Damnation debe ser traducida como condenación. En términos teológicos, no es tan sencillo como hablar de condena. Se impone tratar a esa palabra con cierta reverencia, con el respeto que se le debe tener a un mandato de perdición, el temeroso respeto que merece cualquier maldición echada a rodar por alguien con la suficiente autoridad como para que se cumpla... eternamente.

Los creyentes consideran que esa autoridad es Dios. En los Estados Unidos de 1931, la única autoridad real es el dinero, aunque los cielos le disputen palmo a palmo ciertos territorios. Y de eso, en buena medida, se trata esta historia.

La serie es creación del productor Tony Tost, en coproducción entre Universal Cable Productions y Netflix, que transmite la serie en todo el mundo, salvo en los EEUU, donde fue emitida por USA Network.

Como en los EEUU no tuvo gran repercusión ni los niveles de audiencia esperados, no habrá segunda temporada, de modo tal que conviene aprovechar al máximo las virtudes de un sólido relato, atravesado por interpretaciones desparejas, en algunos casos brillantes, en otros algo sobreactuadas, pero con un plus que no siempre talla en las producciones de época: la ambientación y el vestuario son de real jerarquía.

A lo largo de los diez capítulos, los directores David Mackenzie, Adam Kane, Rod Lurie, Eva Scrhaug y Alex Graves se turnan para generar un clima tan sórdido y despiadado como creíble.

El elenco es bueno. Killian Scott hace su papel del cura Seth Davenport con corrección. Su contracara, Logan Marshall‑Green, interpreta al pistolero Creeley Turner con ciertos vicios que rozan el estereotipo. El resto, no desentona. Sarah Jones representa a la pareja del cura, Amelia Davenport. La actriz negra Chasten Harmon construye a Bessie Louvin, la única prostituta del burdel del pueblo que sabe leer, lo cual le depara ciertos beneficios. Christopher Heyerdahl es el sheriff Don Berryman, y remite, por la dureza de sus rasgos, al rostro de un Hermes Binner del medio oeste americano.

A la sombra de la Gran Depresión.

Es un misterio cómo los yanquis pudieron seguir creyendo en su maldito sueño americano después de la Gran Depresión, pero a la luz de lo que cree buena parte de los argentinos después de 2001, realmente todo parece posible.

Sin embargo, no está de más ponderar que para salir de aquella crisis fue necesario desmontar de raíz el mito de la mano invisible del mercado, desmentir esa criminal farsa mostrando la fornida mano del Estado inyectando recursos para generar empleo allí donde fracasó el buzón de que la oferta y la demanda se regulan solas.

En Damnation todo acontece en un poblado rural de Iowa donde los granjeros se enfrentan a la infamia de los dueños del dinero, que ofrecen migajas por sus productos para verlos fundirse y luego quedarse con sus fincas en un remate vil.

Nada nuevo, tratándose de la Gran Depresión, pero en el medio de esa trama remanida, el cura del pueblo se las trae, porque no sólo predica a favor de una rebelión contra el poder establecido, sino que lo hace con un fierro escondido entre los pliegues de su sotana. Un Colt siempre refuerza con convicción cualquier versículo bíblico dudoso.

Cuando la revuelta de los granjeros va tomando espesor y temperatura, aparece un pistolero que viene a poner las cosas en orden, a tiro limpio y sin mayores contemplaciones, contratado como pesado rompehuelgas.

La relación entre el pastor revolucionario y el killer es el nudo central de la serie, pero el contexto es realmente interesante. Políticamente y psicológicamente interesante, porque ninguno de ellos es sólo lo que aparenta.

Para quienes no se cansan de relativizar el poder de los medios, la historia le dedica a los mismos abundantes tramos en los que queda expuesto el rol que tienen a la hora de construir relato y realidad.

Tal vez lo más impactante en ese sentido sea la tensión en la que se debate el periódico del pueblo: por un lado, el liso poder del dinero que impone a sangre y fuego "lo que pasa". Por el otro, la fuerza de lo inesperado, de lo insospechado de toda rebelión, obliga a posar la mirada del escriba del diario en la ferocidad asesina de los banqueros y en la respuesta por momentos brutal del cura y los granjeros. No todo se arregla con plata, y siempre queda la chance de apostar a la ficción para contar lo que de otro modo no se puede.

Quizás a los yanquis les cueste ver algo virtuoso en exponer las laceraciones que deja a su paso la codicia. No están dispuestos a ver el verdadero rostro de quienes nutren las tumbas con pobres, soldados, miserables o simples seres que no nacieron con el don de la impiedad. De allí que la historia no haya cuajado y haya contado con pocos televidentes.

La clave puede encontrarse, tal vez, en una frase que corona la crítica escrita por Mike Hale para el New York Times: "Es difícil saber lo que esta extraña cosa histórica que roza lo estrafalario está intentando hacer, pero está decididamente centrada en el alma enferma de América".

El tipo no entiende qué cuerno puede aportar Damnation, un relato en el que colisionan los ganadores de siempre con perdedores que no se resignan a serlo. Pero al menos tiene la agudeza de percibir que nada de eso que se ve en pantalla pudiera suceder si esa nación, la América del sueño desmentido, no tuviera su alma en eterna perdición, condenada a una maldición permanente, ya sea por Dios, el dinero, o por ambos.

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