Desde Berlín
Una vez más, como es ya tradición en este festival, el cine de Europa oriental se llevó la parte del león de la Berlinale. La película rumana Touch Me Not (No me toques), primer largometraje de Adina Pintilie, ganó no sólo el Oso de Oro al mejor film, otorgado por el jurado de la competencia oficial, sino también el premio a la mejor opera prima. A su vez, el Gran Premio del jurado, segundo en importancia, fue para Twarz (Careta), de la directora polaca Malgorzata Szumowska. En un festival que estuvo desde el primer día atravesado por las campañas internacionales #MeToo y Speak Up!, con las que las mujeres del mundo del cine alzan cada vez más la voz y le dicen basta a los abusos sexuales y la discriminación, el jurado presidido por el realizador alemán Tom Tykwer se sumó a la ola y otorgó sus dos principales trofeos a dos directoras jóvenes, provenientes de cinematografías periféricas con respecto a Hollywood pero centrales en la Berlinale. Baste recordar que el año pasado el Oso de Oro fue para la película húngara En cuerpo y alma, de la directora Ildikó Enyedi, y que Rumania también tuvo otro Goldener Bär hace apenas un lustro, con La mirada del hijo (2013), de Calin Peter Netzer.
Contra lo que pueda hacer pensar su título, Touch Me Not (el original es en inglés) no se refiere a ningún tipo de abuso sino al conflicto de su protagonista, una mujer británica (Laura Benson, actriz formada junto a Patrice Chéreau) que tiene fobia al contacto sexual y que junto a otros personajes con diferentes patologías se asoma a distintas terapias que pueden llevarla a reconciliarse con su propio cuerpo. La directora misma se involucra en el proceso, filmándose a sí misma mientras entrevista a sus personajes y les pregunta por su intimidad, en un relato que nunca pretende ser lineal. El tratamiento de imagen que elige Pintilié –ganadora de varios premios con sus cortometrajes previos– es de una frialdad clínica, con un predominio absoluto del blanco, como una página en la que todavía está todo por escribirse o filmarse, pero el resultado dramático, en opinión de este cronista, se acerca más a un elegante ejercicio de terapia de grupo que a una auténtica creación cinematográfica.
La película paraguaya Las herederas, la primera de su país en participar en competencia oficial en uno de los grandes festivales de cine europeos, fue triplemente recompensada, con el Alfred Bauer Preis “al film que abre nuevas perspectivas”; con el Oso de Plata a la mejor actriz para su excelente protagonista, Ana Brun; y con el premio de la crítica internacional (Fipresci). “Ojalá estos premios sirvan para abrir nuevas perspectivas en nuestro país, que es muy, pero muy conservador”, expresó el director Marcelo Martinessi. Su película narra la vida cotidiana de una mujer que, en la más absoluta discreción, lleva conviviendo treinta años con otra mujer y que de pronto se descubre enamorada de una mucho más joven. La siempre cuidada, sobria puesta en escena de Martinessi, en su primer largometraje, va construyendo un universo puramente femenino, en el cual los hombres están ausentes por completo, lo que puede entenderse a su vez como un desafío para un país donde predomina el machismo.
El premio al mejor director fue para Wes Anderson, por su estupenda película de animación Isla de perros, que abrió el festival diez días atrás y que desde entonces parecía tener un lugar asegurado en el palmarés. A falta de Anderson, que ya había regresado a los Estados Unidos, el Oso de Plata lo recibió en su nombre Bill Murray, que le pone la voz a uno de los perros principales de la película. “Nunca pensé que iba a trabajar como un perro para volverme a casa con un oso”, bromeó desde el escenario del Berlinale Palast.
Entre los grandes olvidados de la premiación de esta Berlinale estuvo Transit, del alemán Christian Petzold, considerada por la crítica presente en el festival como uno de los films más logrados y complejos del director de películas de la talla de Barbara y Ave Fénix. Por su parte, La temporada del diablo, del filipino Lav Diaz, una audaz “ópera rock” cantada a cappella sobre la dictadura de Ferdinand Marcos, también fue ignorada por el jurado. También merecía mejor suerte Dovlatov, del ruso Alexei German Jr., que apenas consiguió un premio consuelo a la “contribución artística”.
El cine argentino, a su vez, participó masivamente de las secciones no competitivas de esta Berlinale, pero aún así, Teatro de guerra, opera prima de Lola Arias, ganó dos premios de jurados no oficiales: el de la Confederación de Cines de Arte y Ensayo (Cicae), lo que le facilita su estreno en territorio europeo, y el del Jurado Ecuménico, que celebra aquellas películas “que tocan una dimensión espiritual de la existencia”.