El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, intentó esta semana una nueva puesta en escena del repetido capítulo “el acuerdo está a la firma”, en referencia a las negociaciones entre la Unión Europea y el Mercosur por un tratado de libre comercio. Esta vez fue en Madrid, y ante autoridades del gobierno de Mariano Rajoy que respaldaron la ansiosa posición del gobierno argentino por llegar urgentemente a un acuerdo. Pero mientras en Asunción, Paraguay, los negociadores de una y otra parte (Sandra Gallina, por UE, y por los países del Mercosur Luis Fernando Ávalos, de Paraguay; Ronaldo Costas, de Brasil; Valeria Csukasi, de Uruguay, y Horacio Reyser, de Argentina) buscan afanosamente acercar posiciones, un “núcleo duro” de países con sectores agrícolas de peso (Francia, Irlanda, Bélgica y Polonia, en primera línea) resisten la firma de un acuerdo que comprometa la apertura de su mercado de carnes a los productos sudamericanos. Muchos se ha dicho sobre las concesiones que habrían ofrecido en el último año los gobiernos de Argentina y Brasil para arribar a un acuerdo, pero nada resulta tan evidente como el texto de la carta que, esta semana, le envió Cecilia Malmstrom, Comisaria de Comercio de la Comisión Europea, al ministro de Agricultura de Irlanda tratando de convencerlo sobre la conveniente de firmar el acuerdo con el Mercosur.
Resulta notable cómo la funcionaria sueca le manifiesta al ministro irlandés Michael Creed, con total franqueza, que a cambio de una concesión “muy restrictiva” de ingreso al mercado de carnes europeo (cuotas de importación limitadas), la UE conseguiría a favor de sus exportaciones “la eliminación de enormes barreras arancelarias y no arancelarias en casi todos los sectores”. La carta a la que PáginaI12 tuvo acceso, fue enviada por la comisaria Malmstrom al ministro Creed el miércoles 21 (el facsímil de la última página acompaña esta nota). Es en respuesta a una manifestación, también por escrito, de la oposición de Irlanda a un acuerdo de apertura del mercado de carnes. “He tomado nota de sus reservas sobre el posible impacto en el sector carnes, y su desacuerdo con la oferta de la Unión Europea en ese capítulo al Mercosur, de octubre de 2017”. Primera revelación: la propuesta de aproximación que presentó la UE en esa fecha alentó esperanzas en Argentina de que dos meses más tarde, en diciembre, pudiera firmarse un preacuerdo del tratado de libre comercio en Buenos Aires, en oportunidad de la cumbre de la Organización Mundial de Comercio. Pero ese “paper” presentado por la Comisión Europea no era avalado por Francia, ni por Irlanda ni Polonia, entre otros. Con lo cual, no había acuerdo posible por más que el texto entusiasmara a los gobiernos sudamericanos.
Por distintas razones, los gobiernos de Temer y de Macri apostaban, y siguen apostando, al TLC con Europa como tabla de salvación. El primero por la debilidad política con la que gobierna. El argentino, porque arrastra sobre sí una economía tambaleante que tiene en el sector externo su flanco más débil. Lo que no parece entrar en el radar del gobierno de Cambiemos es que la vigencia de un TLC no mejora, sino que hundiría más rápidamente la nave que se escora por la pérdida de dólares (balanza comercial deficitaria, fuga de divisas, transferencias de dividendos al exterior, etc). ¿Por qué sería negativo el TLC? Sigamos el texto de la carta de la comisaria Malmstrom.
“El tema carnes es uno de los muy escasos rubros de exportación que han sido claramente identificados por el Mercosur como de su interés en las negociaciones; en consecuencia, no sería realista esperar que el Mercosur acepte concluir las negociaciones removiendo las trabas arancelarias y no arancelarias que afectan las exportaciones europeas en casi todos los sectores, incluyendo los agrícolas, sin ninguna concesión de nuestra parte”. El mensaje de Malmstrom es claro: es un acuerdo muy desigual con muchas ventajas a favor de los europeos, como para negarle al Mercosur al menos la concesión cuotificada de acceso al mercado de carnes.
Es más, Malmstrom responde en referencia a una investigación que el ministro irlandés de Agricultura había citado para respaldar su rechazo al acuerdo, en los siguientes términos: “El estudio de impacto sobre el sector de carnes europeo que realizara Joint Research Center confirman la alta sensibilidad del sector. Lo tuvimos en cuenta en la negociación. La cuota de importaciones propuesta por la Unión Europea (octubre de 2017) está precisamente dirigida a limitar el impacto negativo de la apertura comercial en el sector. Además, es una aproximación al libre comercio mucho más restrictiva que las hipótesis analizadas en el estudio (una reducción de aranceles del 50 por ciento en la hipótesis más extrema, y del 25 por ciento en la más conservadora)”. Malmstrom no deja dudas: lo que le ofreció como cuota de compra de carnes al Mercosur es mucho más “restrictivo” que las hipótesis que el propio sector agrícola europeo analizaba como posible.
El sector ganadero argentino es prácticamente el único que está siguiendo de cerca las negociaciones con la UE, desde que el Mercosur las retomó en 2016 con Tener y Macri como impulsores, después que las conversaciones hubieran quedado congeladas en 2012 por el desacuerdo de Cristina y Dilma con las condiciones ofrecidas por los europeos hasta entonces. Se ha señalado que la oferta con la que volvió la UE a la mesa de negociaciones en 2016, fue muy inferior a la que había presentado en 2012 y fuera rechazada. Sin embargo, los mandatarios de Brasil y Argentina le dieron esta vez una favorable acogida y restringieron la discusión a la cuestión de la carne.
Tal fue la tensión que produjo este punto, y la fuerza del lobby que produjo el sector ganadero sobre el gobierno argentino, que a fin del año 2017 el ministro de Agroindustria Ricardo Buryaille debió dejar el cargo por los duros custionamientos de la dirigencia rural a su floja defensa de los intereses de los dueños de las vacas ante las autoridades europeas. Macri decidió darle el cargo a la Sociedad Rural, para que defendieran su posición sin intermediarios. Así llegó Luis Miguel Etchevehere al gabinete. Y mucho no avanzó.
“Las cuotas de carne vacuna son el principal obstáculo que mantiene el acuerdo de libre comercio con el Mercosur”, repiten las crónicas que tratan de dar cuenta de los avances de las conversaciones de esta semana en Asunción. El principal problema es que el tema no se define en Asunción, sino en Bruselas (sede de la Comisión Europea), pese a que el Mercosur “entregó todo” en otros asuntos. Y aquí aparece el otro problema para la economía y la política argentina, ¿qué han hecho estos otros sectores económicos, fundamentalmente los industriales, para defender sus intereses y no verse entregados en una mesa de negociación a cambio de unas toneladas más de carne?
A diferencia de lo que sucede en Europa, en el Mercosur las negociaciones oficiales son reservadas. No participan los representantes empresarios ni sindicales de cada sector, y ni siquiera son consultados. En Europa, en cambio, estos sectores actúan como lobbies muy activos ante los cuales el gobierno está obligado a dar respuesta. Se hacen público estudios de impacto de una probable apertura, se reclama protección de los empleos y la producción, se exige que ninguna resolución sea tomada sin previa consulta a los interesados. Nada de eso ocurre de este lado del Atlántico. Las consecuencias, si el TLC avanza, no son para desatender.