Poeta, investigador, traductor, ensayista, artista visual… y la lista podría seguir. El brasileño Augusto de Campos recibió recientemente el Gran Premio de Poesía Janus Pannonius, creado en 2012 y otorgado por el PEN Club de Hungría, que aunque suene algo remoto, fue calificado además por el New York Times como el “Nobel de poesía”. En la ceremonia, en la ciudad de Pecs –donde De Campos dio un discurso que aquí se reproduce–, se presentó además una edición de sus trabajos: una antología bilingüe portugués-húngaro. Este merecido premio, que se suma a otro recibido en Chile en 2016, llega en momentos donde el poeta y ensayista sigue trabajando y publicando libros referidos a diversos temas como la música de vanguardia o el poeta Mayakovski, en un trabajo siempre caracterizado por la exquisitez y la autoexigencia, el rigor y el estudio profundo, la búsqueda, la traducción creativa (en un ejercicio que denomina de “transcreación”), y la experimentación poética. Fundador de la “poesía concreta” –o “concretismo”; un movimiento reconocido internacionalmente– en la década de 1950 junto a Décio Pignatari y su hermano Haroldo, Augusto de Campos se mantuvo desde entonces siempre a la vanguardia. Sus trabajos, que pasaron del concretismo a nuevos formatos y expresiones en las décadas siguientes, utilizando las nuevas tecnologías, exploraron las posibilidades materiales de la lengua, de lo sígnico y simbólico, pasando por volúmenes y coloraciones, a lo sonoro: de la imagen por design al holograma, al movimiento y la proyección en paredes y pantallas. De la animación por computadora a la sonorización y musicalización de la letra, la palabra, la frase o el verso. Los grandes vanguardistas europeos (Mallarmé, Pound, Joyce, Webern) como los brasileños (el modernista y “antropófago” Mário de Andrade) son quienes inspiraron y dieron pie a las sorprendentes aventuras del concretismo.
También conectado con lo mejor de la Música Popular Brasileña, Augusto de Campos dio atención, estudió y escribió sobre la bossa nova y el tropicalismo de Caetano Veloso y Gilberto Gil en la década del 60. Por su parte, entre otros poemas, Veloso musicalizaría en los 80 el cósmico “Pulsar”, grabado para el disco Velô, luego interpretado en vivo, la década siguiente, durante los shows de su disco Fina estampa. Y desde los 90 hasta la actualidad, renovó colaboraciones, trabajos y actuaciones en común con excelentes artistas como Adriana Calcanhotto, Arnaldo Antunes, y su hijo Cid Campos.
Con una obra vasta, compuesta por varias decenas de títulos (entre poesía y ensayo, traducciones, antologías e investigaciones), Augusto de Campos se refirió a su viaje a Hungría, su visión del mundo actual y de la poesía, y sobre sus últimos libros publicados.
¿Cómo encaraste la ceremonia de premiación del Janus Pannonius? Cabe recordar que te otorgaron una distinción que antes recibieron poetas como Yves Bonnefoy y Charles Bernstein.
–La premiación me parece muy significativa, no por ser yo el contemplado, sino porque, rehuyendo a los criterios más convencionales de los premios internacionales de esta especie, prestigia, como también lo hizo el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, en 2015, a un poeta brasileño y a un poeta de vanguardia, del “margen del margen”, en expresión de Décio Pignatari. Fui muy bien recibido, en un gran y compensatorio viaje a Hungría, que hice con mucho sacrificio, debido a mi edad avanzada, pensando que representaba a Brasil. La edición húngara que acompaña al premio es una antología bilingüe, bastante representativa de varias fases de mi poesía, y con mucha libertad en cuanto a la inclusión de poemas visuales, con imágenes y colores, que proveí a lo largo de su preparación. Dadas las diferencias idiomáticas, es un milagro de realización, en vista de la exigüidad de tiempo para que pudiese coincidir con la entrega del premio, en septiembre del año pasado. Además de contribuir hasta donde me fue posible para la comprensión de los poemas, en un momento de la correspondencia que mantuve con el realizador de la antología, Férenc Pál, especialista en lengua y literatura brasileñas, conseguí que aceptase la traducción que hice del poema “azar”, gracias a una coincidencia ocasional. En húngaro, la palabra equivalente es ‘esély’, con el mismo número de letras y el mismo posicionamiento de las vocales. En la tapa, puse mi poema “ojo por ojo”, que denuncia el golpe militar de 1964, en Brasil, y que encontré muy apropiado para el actual momento.
En tu discurso en Hungría hablaste del desfasaje entre tecnología y necesidades humanas, y entre lenguaje “fijo”, desgastado y lenguaje poético.
¿El desafío pasaría por transformar tanto los “formatos” como el “contenido” mismo de los mensajes?
–Prefiero pensar y referirme, más genéricamente, al estado de preocupación en que nos encontramos, a pesar del gran avance tecnológico, ya en pleno siglo XXI, ante la incapacidad de reducir las desigualdades económicas y el exacerbamiento de ideologías retrógradas que amenazan ampliar tal desfasaje en pro de intereses lucrativos de grupos más favorecidos, hostiles a cualquiera de las medidas que busquen mitigar sus fortunas y distribuirlas con mayor racionalidad y solidaridad. En ese sentido, la búsqueda de nuevas formas de comunicación e información poética me parece justificada en tanto desestabiliza convenciones arraigadas y pensamientos conservadores que se alinean con las áreas más renuentes a cambios e innovaciones progresistas de costumbres e ideas. Véase, ahora mismo, los nuevos intentos del enraizado machismo de las sociedades patriarcales en el sentido de desmoralizar las reivindicaciones feministas contra el acoso sexual.
¿Por qué en tu propio país, especialmente el último tiempo, la prensa te ha negado? ¿Hay motivos estéticos, es algo ideológico?
–En Brasil, la poesía de vanguardia siempre fue mal vista por los grandes medios y por la prensa. La poesía concreta fue mayormente hostilizada durante más de medio siglo por la crítica universitaria y periodística. Al cabo de algunas décadas, principalmente debido a la repercusión internacional del movimiento literario que lanzamos en Brasil, en 1956, con pocos pares en Europa, la prensa nos tuvo que “tragar”. Mi primera antología de poemas, en una edición no financiada por nosotros mismos, salió en 1979, cuando yo ya tenía 48 años de edad y 20 de poesía. Hoy, tengo editores que garantizan la continuidad de mi trabajo poético. Además Brasil se retrotrajo y atraviesa una fase de gran mediocridad cultural. La poesía que se practica, de un modo general, al menos la que venden exitosamente las grandes editoriales, es una poesía que para mí no existe en absoluto. Una mixtura recalentada de modernismos fáciles y consumibles que, comparados con la obra de los grandes maestros de la modernidad y del pasado, quedan reducidos a dimensiones diminutas. Los diarios, que hace algunas décadas albergaban a la poesía en grandes espacios, los encogieron, y donde había poemas, hoy sólo hay tratamiento del cine de consumo, la música popular vendible y otros divertimentos. El título “Cultura” es cosa del pasado. Está siendo sustituido por “Entretenimiento” y “Diversiones”. Colaboran los amigos del rey, los intelectuales de derecha y los inofensivos, una chusma de pasantes en todo. Se suma al desinterés y a la desinformación la censura política. Los grandes medios y la prensa brasileños no dedicaron siquiera una línea acerca del premio Janos Pannonius, que recibí, y sin embargo vivan y aplauden banalidades de todo tipo, incluso nuestro más vulgarizado rap, de segunda, y el rap de tercera, como si fuesen altas manifestaciones de la cultura brasileña. El intelectual en Brasil sigue siendo “un pobre diablo”, como afirmaba Oswald de Andrade. Es Brasil, “el país con la cabeza para abajo” del que hablaba Tom Jobim. Cualquier reconocimiento inteligente es criminal, y el poeta, culpable. “La burricie está en la mesa”, ya decía Tom Zé, en tiempos mejores. Se suma a eso la persecución política. Yo me transformé en “persona non grata” de los diarios desde que osé protestar contra el nada glorioso impeachment a la presidenta Dilma, variante civil del golpe de 1964, que, como entonces, los grandes medios apoyaron, agitando el verdeamarillismo abobado de la lumpenosa familia paulista. Pero yo avisé, termine como termine, lo que se está dando. Nuestra democracia desmoralizada, la perspectiva de elecciones fraudulentas y la vuelta a la milicocracia. Inquisidores súper-asalariados politizando la justicia, desmoralizándose y terminando de descaracterizar lo que sería una lucha contra la corrupción, y que se va transformando en una corrida persecutoria contra la izquierda brasileña.
Volviendo a la literatura, ¿qué estás leyendo actualmente? ¿Has descubierto algo nuevo o algo “viejo” que esté o haya pasado desapercibido?
–Soy, como siempre, más lector que escritor. En un año de grandes pedidos para mí, y de un viaje casi imposible a Hungría, redescubrí a Julio Verne, cuya rehabilitación comenzó con los estudios de Michel Butor en los años 60. En un estudio que fue acogido en el sitio internacional Verniana, oso aproximar a Mallarmé, entre tiros de dados, al autor menos conocido de ediciones no censuradas, como El testamento de un excéntrico. Coincidentemente, el libro fue lanzado en Brasil, y nunca había sido publicado en portugués. Releo a Hemingway y a Marianne Moore,. Antes de viajar para Hungría, revisité al gran Moholy-Nagy y descubrí al poeta-pintor Lajos Kassák, un precursor dadá-constructivista cuyo museo tuve el placer de visitar en Budapest. A los húngaros les revelé a un querido amigo, el escultor Kasmer Fejer, firmante del manifiesto Ruptura, de 1952. Fueron dos exposiciones, con fotos ampliadas de sus esculturas, una en Budapest y otra en el museo Vasarely, en Pécs, donde vivió Fejer antes de venir para Brasil en 1948. Descubrieron su residencia y me llevaron hasta ella, para homenajearlo, colocando una corona de flores en la vieja puerta de la casa, la número 7. ¿Coincidencia extrema o hermosa sincronicidad? El nombre de la calle es… Jano Pannonius. No fue Borges quien inventó esta historia, aunque él homenajeó a Pannonius en su poema “Al primer poeta de Hungría”, que cito en mi discurso.
Tras tu último libro de poesía, Outro, aparecieron otros trabajos, como Música de Invenção, en dos volúmenes, y una antología de Mayakovski. ¿Podés comentarlos?
–Ambos libros ya salieron, Música de Invenção 2, en 2016, y la nueva antología de Mayakovski, en noviembre del año pasado. Aquel, con nuevas y raras referencias musicales, como el microtonalista mexicano Julián Carrillo, el ruso Obuhov, creador de la “luz sonora”, instrumento electrónico de la familia de los theremines, y la germano-americana Johanna Beyer, precursora de la electrónica percusiva. Dedicado, como el primer volumen, a la música contemporánea, que continúa marginalizada por un silencio secular, el libro intenta mantener un diálogo con la música popular más inventiva. La antología de Mayakovski viene con un mayor número de poemas, varios inéditos, algunos nuevos estudios, y una bellísima edición gráfica. En los últimos meses, participé también leyendo mis traducciones de Emily Dickinson, del CD Emily, que trae nuevas composiciones de mi hijo Cid Campos, “poemúsicas” centradas en la conjunción palabra-melodía, con arte gráfico de mi autoría.
¿Qué planes tenés actualmente, hacia el futuro?
–A los casi 87, como decía Duchamp: “I’m breathing”. Seguir respirando.