El primer ministro de Italia, Paolo Gentiloni (foto), llega a las próximas elecciones en un escenario mejor que cualquiera que hubiera imaginado en diciembre de 2016, cuando tuvo que dejar la Cancillería para reemplazar a Matteo Renzi.
En estos 14 meses como premier, logró que el país aprobara la ley electoral que permitió el llamado a comicios, condujo con éxito la presidencia italiana del G-7 y aparece nombrado por oficialismo y oposición como una de las pocas figuras que podría guiar el timón del país en caso de que se necesitara un regreso a las urnas tras el voto del 4 de marzo próximo.
Incluso, destacan, entregará el país con la economía a un crecimiento de 1,6 por ciento durante el 2017, más del doble del 0,7 por ciento que pronosticaba el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Con un vasto recorrido en el sector moderado de la centroizquierda italiana, Gentiloni (Roma, 1954) asumió el gobierno 14 meses atrás rotulado como “delfín” de Renzi, perfil del que poco a poco se fue desmarcando en base a pocas y contadas apariciones públicas en las que fue desplegando tonos de tranquilidad diametralmente opuestos a la hiperactividad de su antecesor. De formación periodística, al punto que su primer paso en la política fue como portavoz del entonces alcalde romano, Francesco Rutelli, en 1993, Gentiloni había llegado a la Cancillería a fines de octubre de 2014, cuando sustituyó a Federica Mogherini, nombrada jefa de la diplomacia de la Unión Europea (UE).
Con sangre noble en su genealogía y electo por primera vez Diputado en 2001, Gentiloni no ahorró elogios permanentes al Pontificado de Jorge Bergoglio durante su gestión al frente de la diplomacia italiana, incluso en cuestiones en las que comprometía la postura de su país, y se mostró siempre cercano a la causa por los inmigrantes. “Este es un mensaje para Europa: se puede tener una migración distinta que desmonta el tráfico de los esclavistas”, definió Gentiloni en octubre pasado, antes de recibir en el aeropuerto Fiumicino de la capital italiana a 70 refugiados sirios, entre ellos varios niños, que llegaron a Roma como parte del corredor humanitario de la comunidad católica San Egidio apoyado por el Pontífice.
Cuando en abril de 2015 el gobierno turco cargó contra Francisco por sus declaraciones sobre el “genocidio armenio”, Gentiloni respondió: “La dureza del tono turco no me parece justificada, teniendo en cuenta el hecho de que hace 15 años Juan Pablo II se había expresado en modo análogo”.