El Ballet Estable del Teatro Colón dijo “Basta”. Fue el fin de semana, al final de las funciones de Giselle en Parque Centenario, mientras en el escenario del Coliseo porteño cantaba Cacho Castaña, que había alquilado el espacio. “Basta de los eventos privados que se celebran cada vez con más frecuencia y afectan la disponibilidad de la sala principal del teatro”, decía un volante que los bailarines repartieron al público, minutos antes de levantar carteles en repudio de la situación. Y es que las únicas dos funciones que la compañía tenía programadas como cierre de temporada en el teatro fueron canceladas y para la programación del año próximo el Ballet sólo tendrá cuatro títulos y 22 funciones en el edificio de la calle Cerrito, número bastante inferior a los últimos años.
“Nuestro reclamo viene desde hace varios años, porque hace tiempo que vemos una política de sala de alquiler y de descuido de la producción propia, pero hoy es mucho mayor porque todo lo que está pasando está muy expuesto”, aclara de antemano a PáginaI12 Federico Fernández, primer bailarín del Ballet. “Lo que queremos que se entienda es que es maravilloso bailar fuera del Colón, pero nosotros tenemos que bailar adentro. ¿Por qué? Porque es nuestra obligación y un derecho del ciudadano. A mí me pagan un sueldo para bailar en el teatro. Lo que estamos pidiendo no es más que tener trabajo dentro de nuestra casa”, dice el artista.
El Ballet Estable del Teatro Colón está conformado por más de 100 bailarines y es dirigido por el coreógrafo Maximiliano Guerra, a quien Darío Lopérfido, director artístico del Colón, nombró en febrero de 2015. En 2007, la compañía llegó a hacer casi 60 funciones. Fue el año que más participación tuvo en la programación oficial del teatro. Desde entonces, las presentaciones fueron disminuyendo. Hubo años con 40, otros con 35, hasta llegar a la bajísima cifra de 22 que tendrán en 2017, según la programación que presentó el ex Ministro de cultura porteño a fines del mes pasado.
Según Fernández, que es sólo uno más dentro del colectivo grande de bailarines que piensan en sintonía, otro problema tiene que ver con que Guerra invita a primeras figuras de otros países u otros elencos a protagonizar los espectáculos. “Eso quiere decir que las primeras figuras de la casa no bailamos. No le interesa que estén, ni formar nuevas, no las cuida. La sensación que tenemos es que Maximiliano tiene desprecio hacia la compañía. Lo mismo que el director artístico”.
Para Lopérfido, también consultado por este diario, la cuestión no tiene que ver con los alquileres (dice que el 80 por ciento de las veces las salas se rentan los lunes que no hay función), sino básicamente con resultados. “La realidad es que las funciones del Ballet van en baja, porque el público mayoritariamente quiere ver ópera. Las funciones contemporáneas del Ballet cuesta venderlas, en cambio las de ópera se agotan”, sostiene el funcionario, y agrega que “posiblemente Giselle sí llene funciones, pero artísticamente es hacer siempre lo mismo y hay que renovar”. Además de aplicar una lógica mercantilista a un teatro público, resulta curioso que la Giselle que se montó en el Colón fue una versión del propio Guerra sobre la original.
Lo mismo opina sobre que haya primeras figuras invitadas: “Si traemos a un bailarín de afuera, o a (la argentina) Marianela Núñez, la función se vende, pero con cualquiera de los bailarines estables no”, asegura el director artístico, que a raíz de las denuncias de los bailarines decidió armar un “comité artístico” y pautar reuniones (la primera, supuestamente hoy a las 16.30) para “consultarles qué les gustaría bailar y con qué coreógrafo se sintieron más cómodos” para poder “pensar las formas de traer más público”.
“Es evidente que se está priorizando el rédito económico inmediato y el show publicitario momentáneo con lo de los alquileres, pero eso atenta contra la defensa del patrimonio cultural y artístico de nuestro primer Coliseo, que es un teatro público, por cierto”, sentencia Fernández, que desmiente al funcionario y asegura que sí hay funciones que se llenan, y que en todo caso el Gobierno de la Ciudad promociona únicamente las funciones en las que hay invitados especiales, por la misma cuestión del dinero. De hecho, cuenta que la difusión para las funciones del fin de semana en Parque Centenario se hizo a través de “un papelito escrito en lapicera”.
La diferencia, entonces, es de concepción: mientras Lopérfido esgrime que “el teatro tiene un solo escenario y no entran todos” y que “en cualquier país del mundo los ballets hacen funciones en otro lado”, los bailarines pelean por “un teatro de producción propia”. “Uno en el que se puedan ver en el escenario los talleres y los artistas que tanto nos elogian en el mundo”, resumen.