El interminable José María López Sanfeliú (Kiko Veneno) visitará nuevamente Buenos Aires. La puesta será hoy, como parte del lanzamiento de la programación 2018 de La Usina del Arte, y con un acompañante de lujo: Martín Buscaglia. “Será un show intenso, gratificante y espero que divertido para el espectador”, proyecta este pionero del flamenco-rock (y yerbas estéticas parecidas), nacido hace 65 años en Gerona. “A eso aspiro haciendo lo de siempre: cantando y tocando mis canciones sentado con mi guitarrita… eso sí, tendré el privilegio de contar con mi amigo y compañero Buscaglia y sus voces únicas”, detalla Veneno, ubicando en su justo punto al guitarrista uruguayo, junto a quien en 2013 grabó El pimiento indomable, disco compartido que seguramente será parte gruesa del repertorio. “Ese trabajo fue una iniciativa nuestra artística y, digamos, empresarial. Se nos ocurrió plasmar nuestra amistad en una colección de canciones originales, uniendo los dos estilos, de forma que no fueran ni de su estilo ni del mío, sino de una interacción entre los dos. Por supuesto que estamos muy satisfechos por ese proyecto, y lo queremos continuar”, anuncia Veneno.
Esto por un lado. Por otro, lo suyo, suyo. Lo propio y singular que, conjugado en pasado inmediato, pasa por la transición entre su último disco en estudio (el pendular Sensación térmica) y el que entrará a grabar en mayo. “Todo está por verse, pero creo que si hay algo que unifica ambos trabajos es que se rompen moldes respecto de mi manera habitual de hacer canciones… ahí está la apuesta”. Si hay algo que determina el largo devenir del guitarrista es precisamente eso, lo que acaba de decir: romper moldes. Trashumante. Formado entre Bob Dylan, Zappa, el flamenco y una agrupación inicial que se transformó en hito de culto (Veneno), Kiko ha surfeado diversas olas en el amplio mar de la música. Fue rocker, fue parte del nodal disco La leyenda del tiempo, de Camarón de la Isla, al que aportó su tema más conocido (“Volando voy”), fue –y es– amante seguidor de la obra de Federico García Lorca, abasteció de canciones a la cantora española Martirio, fue funcionario cultural en Sevilla, estuvo un par de veces a punto de dejar de tocar, otro par de veces arañó cimas (época “Joselito”, el “Memphis Blues” o los cruces con Jackson Browne, Raimundo Amador y el productor Michael Thomas) y publicó catorce discos en cuarenta años: los tres primeros con la banda Veneno, y el resto solista.
–¿Cómo observa que, tras semejante trayecto, muchos lo sigan reconociendo por “Volando voy”? ¿Le molesta?
–No, porque las canciones son como las personas, así de mano ninguna es mejor que otra, las preferencias de la gente son muy amplias en ese sentido, y todas tienen su corazoncito. En el caso de “Volando Voy” tiene una sencillez y precisión que pocas canciones tienen, y de ahí su alcance. Pero también es cierto que hay otros trabajos menos conocidos como El hombre invisible, que tiene canciones que duran. Respecto de mi parte en esto, bueno, soy el mismo de siempre. Sigo teniendo ese espíritu emocionado ante las posibilidades que se presentan ante una canción nueva, la necesidad de investigar y crear, y el hermoso juego de intentar convertir todo eso en comunicación. Pueden cambiar las formas pero hay mucho del fondo que se mantiene.
–A propósito ¿cómo se lleva con el avance tecnológico aplicado a la música y los vertiginosos cambios que ella conlleva?
–Bueno, sí, es una situación complicada pero hay que adaptarse. Esa vertiginosidad es inaceptable como punto de partida, si quieres hacer un arte de verdad, así que la tomo siempre con distancia.
Veneno, que debe su mote a la canción “Dame veneno” compuesta Juan José Amador cuando todo estaba en ciernes, adora la Argentina. Siempre había aspirado pasear sus músicas por Buenos Aires y alrededores, hasta que lo logró justo el último año del siglo pasado con un triplete inolvidable en La Trastienda. “Aquello fue algo histórico. Conocer esto pagos era una vieja aspiración mía y, cuando ocurrió quedé muy contento de lo que encontré. ¿Qué encontré?... bueno, una fuerza humana y una emotividad muy grandes”, señala el cantautor, que en sus varias visitas hizo buenas migas con Kevin Johansen y Jorge Drexler, por caso. “Si bien debo reconocer que la música de aquí no es una influencia determinante para la mía, hay una cuestión de fondo… sin duda que Atahualpa Yupanqui fue una de mis primeras influencias, digamos que fundacionales. Esa hondura y esa verdad que transmitía tienen que estar en algún lugar dentro de mí. Después me gusta la onda murguera del rock argentino, y me gusta mucho Calamaro”.
–¿Sigue siendo la combinación Dylan-flamenco uno de los ejes centrales de sus músicas?
–Son dos polos que siguen siendo importantes para mí, como no.
–¿Cuáles son los motivos existenciales que lo instan a seguir componiendo?
–El arte y la comunicación son instintos muy primitivos y esenciales. La vida sin el arte quedaría muy vacía. Seguiré mientras tenga cosas que decir, que añadir a lo que ya hice
–¿Cómo lo acompaña, en este sentido, el contexto político-cultural español?
–Bueno, la situación política y cultural en España, al menos para mí, es muy deprimente. Son tiempos en los que la anticultura y la acumulación de dinero y poder están ganando claramente. No les importa destruir el tejido social y humano, les importa sembrar el miedo y la ignorancia, y así estamos, así nos va: sin respuesta. De todas formas, seguiremos dándole vueltas a todo eso mientras tengamos un resquicio de libertad.