"Recortar, pegar, escribir": tres actos de confección casera de documentos de memoria son los que enumera la artista plástica Andrea Fasani (Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, 1953) en una entrevista por Magdalena Pérez Balbi sobre su obra 30. Muestra itinerante de una instalación participativa en curso que consta en principio de treinta mil cuadernos Gloria, cada uno de ellos encabezado por el recordatorio en Página/12 de un desaparecido por la dictadura cívico militar de 1976 a 1983, 30 se expone en la planta alta del Museo de la Memoria (Córdoba y Moreno, Rosario) y a través de sesiones grupales de escritura se llena con sus nombres, repetidos.
Acompañados de un documental y rodeados por la austera belleza de sus bosquejos y de sus cajas, los cuadernos Gloria yuxtapuestos (con la clásica cinta patria cruzando esa palabra tan idealizada pero devenida en marca) forman océanos naranja. Al detenerse a leer algunos cuadernos abiertos en la primera página (o al abrirlos, lo cual es posible) puede verse que cada recordatorio, a su vez, es el producto de una labor colectiva de conmemoración y lucha por la justicia. Los recordatorios, firmados por familias o grupos de amigos (no siempre por organizaciones formales), revelan cada cual una estrategia singular para dar pelea a la infamia dictatorial de la muerte y el silencio: no sólo fotos, nombres y fechas sino poemas, datos como los nombres o fuerza de los represores o las circunstancias del secuestro van construyendo un calidoscopio por la verdad mediante modos de hacer ahí donde el proyecto del Estado genocida era arrasar con todo. Entre el documento social y el ready‑made conceptual, 30 desborda rigor estético y compromiso político con la causa de los derechos humanos.
En el otro extremo del edificio, en el subsuelo, la colección de Cartas de la dictadura reunidas el año pasado por la Biblioteca Nacional (que sigue reuniéndolas, via [email protected]) despliega una serie de prácticas de resistencia similares. No es una muestra de arte y sí un poderoso testimonio de cómo un Estado nacional totalitario puede entrometerse destructivamente con lo más íntimo y preciado de los ciudadanos: desde ya, su libertad, su propiedad y sus vidas, pero también sus vínculos afectivos. Los hijos e hijas, los amigos y amigas son los remitentes de mensajes tan dolidos como esperanzados o desesperados. Estos eran enviados desde la cárcel política o el exilio, desde donde se fueron armando por ese medio las primeras listas de desaparecidos. La colección incluye algunas de las revistas "subterráneas" que circulaban por correo postal, cuya privacidad permitía comunicar ideas que resultaba peligroso publicar.
Cartas remitidas por conscriptos de Malvinas o recibidas por ellos (la temida cédula, las cartas de escolares) dan el presente. Las diversas caligrafías de manos escolarizadas de la época conviven en la muestra. Muchas de las cartas incluyen dibujos: los conmovedores y coloridos dibujos infantiles de las mamás presas a sus hijos, y otros que testimonian con precisión sobre las condiciones del encierro. Los documentos son contextualizados por una serie de textos: informativos, poéticos, filosóficos o institucionales. Algunos de estos últimos (y una de las cartas) provienen de los dictadores mismos. El horario de verano es de martes a viernes de 9 a 15 y fines de semana de 17 a 21.