El hombre que fue jueves, la novela de Chesterton justamente célebre por su extraordinario título, fue publicada hace ya más de cien años, exactamente ciento diez. En ella asistimos a la parodia de los agentes dobles que en manos de Chesterton se convierte en una parábola, un mensaje cuasi metafísico. Gabriel Syme es introducido en una sociedad secreta por su amigo el poeta Lucien Gregory, quien piensa que su nihilismo filosófico se encuentra bien representado por el anarquismo en boga, tan temido hacia comienzos del siglo. Syme finalmente le confesará al poeta que es policía. Pero la revelación del hombre que fue jueves encontrará sus réplicas en los otros miembros de la sociedad secreta y así, todos los miembros del comité designados por los días de la semana resultan ser –en términos actuales– “infiltrados” en la organización ácrata que tienen que vigilar en defensa del orden. Pero no por eso dejarán de ser los paradójicos promotores del caos.
En estos días de infiltrados y filtraciones, cabe recordar que lo que hoy puede parecer entre delirante y grotesco sin dejar de ser dramático, tuvo ribetes trágicos en la historia reciente, como el caso de Alfredo Astiz infiltrado entre familiares de desaparecidos que derivó en el desastre de la iglesia de la Santa Cruz. Eran los años en que la inteligencia militar a nivel local, regional y también internacional estaba bien lejos de algunas pantomimas de la actualidad. Pero el tiempo pasó y la inteligencia de estos días tiende a ser paradójica como la paradoja de Chesterton. Parece que se trata de dar una espectacularidad televisiva tal a la infiltración, a punto de hacerle portar un cartel luminoso en la frente que grita lo que debería ser silenciado con astucia. Personalmente lo vi y viví en las marchas por la aparición con vida de Santiago Maldonado entre septiembre y noviembre. Era tan grotesco ver a los infiltrados recostados contra una pared celular en mano y esperando que llegaran las instrucciones, que parecían fantasmas de una irrealidad virtual, secreciones de Black Mirror. Lo mismo puede decirse de los que pudieran haber sido anarquistas posta pintando con la cara tapada una pared del Cabildo con aerosol: en el espejo de Chesterton eran –son– exactamente iguales, y esa simetría no es una exhortación a no protestar sino una constatación casi objetiva. Infiltrado e infiltrador son en este juego meras posiciones en el tablero. No es, como se suele decir, que sean “funcionales” a la violencia del Estado. Lo quieran o no, hacen espejo porque son como puntos ciegos y móviles de esa violencia, no polos opuestos o dos demonios.
Lo hicieron una y otra vez hasta el desborde del mes de diciembre. En un aquelarre que hubiera llamado la atención del propio Chesterton (para quien evidentemente el anarquismo tenía algo de poético, bien lejos de la caricatura del Hombre del Mortero y sus amigos) el desborde se desbordó a sí mismo y hubo que poner un freno de mano.
Los infiltrados en las marchas existen desde los estertores de la dictadura, cuando empezaron las movilizaciones de la CGT y por Malvinas y siempre han sido una sombra ominosa volcada sobre las manifestaciones de la democracia, de las multitudinarias marchas de derechos humanos hasta los eventos de nuestros días, pero nunca se vio tanta pasión y encarnizamiento volcados sobre un aspecto en definitiva lateral de la represión. En estos tiempos se han agrandado las “bondades” de infiltrar, espiar y filtrar hasta tal punto que uno se pregunta si es sólo la lógica de blindar el ajuste con castigo y represión o ya hay un plus de desquicio propio de un síndrome muy latinoamericano que ha llegado a la Argentina: el síndrome de la derecha loca.
Como un ejemplo muy menor pueden citarse los mails de amenazas a Graciela Ocaña firmados por... los camioneros. Que dicho sea de paso amenazaban con arrojarle la basura en la cuadra revelando que por un lado conocían el domicilio de la funcionaria y por el otro que los muchachos manejan el negocio de la basura. Al mismo tiempo, uno o dos días antes de la marcha del 21F se filtraron ¡nuevos audios! De la saga #soy yo pelotudo que evidentemente hacía sinergia con la machacona insistencia de algunos periodistas que en la previa de los discursos tiraban el item Cristina-aliada-de-Moyano hasta que a eso de las tres de la tarde la multitud inocultable empezó a inundar las pantallas. El día anterior a la movilización, hablando de filtraciones, se viralizó un audio que revelaba que América TV iba a orientar su cobertura detectando camioneros desnudos, gordos y choborras para demostrar que son precisamente eso, los “feos, sucios y malos” que suele citar Hugo Moyano para referirse a sí mismo en la percepción del otro. Además de que resulta grotesco no deja de causar conmoción ver u oir al desnudo cómo operan ciertos medios, en especial de la televisión, para ir por los golpes más bajos. Ahora bien: estamos ante un caso de filtración “no deseada”. Pero están enloqueciendo.
Evidentemente, de las postales del país de la Gorra en este último tiempo el premio mayor se lo llevó el “episodio Chocobar” así que sería redundante desplegarlo aquí ya que todos saben que se trata de un leading case para seguir operando en los focus group. Pero lo de los infiltrados y las filtraciones amenaza terminar a la manera de Chesterton.
El hombre que fue jueves también puede ser miércoles, martes o sábado naufragando en una confusión general donde se terminen tiroteando entre ellos. Pero no hay que desdeñar que los infiltrados tampoco comen vidrio: esta vez no entraron en acción (aunque deben haber estado revoloteando) entre camioneros y otros gremios. A veces, hasta la pesada sabe apelar a la inteligencia verdadera y guardarse para la próxima batalla.