(ATENCION: este artículo incluye SPOILERS sobre The Walking Dead)

De un tiempo a esta parte, seguir a The Walking Dead tuvo bastante de acto de fe. Aun para una ficción que  –como Game of Thrones– acostumbró a su público a no encariñarse con los personajes, en las últimas temporadas hubo que aferrarse más al atractivo de la historia en general que a ciertas decisiones argumentales en particular. Tropiezos en el ritmo narrativo, giros discutibles, alguna incongruencia, promesas de cambio explosivo que no se concretaban del todo: no fue casual que disminuyeran los ratings, de todos modos muy altos para una serie no precisamente apta para todo público. “How it’s gonna be”, el episodio que cerró en octubre la primera tanda de la octava temporada, puso al rojo vivo la relación: con Alexandria en llamas, lo último que pudo verse fue a Carl Grimes revelando una mordedura de walker.

En los meses que pasaron, la comunidad TWD explotó. Hubo muchos que no perdonaron el giro, sobre todo los conocedores del comic de Robert Kirkman (donde Carl sigue con vida), y se agitaron los debates sobre la necesidad de liquidar a un personaje icónico. Tan icónico que “Honor”, el episodio de este fin de semana, fue un largo adiós del hijo del sheriff. Muy largo. Tanto que apenas dejó espacio a solo dos líneas narrativas más, y dejó para siguientes capítulos a gente como Maggie, Jesus, Gabriel, Eugene y hasta el mismísimo Negan... que solo apareció al final para que quedara claro que esas imágenes de un Rick envejecido en una Alexandria en paz parecen pertenecer más bien al mundo de la fantasía.

Así, hubo que digerir una despedida agónica aunque plena de significados, porque en los últimos parlamentos del ya-no-tan-pibe se condensó buena parte de lo vivido desde el episodio uno, y más de una clave sobre la relación padre-hijo. Más allá de lo que produzca la muerte de Carl, hay que hacer justicia a los guionistas Matthew Negrete y Channing Powell y al director Greg Nicotero, porque el cruce de historias, los flashbacks y flashforwards le dieron contundencia y ritmo a un episodio que, de otra forma, hubiera sido un tormento. 

Hace tiempo que los walkers son solo uno de los problemas de este universo postapocalíptico donde el asunto más complejo pasa por los humanos. De allí el diálogo entre Ezequiel y Gavin, y el interés que provoca Morgan, un tipo que desde la primera temporada atravesó las fronteras de la locura, hizo la promesa de no matar por matar y, obligado por las circunstancias, dejó a un lado sus pruritos... al punto de, en uno de los picos de tensión de “Honor”, liquidar a un Savior arrancándole las entrañas.

En épocas de maratón encadenada, The Walking Dead retornó con el viejo y querido estilo del episodio semanal (por Fox), y está bien. Serán necesarios siete días para tomarle el peso a lo que sucedió, a la tremenda imagen de Rick y Michonne enterrando a Carl, antes de empezar a entrever qué traerán los próximos episodios. Si el futuro venturoso que Rick prometió a su hijo hacer realidad, o apenas una nueva faceta de un infierno en el que los pesares, como los muertos, retoman impulso y vuelven a levantarse.