Había una época en la que beber alcohol en la vereda constituía un acto de vandalismo y marginalidad. La etnografía punk había cifrado en la calle un lugar donde tan solo destapando una cerveza se consumaba un supernumerario hecho de combate al sistema y resistencia a la autoridad que podía merecer un cachiporrazo o, incluso, una noche en un calabozo. Pero ese relato hoy es, en general, como un cuento de ficción o de otro tiempo. O, en una forma más agria de entender el cambio de paradigma, la muestra de cómo la Derecha muta sus modos para hacer de lo malo algo cool y, en todo caso, someter con mecanismos menos evidentes.

El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires decidió regular aquello que parecía descontrolado como en la película Una noche en el Roxbury, donde dos pelandrunes imaginaban un boliche cuya estética se asemejara a la vereda. La Capital parece homenajear a esos hermanos Butabi incorporando a los bares justamente la parte que se suponía ajena a ellos. Esto es el “deck gastronómico”, nombre que el larretismo le puso coloquialmente a lo que en los papeles se llama “plataforma de esparcimiento”.

Papeles, por cierto, que vinieron mucho después de la acción: recién en octubre pasado la Legislatura porteña le dio marco legal a algo que el gobierno ya venía instalando desde principios de 2016, cuando hizo los primeros ensayos en Caballito. Después hubo una encuesta en Twitter: ¿En qué barrio querés que se coloquen nuevos decks? Monte Castro les ganó a Las Cañitas y a San Telmo, aunque igual se instalaron en los tres.

Los decks son de madera y metal con barandas y canteros de plantas, están ubicados sobre la calzada, en la calle, donde antes estacionaban o circulaban autos, y les vienen saliendo al Estado casi un millón de dólares, ya que literalmente se los regaló a una centena de bares de la ciudad, muchos de ellos sin saber del obsequio hasta que el personal del gobierno se hacía presente con lonjas de cedro, clavos y martillos. Una medida cuestionable en una ciudad de tránsito atestado, falto de lugares para estacionar y, como si fuera poco, con el turbio negocio de las multas y los remolques por el mal aparcamiento en lugares confusamente señalizados.

El GCBA exhibe como un éxito esta política de gestión de lo público por encima de lo estatal. Esto es: no importa que falten bancos en las escuelas mientras sobren en los bares. Algunos recuerdan la gigantografía sobre la instalación de decks en la Terminal de Retiro, a espaldas de uno de los lugares donde el gobierno porteño falla en el ordenamiento del espacio: la Villa 31. El mismo asentamiento que Larreta y amigos planean “urbanizar”, según un pomposo (que rima con dudoso) plan que pretende extirpar a los habitantes para hacer casas coquetas y, por supuesto, bares con decks en la vereda.