–¿Cómo llegó a descubrir la literatura infantil y publicar Eulato en 1985, que ya acumula varias generaciones de lectores?
–Es el primer cuento para chicos que escribí y lo hice para probar, no tenía antecedentes docentes ni sabía de literatura infantil, no la había leído de chico porque como género no existía aunque si existía María Elena Walsh pero no la había leído y fue como fruto de una casualidad. Con Oche Califa, Horacio López que vivíamos en esa época juntos en Buenos Aires nos enteramos que el Centro Editor de América latina compraba cuentos para chicos y ese mismo día escribí Eulato y Cuento con Ogro y Princesa, Oche y Horacio escribieron otros y lo llevamos al Centro Editor y ahí nos recibió Graciela Montes que era la directora de la parte infantil, le gustaron y los compró. Nosotros lo habíamos pensado como changa pero para mí fue un descubrimiento en el sentido del género, yo escribía para adultos hasta entonces y la literatura infantil me abrió una posibilidad al humor a lo fantástico, a lo maravilloso y al absurdo. Desde el primer cuento lo sentí así con total desconocimiento de lo que era la literatura infantil, era la época de la dictadura y había una literatura del género muy seria muy moralista y el desconocimiento de todo eso vino muy bien, sólo pensé que había que escribir para un chico sin exigencia de ningún tipo y salió Eulato que algún parentesco tiene con el único cuento que yo conocía que era “El patito feo”, el cuento del distinto, del que no encaja en un marco social.
–Otro paso fundamental fue el libro Cuentos ridículos, que obtuvo el Premio Casa de las Américas.
–Me pasó una cosa muy rara porque mandé a Casa de las Américas un libro para adultos y un libro para chicos y un día me llaman por teléfono de una radio cubana y me dicen que había ganado el Premio y el hombre me hacía preguntas y a mí me daba vergüenza preguntarle por cual libro me estaba haciendo la nota y le respondí con generalidades hasta que me preguntó algo sobre los niños y deduje que estaba hablando de Cuentos ridículos y al rato me llama otro cubano y me hace un reportaje de una hora sobre la realidad política argentina, el fútbol, me pasea por todos los temas y era Jorge Boccanera (risas) que se hacía pasar por cubano. Al otro día me llama un gangoso y yo le contesto en gangoso y era verdad, era un hombre de una provincia que después me invitó a dar una charla.
–Con el absurdo, el trabajo con el humor, ¿cómo se rompe el hielo de lo solemne en el género?
–Mi relación con los chicos siempre fue la humorística, me acerco por el lado del humor pero forma parte de mi “rumor mental”. En mi pensamiento tiendo a exagerar, a criticar, a ver lo defectuoso, a manejarme con los elementos del humor de la caricatura, la mirada que deforma y encontré un vínculo con el posible lector y también con el género. En ese entonces vivíamos un momento muy moralista que tenía que ver con una tradición y si uno lo piensa hay pilares fuertes del humor y del absurdo.
–¿Por ejemplo?
–Mafalda, María Elena Walsh, Javier Villafañe, los comics, la historieta, el Chavo forman parte de los consumos, de la mirada infantil.
–En su abordaje nunca está la burla.
–La infancia es un momento reglado, de imposición de normas, de saberes, de costumbres, de conductas, la educación es eso, una puesta de límites y el acceso al lenguaje es dificultoso, la infancia es una especie de servicio militar, una preparación para algo y una forma de tirarle una soga al chico es reírnos de eso. Mucho de lo que escribí tiene que ver con reírse de las reglas, el material del libro Cuentos ridículos es eso, escuelas para piratas, un trabajo con el absurdo.
–¿Es de algún modo la libertad de imaginar con el chico?
–Mi punto de vista en relación a un cuento infantil es que sea intenso, divertido, dramático, triste, fuerte, la intensidad que sea, para reírse para asustarse, el derecho del lector infantil que yo reclamo, que defiendo es que eso que está leyendo lo tiene que hacer vivir algo lindo o fuerte, no puede haber sobreprotección del lector, no puede haber nada chirle, si nos vamos a reír nos tenemos que cagar de risa, si nos vamos a asustar que sea de veras. Hay una posición de respeto en que las peripecias del lector tienen que ser intensas, incluso intensas en las palabras no sólo en la línea de lo argumental, tiene que haber creatividad, vida, risas.
–Y lucha de contrarios, en muchos de sus cuentos aparece la acción, el choque.
–Defiendo mucho el género de aventuras que era el género matriz de la literatura popular e infantil. Aventuras en el sentido de personajes que arriesgan su vida, tienen que vencer obstáculos, hay violencia. El pasaje por la aventura tiene que hacerte vivir peligros y es el pacto de lectura que tiene ese género, los personajes van a sufrir, van a enfrentar obstáculos superiores a ellos y lo van a resolver si pueden con inteligencia, con valentía porque la posición del chico es la posición del débil. El lector en la sociedad es el débil, es un individuo en formación, se está preparando, está aprendiendo, no conoce el alcance de las cosas. Muchas veces lo fantástico y lo que nosotros llamamos “real” son límites borrosos para ellos. Reivindico el miedo, el miedo es una pasión fuerte, viven luchando contra eso, la infancia está poblada de fantasmas y la literatura infantil cuando es seria, cuando asusta de verdad es como un ejercicio de domesticación de fantasmas según el mismo Freud. La idea es que los fantasmas en la infancia están y lo que te daría el cine, los cuentos populares que tratan sobre terror es la posibilidad de hacer una gimnasia con esos miedos.
–Enfrentarlos de alguna manera, en este caso en el imaginario del chico.
–Obtener representaciones te da recursos para hacer más leve eso, no para vencer a esos fantasmas porque la idea de domesticar es linda, por ejemplo, los perros me aterrorizan pero si tengo uno aprendo a convivir, sé qué hacen, puedo tenerles miedo pero no es el terror que me anula, que no me deja dormir.
–¿Qué rol tiene la escuela en todo este vínculo? ¿Hay una tensión entre el imaginario y la institución? ¿La ve como un aliado o como un enemigo?
–A veces es enemigo y a veces es aliado, a veces es material para burlarse y también hay que reconocerle que en la Argentina la mayoría de los pibes lee gracias a la escuela. Cuando yo iba al colegio no se leía nada de ficción, nada, siete años pasé por la escuela nunca me hicieron leer una novela o a un autor. Digo esto porque ese mito de que antes se leía no es así. Para los hijos de los laburantes la lectura casi te diría que empezó en las últimas décadas desde el primer Plan de Lectura con el regreso de la democracia, la mano que le dan los docentes y las bibliotecarias a la lectura es increíble. Fue un proceso largo que incorporó la literatura en las aulas, a veces ese uso empobrece y otras veces es riquísimo pero hay mucha gente como militantes de la lectura a lo largo de todo el país haciendo que los chicos lean, chicos de escuelas pobres leen una cierta cantidad de libros y vas a escuelas y hay bibliotecas de diversos tamaños pero están. Aun cuando haga chistes con eso en uno de mis cuentos del libro Cinthia Scoch que es la visita de un autor a un colegio donde me rio también del autor que es recibido como si fuera Sandro y sus “mensajes” a los niños, todas las partes tenemos cosas para criticar pero valoro mucho la participación de los docentes.
–¿Qué es lo que no pasa de moda en el trabajo de escritura para chicos y qué es lo nuevo que apareció en los últimos años?
–Lo que no varía es que hay un sujeto leyendo, que sufre, que vive cosas, sueña y está en crecimiento y te vienen bien esas ficciones que ponen en juego pasiones parecidas a las suyas. El argumento puede ser el de un yaguareté en la selva o de un marciano pero esa cosa de que hay uno parecido a mi sufriendo eso no pasa de moda o peleando o siendo marginado. La literatura necesita que haya problemas porque en la familia de los chicos los hay, se mueren los abuelos, los padres, la familia está sin guita, hay discriminación, hay sufrimiento y hay reivindicaciones. Lo que no cambia es eso, puede haber un cuento contextualizado en la sociedad victoriana y otro en la Catamarca actual pero ese individuo que lee está buscando algo y es probable que ese cuento le de ese efecto de vivir, de pasar por una experiencia que uno quiere que sea estética, uno quiere que sienta algún efecto de belleza junto con el efecto de vivir en la selva y me las arreglé para sobrevivir.
–Me recordó a Quiroga.
–Se cumplen cien años del libro que Quiroga escribió para sus hijos “El libro de la selva” que es uno de los grandes antecedentes de nuestra literatura cada tanto olvidado porque Quiroga arranca con cuentos violentos, dramáticos, bien escritos. En relación a lo nuevo, incorporar whatsapp en literatura infantil no lo convierte en nuevo. Lo nuevo ocurre en la sociedad, hay un chico nuevo, una especie de pequeño dictador sin padres o que los padres no pueden dominar. A veces cuando voy a escuelas y los docentes me cuentan que muchos van sin dormir porque están toda la noche con la PlayStation y juegan con un chico de España o de México y llegan dormidos a la escuela. O chicos que tienen poco entrenamiento físico y después está el chico tiránico, que llora, exigente, como muy egoísta.
–¿Qué cosas le molestan de las modas en literatura para chicos?
–Ya que sea una moda da la idea de no legítimo para la pulsión del escritor. Me parecen problemáticas varias cosas. Uno es el abordaje de lo político o su no abordaje. Se desarrolló toda una moda de los Derechos Humanos, es un avance pero con cierto reduccionismo de los problemas, pero la parte que me parece que está mal resuelta es que parte de la literatura infantil toma a los desaparecidos y los lava políticamente, los convierte en “luchadores por la democracia”, un luchador abstracto, lo lavan para hacerlo defendible, no es fácil dar cuenta que los desaparecidos eran del ERP y querían el socialismo, eran comunistas, montoneros, sindicalistas, tenían conciencia de la lucha de clases, le quitaron contenido, los infantilizaron. De hecho ese discurso está extendido a otros ámbitos, lo que no aparece es que luchaban por otra sociedad y que no era capitalista. Al vaciarlo no deja de ser un binomio malo-bueno, se despolitiza la vida del desaparecido, del luchador, lo que no aparece es la dimensión anticapitalista.
–Javier Villafañe decía que el chico donde mejor pinta es donde mejor come. ¿También se da en la escritura?
–Lo que se ve yendo a las escuelas es que donde mejores condiciones existen es donde hay un maestro bueno, donde hay alguien dinámico, libre, creativo, buen lector y si por alguna razón se te cruzó en la vida alguien como él o como ella y te dijo este libro o aquel y saliste leyendo. Y a veces en la escuela encontrás eso, a veces resulta que el maestro es lector de verdad, encontrás esos que transmiten una pasión y sus alumnos son lectores y es increíble el peso que tienen uno de esos individuos. Vas a una escuela y ves a una bibliotecaria que es así y toda la escuela es distinta, hasta los mismos docentes recalan en donde está esa persona. Es un fenómeno muy agradable muy lindo y de contagio alrededor de esa persona, hay chicos que llevan libros y se lee distinto.
–¿Hay un aprovechamiento comercial del género del terror, implica un descuido estético o está sobrevaluado?
–Hay un aprovechamiento comercial en base a una demanda legítima de los chicos, el terror no lo inventaron este año, en el acervo del cuento folclórico y popular el terror está siempre, la experiencia con los límites, con la muerte, la experiencia del vértigo está siempre en todas las culturas, está en el Parque de Diversiones, la Montaña Rusa, después que vengan duendes, extraterrestres pertenece a la maniobra comercial pero la demanda existe y el problema que genera es de dosificación, porque el mismo cuento que para un chico lo anula y vive una pesadilla para otro no fue muy terrorífico. Todos tuvimos un abuelo del campo que contaba cuentos sobre hombres sin cabeza, es seductor en el sentido del vértigo, cómo te atrae algo que te va a hacer mal.
–¿Cuál es su preocupación en el tratamiento estético de los cuentos, en el trabajo con la escritura?
–Es lo que me importa más porque lo otro son argumentos. Hay distintos niveles de lo estético en un texto que lee un chico y no sólo pasa por la inteligencia de las palabras o la belleza de la unión de ideas que en apariencia no van juntas. Hay una experiencia estética relacionada con la inteligencia de la disposición de las cosas también en el chiste, con la sorpresa pero el objeto cuento infantil es estético, entre algunos narradores se confunden las cosas. Hay una idea de transmisión de información, da lo mismo hacer una síntesis del argumento, transmisible y mi idea y la de muchos es que un cuento, un poema, es un objeto autónomo con partes necesarias, imprescindibles que sólo funcionan de esa manera. Te cuento la obra de Romeo y Julieta pero lo que valorizamos de verdad es la obra Shakespeare. En literatura infantil a veces se transmite de qué se trata, a veces muchos escritores cuentan como si informaran con los materiales del periodismo. Las palabras no son un soporte son la literatura, no es un vehículo con el que traigo un argumento. Lo ajeno al mundo del chico me parece imprescindible como presencia, si va a leer una aventura en un mundo que no conoce, palabras, posturas, reacciones que no conoce uno quiere visitar esos mundos desconocidos, un chico también quiere sentir la novedad de que una palabra con otra es rara.
–¿En sus viajes hay cosas que lo asombraron?
–Estaba llegando a Rosario en avión y anunciaron que no me baje y cuando bajé del avión estaban todos los personajes de mis libros abajo en la pista y tardé en darme cuenta que eran personajes de libros míos y después hicieron una caravana. En un colegio me regalaron una Virgen del Valle que pesaba como cuarenta kilos, era de madera maciza. También tuve encuentros con cerca de dos mil chicos juntos y te preguntaban cosas propias de un famoso y a mí me gusta plantear la idea de un escritor que se pone todos los días a trabajar, que tiene rutinas, que a veces no le salen las cosas. Cuando uno se enfrenta con un grupo de chicos y se dan todos esos roles, el canchero, el gastador, el tímido y me pongo a defender al tímido, lo reivindico, cito lo que dice y me embola el pibe canchero. También en las escuelas está “el mejor alumno” que es el escritor oficial y está el escritor oculto que es el que te hace una pregunta buena, difícil y después hay mucha cosa afectiva, te abrazan. A veces están seis meses leyéndote y sos como un amigo, me costó asumirlo y con los años aprendí a respetar esas preguntas y devolver cariño por cariño, el chico te escribe una carta, te abraza y hay que saber recibirlo.
–¿Cómo evalúa hoy la experiencia de la Revista Mascaró?
–Hace poco me encontré con una poeta y nos acordábamos del día que estuvimos presos por pintar por la aparición con vida de Haroldo Conti, fue en 1982 y yo laburaba en Entel. En esa época estaba leyendo mucho a Conti y cuando apareció la idea de juntarnos, hacer una revista, tenía claro que ese tenía que ser el nombre. Me pasó una cosa rara, de pronto me olvidé, estábamos buscando nombres con Susana Silvestre, Juano Villafañe, Leonor García Hernando y cuando dije Mascaró todos dijeron que sí, que era indudable. Era como una reivindicación de los primeros años de democracia, el hecho de conocer a gente como Luis Alonso, vos, pero me confundía estar detrás de lo administrativo, la imprenta, los trámites y lo que salía en la revista se mezclaban cosas buenas con el deber generacional, éramos medio setentistas sin serlo, éramos jóvenes para la generación de los desaparecidos y tomamos todas esas banderas, cumplimos con eso y no le dimos tanto espacio a lo que escribíamos.
–¿Cómo repercuten en usted las políticas del macrismo?
–Lo vivo mal, siento que esto viene para largo con consecuencias graves. La instalación de la derecha, deuda que va a ser fatal, consecuencias sociales y está la parte imprevisible, están sembrando violencia, puede ser un período largo, violento, están estimulando un estallido social y están mejorando todos los aparatos de represión a la vez. Meten en cana todo el tiempo gente. Por momento me agarra bronca con el proyecto kirchnerista por no haber organizado a la gente. A mí me rodea gente kirchnerista y de izquierda, son los que ahora ligan los gases y los palos, el gas pimienta aúna al trosko, al de izquierda, al peronista. Lo que no hacen ellos lo hace la derecha, nos junta a todos, ojalá que salga algo de eso. Tengo mucha gente cercana al kirchnerismo muy angustiada, los han abandonado, me suena como en los años 70, son una gran cantidad de votos pero no tienen organización, no tienen partido, no es un descuido, es una limitación del proyecto político, sino hay partido no hay nada.