Murió Alberto Lagunas. Según una amiga, el último de una estirpe ‑presumo por tributo del campo cultural de los sesenta‑. Un ser furtivo, que vivía para la literatura, dijo Retamoso, acto seguido D' Anna remarcó que tomaba como una gran injusticia la falta de reconocimiento, tras haber desarrollado su carrera literaria en el marco de una cultura periférica, como es la de Rosario. También Isaías, en privado murmuró, un final injusto y lamentable.
Borrosa fue su muerte, traslúcida, hipotética, como el mejor de sus cuentos.
Nicoleño de nacimiento, rosarino por opción; tal como Ardoino Martini, Arturo Fruttero, Facundo Marull, Hugo Padeletti, concurrentes de diversos sitios a nuestra ciudad; Alberto inscribió su parentesco, ya desde hacía tiempo, a la nómina que bien un crítico con remembranzas rubendarianas podría denominar como "Raros".
Amaba el cine. Toda realización audiovisual le parecía "suprema". De las tantas charlas sobre el tema un día lo indagué en el hecho de no haberlo estudiado, me respondió que de hacerlo hubiese vendido a su propia alma. Almodóvar era su favorito. En cuanto a gustos literarios era más exigente. Baudelaire, Rimbaud, Verlaine; Thomas Mann, Federico García Lorca, Marguerite Yourcenar, eran sus preferencias y de ahí no se movía, ni porque vengan degollando o bailando la resfalosa como en su poema "En esta casa no caben los muertos".
Formado en la academia, se cagaba en ella, notable. Un día en una de sus clases/catarsis/parodia/show ‑léanse sinónimos los términos‑, vuelvo a preguntar, esta vez sobre la disciplina‑ Literatura Francesa‑ y la respuesta fue: no sé, soy solo un profesor. Nuevamente, notable.
Acompañaba desde finales de los ochenta las reivindicaciones del campo popular y vivió con esperanzas los últimos años de restitución de derechos. Le inflaba el pecho el solo nombre de Cristina, una mujer presidenta vociferaba, si la viera mi madre, concluía.
De alumno pasé a discípulo, luego a colega. En todo ese tiempo me trató como amigo, con generosidad encomiable, mismo hacia todos. Dejó una institución desbastada por su pérdida, el viejo Normal de Profesores, hoy Instituto Olga Cosettini, una butaca vacía de cine, un tenedor menos en un comida china; un hueco ciego en todos los que nos formó.
Así escribía:
Obsesión
Que tenías en tu corazón
en tu obsesión por buscarme
en tu obsesión por hacerme
el más fuerte
como si la fuerza fuera medida
y no sostén de memorias desechables.
Y regresabas sin embargo
para destruir como las hadas malas
la fiesta de los cumpleaños,
para destruir el puente
para que yo no huyera
de la locura
sino quedara pegado a tu regreso
de mantas rotas heladas
mantas
deshilachadas mantas
como laberintos de odio
Alberto Lagunas 1940‑2018