Una granja, tres cadáveres y un sobreviviente. Estas son las estadísticas con las que comienza Años de sequía, un policial ambientado en la Australia profunda, firmado por la debutante Jane Harper. Su protagonista es Aaron Falk, un detective dedicado a los delitos financieros, que no ha manejado las cinco horas que separan a Melbourne de Kiewarra, el pueblo devastado por dos años de sequía donde sucedió la tragedia, por un interés profesional. Sino porque aquel pueblo supo ser su pueblo, así que conoce a gran parte de sus habitantes. Justamente por esa razón es que, apenas pudo, terminó huyendo de Kiewarra, y ha intentado regresar lo menos posible. Pero esta vez no lo ha podido evitar: los tres muertos –y la pequeña sobreviviente– son parte de la misma familia, la del que hasta su huida supo ser mejor amigo, Luke Hadler.
Estuvo a punto, sin embargo, de no volver ni siquiera por eso, ya que todo apunta a que Luke ha sido el responsable de lo que resultó ser una matanza: asesinó a su esposa y a su hijo, y luego se pegó un tiro con la misma escopeta. Sólo quedó viva su pequeña hija de apenas dieciocho meses. Quienes descubrieron la escena del crimen se sorprendieron al escucharla llorar desde su cuna, ya que pensaron que no habría sobrevivientes. Pero fueron los padres de su amigo los que lo llamaron a Melbourne para darle la terrible noticia, y también los que pidieron por su regreso. Como oficiaron prácticamente de padres sustitutos durante su infancia en Kiewarra, Falk no pudo negarse. Se prometió que la visita durará apenas dieciocho horas: se hará presente para el funeral, pasará la noche allá, y al día siguiente estará viajando de regreso. No está en sus planes quedarse más tiempo en un lugar donde la sequía, las deudas y la falta de futuro son capaces de condenar a un padre de familia a imaginar que puede solucionar sus problemas de una manera tan contundente.
Pero no sólo el presente es lo que está en juego en una novela como Años de sequía, sino que en sus páginas también se revelará el pasado. Porque cuando Falk empiece a alimentar ciertas sospechas que lo obligarán a que sus horas en el pueblo se conviertan en días, al mismo tiempo empezará a repasar la verdadera razón por la que dejó Kiewarra dos décadas atrás. Un camino difícil, lleno de dudas y muy pocas certezas, que Jane Harper maneja con una destreza que parece desmentir el hecho de que Años de sequía –The Dry, en el original– no sólo es su debut dentro del policial, sino que en un principio supo ser apenas un primer esbozo de libro presentado en un taller que esta periodista durante más de una década decidió comenzar a ver si cumplía con uno de sus sueños pendientes, el de escribir una novela.
Publicada en todo el mundo, y con sus derechos cinematográficos adquiridos por la productora de Reese Witherspoon –responsable de Perdida, o Gone Girl– la novela de Harper ha sido la revelación del año pasado en lo que se refiere a los policiales. Y lo que ha sido aún más revelador es la historia detrás de su autora, una mancuniana de 38 años que se considera australiana, ya que pese a haber nacido en Manchester se trasladó con su familia a Australia durante su infancia. Volvió a Gran Bretaña a completar sus estudios, y luego empezó a trabajar como periodista, pero hace ya una década regresó a Australia, siempre trabajando en lo mismo.
Según cuenta un perfil que publicó el periódico Sydney Morning Herald, Harper se considera una persona metódica, que aprendió a tejer o a tocar el piano y el violín de la misma manera en la que decidió aprender a escribir una novela: tomando un curso y practicando. Pero mientras que aclara que su habilidad con el violín apenas si la califica para participar en orquestas de barrio, su libro es fruto de años y años de trabajo periodístico. Cuando comenzó en un periódico zonal de Yorkshire, contó Harper, adquirió un buen oído para entrevistar a la gente común, y construir pequeñas crónicas cotidianas a partir de sus declaraciones. Y cuando empezó con su curso para escribir novelas –que duró doce semanas– se dio cuenta que aquella antigua práctica fue lo que más le sirvió para su nueva tarea. La saga de la aprendiz Harper luego del curso continúa con un concurso de novela inédita al que decidió presentarse como para terminar con lo que había empezado en el taller, que ganó. Y luego una disputa editorial para hacerse con el manuscrito, que tuvo como resultado un contrato para tres novelas que serán protagonizadas por Aaron Falk. La segunda se acaba de editar en inglés, lleva como título Force of Nature (Fuerza de la naturaleza), y las primeras reseñas celebran que Harper incluso haya subido la vara de donde la ubicó con su primer libro.
Por todas estas cosas es que Harper insiste en que escribir es una labor que se puede aprender, sólo hace falta método y práctica. Y aprender a tachar los adjetivos que creyó que había que agregar a la hora de escribir literatura, y que sus compañeros de taller, explicó, le recomendaron abandonar. Pero no hay curso, ni método, ni práctica que puedan reemplazar su experiencia como periodista, por ejemplo, que fue lo que le ayudó a construir su imaginario Kiewarra, un entorno que es tan protagonista como el resto de los personajes. Un pueblo cerrado y cruel, casi una cárcel al aire libre, en donde el pasado y también el presente son una trampa para Aaron Falk, que con la ayuda del sheriff del pueblo –un personaje que no podía faltar– encontrará los hilos que le permitan deshacer la madeja de la masacre, mientras sus recuerdos demuestran poder contener tanto las potenciales respuestas como también guiarlos por un camino equivocado. “Si bien antes de empezar a escribir sabía cómo iba a empezar y terminar, el resultado final confieso que no fue el que había imaginado”, explicó Harper. “Pero terminé haciendo la novela que quería hacer: una que yo tuviese ganas de leer”, asegura esta fanática confesa de Lee Child y David Baldacci, que consigue un milagro en estos tiempos de policiales por doquier: hacer uno que no se puede abandonar hasta llegar hasta la última línea, y en el que resulta imposible anticipar el final. Y donde el mundo creado para contener su historia sigue existiendo en la memoria del lector cuando ya se ha cerrado el libro.