Desde Nueva York

Luego de un mes y medio de especulaciones, suspicacias, protestas, recuentos y campañas, ayer los 538 del Colegio Electoral emitieron sus votos, que consagrarán a Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Hasta el momento mismo de las votaciones, que se llevaron adelante en cada estado, hubo intentos de modificar en este instancia el resultado electoral del 8 de noviembre, cuando el candidato republicano consiguió la mayoría de los electores y ganó la elección a pesar de haber obtenido casi tres millones de votos menos que su rival, Hillary Clinton. Aunque algunos electores no respetaron el mandato de las urnas, no se reportaron defecciones masivas ni sorpresas que pudieran alterar el resultado. Si bien sólo se sabrá a ciencia cierta el 6 de enero, cuando el Congreso cuente los sufragios y proclame oficialmente al próximo mandatario, anoche, todos los diarios de Estados Unidos aseguraban que Trump consiguió los votos necesarios para garantizar su elección. 

Trump obtuvo la noche de la elección 306 electores contra 232 de Clinton a pesar de haber perdido el voto popular por una diferencia abultada de casi 3 millones de votos y dos puntos porcentuales. Con ese argumento, grupos políticos y civiles intentaron revertir el resultado para impedirle asumir. Los electores de estados que ganó el republicano ajustadamente recibieron miles de mensajes y llamadas telefónicas pidiéndoles que repensaran su decisión. En algunos distritos se juntaron millones de firmas en el mismo sentido. Hubo delegados demócratas que intentaron convencer a sus pares republicanos para encontrar un tercer nombre de consenso y evitarle la victoria al magnate. En al menos una decena de estados hubo protestas y manifestaciones ayer mismo, ante el lugar donde se reunían los delegados, para intentar convencerlos de que cambien su voto a último momento.

En Michigan, uno de los estados clave de la elección, que Trump obtuvo sorpresivamente y por un margen ínfimo, un puñado de manifestantes desafiaron las temperaturas bajo cero y acudieron a las puertas del Capitolio estatal. Por altoparlantes, pedían a los delegados que “voten a consciencia” y que no dejen que “el amor venza al odio”. Pero las protestas no solamente tenían lugar en distritos donde el resultado fue disputado sino que en otros como Georgia o Tennessee, que el magnate ganó ampliamente, también hubo acciones para intentar interrumpir la ceremonia en la que los delegados emitieron sus votos. Nada de esto logró alterar finalmente la voluntad de los electores republicanos. Hubo, sin embargo, al menos dos delegados demócratas que se negaron a apoyan a Clinton. Uno fue reemplazado y el otro escribió el nombre del senador progresista Bernie Sanders.

La Constitución norteamericana no establece en ningun lugar que los delegados del Colegio Electoral deban votar obligatoriamente al candidato que eligieron, en las urnas, los ciudadanos del estado al que representa. En algunos distritos hay leyes locales que prevén penas o multas para quienes se aparten de la voluntad popular, en otros, nada. Si bien en toda la historia hubo más de quinientos casos de “electores infieles” que no siguieron ese mandato, nunca fueron suficientes como para alterar el resultado de la elección. Ayer no se modificó esa regla y finalmente el 6 de enero el vicepresidente Joe Biden será el encargado de contar los votos que se emitieron ayer y proclamar oficialmente a Trump, que asumirá dos semanas más tarde, el “día de la inauguración”, con un discurso ante las dos cámaras del Poder Legislativo, la Corte Suprema y mandatarios extranjeros.

La elección de este año fue la tercera en la historia de los Estados Unidos en la que el ganador del voto popular no coincide con el ganador en el Colegio Electoral, pero es la segunda vez que sucede en las últimas dos décadas, por lo que luego de la victoria de Donald Trump comenzó a plantearse, en algunos sectores del arco político norteamericano, la necesidad de una reforma del sistema electoral que lleve al voto directo, sin embargo, por las declaraciones realizadas por el presidente electo sobre la materia, parece difícil que un cambio de ese calibre vaya a tener lugar en los próximos años, por lo que probablemente la de ayer no haya sido la última vez que 538 delegados tengan la decisión final acerca de quién será el presidente de la primera potencia del mundo.