Melódico pero no tanto, flamenco pero tampoco, artista de fans, raíces auténticas, Alejandro Sanz es una celebridad atípica, un andaluz esquivo al que se hace difícil terminar de situar del todo. Su propia historia es una historia de contrastes, desde su infancia en un barrio humilde hasta su actualidad en una mansión en Miami, desde el puñado de viejos borrachos que le hacían de audiencia en sus primeros conciertos hasta las cientos de chicas que un par de años después se apostaban frente a la casa de sus padres para verlo de cerca. Desde un primer disco bolichero de un impresentable híbrido tecno flamenco bajo el seudónimo Alejandro Magno hasta su época Say No More a comienzos de esta década, cuando inclinado hacia el arte abstracto pintaba hasta cinco cuadros por día, colgaba fotos extrañas en la recepción de su casa para espantar visitantes y hasta consideró poner un tobogán que bajara desde la ventana de su habitación hasta su piscina. Durante más de dos décadas, Sanz fue el hijo pródigo de una industria que lo posicionó como el cantante más exitoso en la historia de la música española tras la edición de Más, el disco que en 1997 vendió millones a caballo del hit mundial “Corazón Partío”. Tras ese álbum, el cantautor fue mascarón de proa de Warner Music España y Latinoamérica al punto de que alguna vez Andrés Calamaro (que siempre se expresó con afecto hacia su obra) dejó entrever que la sucursal argentina de la discográfica sólo se dedicaba a promocionar al español. Hoy las cosas son diferentes. Su último disco, Sirope, editado en 2015 por Universal Music, no tuvo en nuestro país la rotación que tuvieron sus trabajos anteriores. Pero ahora, tras un impasse de un par de años, el cantautor está de regreso: para celebrar los 20 años desde la edición de Más organizó un concierto en el estadio Vicente Calderón de Madrid que agotó entradas a la media hora. También vino a nuestro país a comienzos de este mes para participar del festival Villa María. Y a todo eso se suma, y aquí vamos finalmente a lo que nos congrega: Alejandro Sanz: #Vive, una sorprendente biografía autorizada de más de 600 páginas que acaba de publicar Aguilar, una historia coral con testimonios entremezclados de más de doscientas personas que nos permite alcanzar una idea más clara acerca de la personalidad y la historia del cantautor.
Cuentan que Sanz le pidió a Óscar García Blesa, autor de la biografía, ejecutivo de Warner Music y amigo del cantante desde sus comienzos, que si se iba a hacer una biografía debían darle lugar a todas las personas que trabajaron para en su éxito. Esto llevó a que el libro desplegara un costado inesperado: si hay un acierto en el grueso de sus páginas es el de poner en escena el armado de la estrella, todo a través de los testimonios de cazadores de talentos, ejecutivos, productores o publicistas que cuentan desde aspectos de su fichaje hasta el armado de su perfil, elecciones de repertorio o tácticas y estrategias para acomodar al producto en alta rotación en radio y televisión (“Odio cuando llaman producto a un disco”, se queja Alejandro en un momento del libro). De esa manera, por ejemplo, se narran detalles de ese momento entre su segundo y tercer disco cuando la discográfica decidió cambiar su perfil desde artista de fans a compositor de prestigio: “No se quiso vender al chico guapo sino al musicazo, al artista”, cuenta Eva Dalda, directora de marketing de Warner Music Spain. El disco finalmente vendió montones y todos en la compañía celebraron arrogándose el éxito: “Ya habíamos creado un artista, una marca”, cuenta Federico Escribano, responsable de promoción en televisión de la misma empresa.
Y entre todo esto está el retrato íntimo del artista. En sus primeros capítulos el libro traza un retrato barrial de la España de transición a la vez que concede un atisbo de la revolución íntima que significó la fama repentina del cantante en una familia de clase media baja que rentaba un apartamento en Moratalaz, un barrio obrero de Madrid. “Se iba con su guitarra al parque y se juntaba con Jimmy Úbeda, el Superloco, el Carapalo... los más feos del mundo. Esa gente era la que le gustaba a él. Los pijos no. Los pobres, los gitanos, los greñudos... esos sí”, cuenta su tío Pepe. “Yo era el trovador de la pandilla”, recuerda Alejandro. “Moratalaz era el extrarradio, te tenías que defender. A mí me gustaba tocar mis rumbitas, eso me mantenía al margen de muchas cosas. La calle te hace no creer que todo viene regalado. Yo veo a compañeros que vienen de familias acomodadas y se les nota un poco, en el sentido de que no valoran tanto el trabajo de los demás”. Otro de los momentos que llaman la atención en el libro es cuando se narran sus primeros conciertos: “Había un bar en Moratalaz donde yo cantaba con dos borrachillos de público y ya está. Una noche llegó el Chaleco, que cantaba muy fuerte, con una voz agudísima. Cuando escuché esa voz me quedé acojonao, empecé a intentar a tocar y me agarraba el mástil y me gritaba ‘¡Eso no es así!’”. Años más tarde, ese bagaje de flamenco callejero lo llevaría a trabar amistad con Paco de Lucía, a quien endiosaba. Paco, que según cuentan adoraba a Alejandro y participó en algunas de sus grabaciones, llegaría a declarar: “Me siento más cercano a Alejandro Sanz que a muchos otros músicos”.
Las entradas de Sanz en su biografía son en general breves y precisas, como quien busca participar sin opacar al resto. “A pesar de lo reconocido que es en todo el mundo, no se le va la olla ni mijita”, asegura en un momento Antonio Carmona, cantante de Ketama. Claro que ya para la página 499, cuando el cantante Marc Anthony dice “Alejandro siempre ha sido un artista inalcanzable para mí, un maestro”, uno teme estar a punto de caer víctima de una sobredosis de odas a Sanz. Pero entre halago y halago también hay testimonios agudos, destellos que ponen en tensión la relación entre la industria del espectáculo y las personas involucradas a gusto o disgusto en ella. Allí está por ejemplo Jesuli Sánchez, padre de la estrella, guitarrista flamenco que durante años había recorrido España como músico acompañante mientras trabajaba a la vez como vendedor de puerta en puerta. Cuentan que en una fiesta que organizó la discográfica durante los días de más éxito de su hijo, el presidente de la Warner se acercó al hombre y le dijo “Esto nunca te lo habrás esperado, ¿eh?”. Jesuli, ya para entonces entrado en años, lo miró de arriba abajo y, tras un segundo de silencio, le respondió: “Ni tú tampoco”.