Su pelo castaño claro se transforma en rubio más allá de las raíces. Es esponjoso y cae en rizos por debajo de sus hombros. Lo tuvo rojo, lo tuvo oscuro, quisiera teñirse de gris. Pero sus amigas creen, sin vueltas, que a los 18 años una chica teñida de gris parece una vieja. Tiene cuatro anillos en su mano derecha y tres en su mano izquierda. No sabe de dónde los sacó; quizás los compró en algunas ferias. Excepto uno, que le regaló su abuela, una línea simple y tornasolada con el Padrenuestro escrito en letras diminutas. “Pero no es que yo sea creyente ¿eh? Es un regalo”, aclara mientras sonríe. Todo en ella es luminoso, un poquito desaliñado, encantador: su jumper con rayas anaranjadas y amarillas, sus zapatillas floreadas, sus uñas pintadas de color cobre con el esmalte astillado en las puntas.
Con esa frescura, Mora Arenillas se paró frente a las cámaras hace cuatro años. Por entonces, el director Pablo Giorgelli iniciaba un casting para la película Invisible, que pensaba filmar en 2015. La protagonista sería una adolescente llamada Ely (en verdad su nombre sería “Eloísa” pero todo el mundo la llamaría con el diminutivo, casi como una palabra que no puede completarse). Encontrar la actriz adecuada era crucial: la película sería la historia de una soledad contada desde su punto de vista. Ely decidiría abortar. Quien se metiera en su piel debía ser capaz de transmitir todo esto desde el silencio profundo de una chica que estudia y trabaja, sin padre a la vista, sin pareja, con una madre que pierde el norte y se encierra en su departamento.
“Cuando vi a Mora, supe que era ella. Apareció vestida así, con sus anillos, con sus colores. Era lo contrario de la actriz más bien opaca que necesitaba. Pero eso no importaba, por el contrario. En su mirada ella era capaz de narrar todo un mundo”, cuenta Giorgelli. El asunto es que por entonces Mora no había cumplido los 15. Y Ely debía tener 18 años; a lo sumo, 17. Así que él decidió seguir la búsqueda junto a la directora de casting María Laura Berch. Los tiempos de filmación se fueron aplazando. El director no daba con el perfil que deseaba. Revisó los archivos. “¿Y si llamamos a Mora?”, pensó. Berch estuvo de acuerdo. Y cuando la volvieron a ver, no tuvieron dudas. A lo largo del tiempo, la actriz había madurado y toda esa intensidad antes delineada, ahora formaba un conjunto sólido.
Así es cómo Mora se convirtió en protagonista de Invisible, que tendrá su estreno comercial el 8 de marzo. Ella es dueña absoluta de una película en tensión en la que aparece en todas las escenas. A través de un retrato singular, el film busca enfocar a esas miles de adolescentes anónimas abriéndose paso en la ciudad. El director de Las acacias, estrenada en 2011, terminó rodando ésta, su segunda película, durante cinco semanas en el invierno de 2016. Tuvo su estreno en el Festival de Venecia el año pasado. En La Habana obtuvo el premio Coral al mejor guión, coescrito entre Giorgelli y María Laura Gargarella. “Ely lleva, junto a su embarazo, a todas las mujeres que no fue. Una mamushka de ancestras que se metamorfosearon hasta caber en un cuerpo de 17 años”, afirmó Gargarella en diciembre, al recibir el premio.
Frente a esos elogios, Mora sonríe y se encoje de hombros. “La verdad es que leí el guión y sólo quise acercarme a esa chica atravesada por diferentes emociones”, dice con el mismo gesto minimalista que usa en la película. Y se entusiasma: “Actuar un personaje es como conocer a una persona. Y si te gusta, te terminás enamorando. A mí me re pasó”.
Nació en 1999. Hizo su primer protagónico a los 12 años, en la película Por un tiempo, dirigida por Gustavo Garzón. Allí caracterizaba a Lucero, una nena de su misma edad en la vida real, que debía mudarse junto a un padre que ni siquiera sabía que ella existía. Por esta actuación fue nominada como revelación femenina para el Premio Cóndor de Plata.
Es hija del actor Fabián Arenillas. Ella dice que no hablan demasiado del oficio y que nunca le pasó nada particular al verlo en la televisión en series como Los exitosos Pells ni en la veintena de películas en las que participó. Simplemente, siente un amor animal por eso que él hace y que ella continúa. De hecho, durante tres años llevó adelante la obra de teatro Un día es un montón de cosas, dirigida por Jimena Aguilar. Vive en San Isidro con su madre. Además, canta y toca la guitarra. En su caja de pandora entran Los Beatles, Pixies, Arctic Monkeys. Incluso adora el disco OK Computer de Radiohead, que se grabó antes de que ella naciera. En cuanto a la actuación, no tiene dudas: sus chicas modelo son Natalie Portman y Dolores Fonzi.
Al momento de filmar Invisible se quitó los anillos, se ató la melena, dejó de lado el maquillaje. Incluso aprendió a no sonreír. “Yo me sentía Ely, no Mora. Así que esas semanas donde rodaba y a la vez iba a la escuela como ella fueron muy raras”, recuerda. Además, una amiga de su misma edad que la había acompañado al casting, quedó embarazada. Lo vivencial, entonces, fue materia importante para componer su personaje. También miró varias películas; entre ellas, Rosetta, de los hermanos Dardenne.
La mayoría de las grabaciones se realizaron en Catalinas Sur y en San Telmo. Ahí funciona la veterinaria donde Ely trabaja y el secundario donde estudia. Durante un año, junto a Giorgelli recorrieron esos barrios y se familiarizaron con los otros personajes, como su amiga Lore (Agustina Fernández) o Raúl, su amante de a ratos (Diego Cremonesi). Así que cuando la filmación comenzó, Mora ya era Ely. Y se nota. La actriz le otorga a cada escena una intensidad que parece a punto de implosionar. Ely no pretende ser políticamente correcta sino apenas, honesta con ella misma. Pero ¿qué es la honestidad?
Tras el estreno de Invisible en Venecia, Mora decidió quedarse un tiempo en Europa y recorrerla a solas con su mochila. “En eso de la soledad, ella y yo nos parecemos”, observa. Aunque ya se desprendió de aquella piel, se quedó con la campera y el jean que su personaje usó. Es ropa oscura, sí. Pero le gusta. Porque Mora sabe que la actuación seguirá siendo su modo de abrirse paso en medio de la espesura. De brillar ahí.