El pozo es un golpe a la boca estómago. No es un golpe bajo ni apela a recursos trillados o baratos. Pero es implacable. Es una historia fuerte que se siente como un sacudón que deja sin aire. Es fácil bajar la guardia ante el trabajo exquisito de su paleta de colores, esperar una cándida aventurilla típica de coming of age antes de recibir el golpe. Ese impacto que llega mucho antes de lo previsto porque Lauri Fernández no pierde el tiempo en vueltas estériles. En unas páginas presenta a sus protagonistas y en cuanto el lector empatizó con ellos y cree saber para dónde va la historia, aparece el pozo y el lector cae de lleno.
La primera novela gráfica de Fernández como autora integral cuenta la historia de una tragedia pueblerina silenciada: la desaparición de un pibe al que se lo traga la tierra de un día para el otro. Lo notable del caso es que la autora no cuenta cómo se resuelve el misterio sino, más bien, todo lo contrario: porque el cuerpo no aparece nunca y cómo afecta eso la vida de quienes rodeaban al niño. Fernández exhibe inocentes sospechados, responsables penando sus culpas en silencio, recuerdos sobrevolando jóvenes convertidos en adultos. Es una elección demoledora.
Las primeras páginas de la historia aparecieron en una web colectiva de historietistas mujeres, aunque cuando naufragó el proyecto encontró lugar en la revista digital de LocoRabia. Al papel, en tanto, llegó por el sello Maten al Mensajero en una edición que incluye el relato en su formato de historieta y, además, como nouvelle, en la que Fernández muestra que su manejo de los ritmos del relato no viene sólo de su amplia experiencia como historietista. La autora entiende cómo contar su historia y, además, tiene claro que cada lenguaje tiene sus propios recursos y fortalezas, sus profundidades y polisemias particulares, y ella sus propias herramientas en cada uno.
Ambas versiones coinciden en el corazón de la historia, que desnuda las miserias de los seres humanos. Son miserias atávicas, oscuridades que trascienden las épocas. Como esa contracara siniestra del espíritu gregario que es la turba en busca de un chivo expiatorio contra quien prender las antorchas y agitar los palos, algo que la historietista sanrafaelina destaca particularmente en su relato.
El dibujo llama poderosamente la atención, ya que –a diferencia de sus trabajos anteriores– aquí la autora es exuberante con el color, que es crepuscular desde la tapa y cuyo tono cautiva a la vez que advierte sobre los pesares que narra. Los atardeceres anaranjados que pinta Fernández no son campos dorados, sino la vida que se incendia de los personajes. La edición, además, capta la sutileza que distingue el azul de un terror nocturno de la palidez de la ramplona violencia urbana. Otro factor que convierte a El pozo en una de las mejores historietas publicadas en 2017.
Aunque es la primera obra integral de largo aliento de Fernández, a la autora mendocina se la conoce ya por su participación como dibujante en libros como Ani, Vientre, Una última carta, Tupamaros: la fuga / 1971 y participaciones en distintas antologías. Tambmién publicó el libro Arte y política en Oesterheld (1968-1978), fruto de una larga investigación (Fernández es, además de una notable dibujante, una académica respetada en el circuito). Ese volumen uno de las primeros trabajos serios y rigurosos sobre la militancia del coautor de El Eternauta, y la influencia de su derrotero político e ideológico en su producción historietística.