Las últimas cifras del intercambio comercial publicados por el Indec y los resultados del balance cambiario difundidos por el Banco Central resultan alarmantes. El déficit comercial para enero fue próximo a los 1000 millones de dólares. Ya son trece meses consecutivos en rojo y ocho en los que el desequilibrio supera los setecientos millones. Los volúmenes comercializados revelan que las importaciones crecieron más del 26 por ciento respecto a enero de 2017, mientras que las exportaciones solo lo hicieron un 4,6 por ciento. No se trata, como sugirió el gobierno en otras ocasiones, de un boom inversor reflejado en las compras externas de bienes de capital. Las importaciones se dispararon en todos los rubros, incluyendo los bienes finales de consumo y los automóviles. A su vez, el déficit por viajes y pasajes al exterior se profundizó un 6 por ciento en relación a enero del año pasado y la denominada formación neta de activos externos por transferencias al exterior (fuga de divisas) superó los 1500 millones de dólares, récord en la historia del mercado de cambios según reportó la propia autoridad monetaria.
Durante 2017 el déficit comercial de bienes fue cercano a los 8500 millones de dólares. Eso fue apenas la punta del iceberg. A esa cifra debe añadirse el desequilibrio en el intercambio de servicios impulsado por el inédito déficit del turismo internacional, el giro de utilidades de las empresas transnacionales que operan en el país y el pago de los intereses de la deuda en moneda extranjera. El conjunto de esos rubros y otros de menor envergadura componen lo que se conoce como la cuenta corriente del Balance de Pagos, un termómetro de las transacciones con el resto del mundo. Ese registro indica que la Argentina está en serias dificultades. Todavía no se conocen los datos oficiales definitivos pero una estimación razonable sugiere que el déficit de la cuenta corriente de 2017 más que duplicará el de 2016 y se ubicará por encima del 5 por ciento del PBI. Marcará un récord negativo sin equivalente en las últimas décadas.
La agudización del déficit en la cuenta corriente constituyó el elemento precursor común de las principales crisis argentinas desde 1980 en adelante. En términos simples, cuando el país gasta más dólares de los que obtiene por vías “genuinas” (exportaciones actuales e inversión extranjera productiva que impulse las exportaciones futuras) empiezan a manifestarse tensiones en el frente externo. Esas tensiones pueden maquillarse, como sucede en la actualidad, acudiendo al endeudamiento externo y alentando la entrada de inversión de cartera (dólares especulativos), pero como revela el análisis histórico, si la política económica no atiende el problema y permite que el desequilibrio se agudice, las tensiones del frente externo pueden derivan en crisis de magnitud.
Por eso, pese a que el gobierno lo niegue, el contexto macroeconómico de la Argentina es delicado. Si bien el Banco Central tiene espalda suficiente como para evitar grandes sobresaltos cambiarios en el corto plazo, las múltiples ventanillas que demandan dólares en el mercado local no dan tregua y relativizan la holgura del stock de reservas. El contexto financiero internacional con la Reserva Federal advirtiendo que aumentó la probabilidad de nuevas subas de sus tasas de interés se tornó mucho más incierto y menos amigable con un modelo completamente dependiente de la colocación sistemática de deuda en moneda extranjera. La reciente suba del riesgo país argentino, distanciándose de la tendencia regional, da cuenta de que la vulnerabilidad del esquema actual no es un secreto para nadie.
Sobra decir que el endeudamiento desbocado en el que incursionó el Gobierno desde que asumió tapa provisoriamente los baches externos mencionados pero no tiene vínculo alguno con el desafío de impulsar el desarrollo de largo plazo. ¿O acaso alguien sabe de la existencia de un programa, con metas e instrumentos concretos, de impulso a la producción industrial y los servicios de alto valor agregado? ¿O de una estrategia en marcha para diversificar nuestras (muy concentradas) exportaciones? ¿O de una agenda que estimule la tecnología y la innovación aplicada a la producción? Si nada de eso existe, solo resta seguir bailando como en ocasiones pasadas al ritmo del desequilibrio externo y la burbuja de deuda, hasta que explote.
* Docente e investigador de la UNQ.