada con la escuela. Trabajé dos años con mi papá. Creo que si no hubiese sido futbolista, me hubiese dedicado a la música o estaría laburando con mi viejo en la construcción.
-¿Y hoy como están ellos después de todo esto que te pasó a vos en este último tiempo?
-Felices. La verdad es que están viviendo un momento único en su vida porque, si a mí me sobrepasó, imaginate a ellos. Nunca pensaron esto. Lo disfrutan. Vienen siempre a la cancha. Mi abuela se llenó todas las paredes de su casa de diario. Se llama Dora. Mi hermano la carga y le dice que ya no tiene lugar para pegar más nada. Cuando voy a su casa, me dice: “Te vi en la tele, pibito”. Es genial. Con el que más hablo de fútbol es con mi abuelo, que está todo el día mirando. Pero yo trato de disfrutarlos a ellos. A mí también me jode hablar todo el tiempo de fútbol.
-¿Qué critica el abuelo?
-¡Nada! La familia no dice nada malo porque para ellos siempre sos el mejor y siempre te tienen que dar la pelota a vos.
-Hace poco le hicimos una nota a Néstor Ortigoza y nos contaba como tuvo que engañar a su madre para que se vaya del barrio de toda la vida a una casa que él le había comprado. ¿Qué le pudiste regalar vos a tu familia?
-Ayudarlos. Que nunca le falte nada. Eso va a ser así siempre. Yo a mi viejo no le pude regalar la casa porque ya se la hizo él. Mi abuelo tiene su casa también. Pero si puedo, ayudo. A mi tío también, que fue parte importante en mi carrera, porque era el que ponía la monedita que me faltaba para ir a entrenar. Siempre me baso en que para ellos siempre tengo que estar, porque cuando yo lo necesité siempre estuvieron. Siempre que se les tiene que dar una mano, ahí estoy.
-¿Es fácil jugar con Messi?
-Es fácil si lo entendés. Si no lo entendés, no es tan fácil tampoco. ¡Es un animal!
-¿Cómo haces para no idealizarlo cuando lo tenés al lado?
-Es difícil, porque lo ves como lo que es: el mejor jugador del mundo. Lejos. Pero yo traté de mirarlo siempre como un compañero, porque sino, cuando te querés acordar, estas así mirándolo a ver qué hace. Y está mal que se lo mire de otra manera que no sea la de un compañero, porque quieras o no, vos estas en la Selección con él. Eso no quita que sea el mejor de todos los tiempos, pero yo traté de adaptarme a él lo más rápido posible, porque en esta historia el que se tiene que sentir cómodo es él.
-Alguno nos ha dicho que él necesita normalidad, que lo vean como uno más. ¿Es así?
-Para mí él no sabe quién es. Tiene una humildad impresionante. Adentro del vestuario es uno más. Después, que nosotros lo miremos de otra manera es totalmente distinto a lo que él es. Es un tipo muy sencillo. A mí me sorprendió. A la hora de desayunar se sienta en cualquier mesa y se pone a charlar con cualquiera. No es un extraterrestre como nosotros lo miramos. Por eso me dije que lo iba a mirar como un compañero y no por lo que realmente es, porque, quieras o no, eso te puede jugar en contra.
-¿Cómo fue el primer vestuario? Porque pasas de ser un referente en el vestuario de Boca a uno más...
-¡Uno más y allá abajo! (Señala al piso). Entré a desayunar y estaban todos. Empecé a saludar, pero me temblaba todo el cuerpo. Ves todos esos animales y te pasa. No lo podés controlar. Pero después los empezás a tratar y te das cuenta que son pibes normales, que el único que los ve distinto es uno, que los quiere ver distinto.
-¿Qué le viste hacer a Messi que te deslumbraste?
-Yo nunca había tenido la posibilidad de verlo jugar en vivo y me sorprendió la gambetita cortita que tiene, porque hay tipos grandotes como Otamendi o Fazio, que vos decís que o le sacan la pelota o lo tiran a la mierda. Pero siempre que pensás que se la van a sacar, tiene un toquecito más para hacerlos pasar de largo. O frenar y engancharte para otro lado. Y quedarte mirándolo. Porque es así. Te quedás mirándolo porque no podés creer la velocidad que tiene. Ver jugar a Leo Messi es de lo más lindo que me pasó en la vida.
-Te lesionaste justo en el mejor momento de tu carrera y el mismo día se te vio muy entero. ¿Cómo hiciste para que que no te impacte de más a nivel mental?
-No sé. La verdad que no sé. Demasiado bien me lo tomé. No quise pensar ni en el Mundial, ni en los rumores de ofertas que al final no llegaron. Obviamente, que te quieran de otros clubes es lindo, que tengas la posibilidad de ir al Mundial también, pero no se me cruzó nada. Lo único que quería después de saber que estaba roto era recuperarme para volver cuanto antes a jugar. Me lo tomé bastante bien.
-¿Siempre fuiste positivo?
-La verdad que no. Por eso, ni me preguntés cómo hice para poder tomármelo así porque no lo sé. No lo sé explicar. Sigo estando tranquilo y quiero volver a jugar cuanto antes, pero tampoco me quiero apurar porque la idea es volver bien, no para jugar dos fechas y volver a lesionarme.
-¿Vas al psicólogo?
-Sí. Me ayuda muchísimo. Igual de lo que menos hablo con el psicólogo es de la lesión. La lesión no me generó problemas. Pero la terapia me ayuda muchísimo en otras cosas.
-¿Cansa el papel de ser el 9 de Boca a nivel prensa, fama y demás?
-Te pasa, pero tenés que hacerte la cabeza de que es lo que te tocó. Como te decía antes, a mí me sobrepasó todo. Yo me imaginé venir a Boca, me imaginé ganar un título, pero nunca me imaginé salir goleador de un campeonato, que la gente grite mi nombre en la cancha y llegar a la Selección. Todo eso me sobrepasó. El cariño de la gente me sobrepasó. Pero me la tengo que comer. Llega un momento en que los periodistas me preguntan cuándo hacemos la nota y la verdad es que si los atendés a todos te volvés loco, entonces te cansa. Pero metiéndole cabeza lo sobrellevas siempre bien.
-¿Qué hacés para desconectarte del fútbol?
-Miro muchas series con mi esposa. Quizás me engancho con una y le meto hasta terminarla. Terminé La Casa de Papel, muy buena. También me gustó mucho Vikingos.
-Leo Ponzio nos dijo que cuando llegaba a la casa le hacía bien que lo trataran como uno más y no como el 5 de River. ¿Vos cómo tomas esa tarea?
-Yo necesito llegar a mi casa y olvidarme de lo que es el fútbol. ¿Cómo me olvido? Disfrutando de los nenes, de mi señora, comiendo un asado... No podría estar todos los días consumiendo fútbol y hablando de fútbol, entrenar de 9 a 13 todos, concentrar los fines de semana y llegar a casa y seguir hablando de fútbol.
-En un momento malo, con la muerte de tu mamá, querías dejar el fútbol. ¿Qué consejo le darías a un pibe en una situación similar?
-Es muy difícil aconsejar a alguien en un momento así. Yo era pibe, tenía 12 años. Hoy por hoy, si perdiera a mi mamá a la edad que tengo, pensaría de otra manera. El dolor siempre va a estar, pero pensaría de otra manera. A los 12 años no pensás igual que a los 27. Es muy difícil aconsejar, pero son momentos duros y hay que saberlos superar de alguna manera. Olvidarlos no los vas a olvidar, pero hay que saber superarlos y saber sobrellevarlos durante toda la vida. Se puede.
-¿Te acompaña en el día a día?
-Se me viene siempre a la cabeza cuando me pasan cosas buenas, como por ejemplo cuando salí campeón. Y también se me vino su imagen cuando me lesioné. En las cosas buenas y malas siempre la recuerdo. Pero siempre está. Con el cariño de la familia uno se va recomponiendo de a poco. De esa manera superamos lo de mi mamá. Gracias a mi abuela, que es mi segunda mamá, que nos crió de chico, nos lavaba la ropa y pasó a ser nuestra madre. Con el cariño de ella, de mi viejo y de todos salimos adelante.
-¿Qué sacaste de tu vieja?
-Yo creo que la manera de jugar. Mi vieja jugaba campeonatos de mujeres cuando ella tenía 25 o 30 años y me dijeron que lo hacía muy bien. Le pegaba con las dos piernas. Todo lo que se rumorea de mi vieja es que era muy buena. Yo creo que salí a ella y a mi abuelo paterno, que también dicen que la rompía. Aprendí de mis tíos, porque mi papá es flojo. Yo juego al fútbol como jugaba mi vieja.
-¿Creés que le cumpliste? ¿Era esto lo que ella quería para vos?
-Ella quería que juegue profesionalmente. En Arsenal lo cumplí y yo sé que ella está feliz. Los domingos se iban con mi viejo, el termo y el mate a vernos jugar a mí y a mi hermano y a perderse toda la tarde ahí. Eso lo hacían todos los domingos. Le encantaba que jugáramos a la pelota. Yo creo que está muy feliz.