1
Emprendemos un viaje que deberíamos haber planeado quince o veinte años atrás, cuando nuestras ilusiones más íntimas todavía esperaban ser confrontadas con la realidad. Decidimos viajar sin medir demasiado las consecuencias de una movida anacrónica que lejos estuvo de convertirse en un argumento en contra. Somos tres. Nos conocemos desde preescolar, es decir, somos tres que crecimos juntos, aunque algunas circunstancias, como es lógico suponer, nos hayan (temporal y espacialmente) separado. Los tres estamos por llegar, increíblemente, a los cuarenta. Cuarenta años transitando caminos idénticos y dispares al mismo tiempo. Cuarenta años inscriptos con aerosol en el horizonte. ¿Lo hubiésemos imaginado el primer día de clase?; ese día en que los niños abandonan la supuesta comodidad del hogar para ingresar en la selva espesa e irreal de una vida que nunca más les hará caso. Increíblemente, entonces, tres cuarentones se disponen a emprender un viaje postergado por circunstancias que si fueran conocidas sería superfluo mencionar. Sin embargo, resulta preciso dejar constancia que entre las causas del distanciamiento (la causa ahora nos une) está la partida de uno de los tres a Europa en octubre del 2001, único dato de la intimidad ajena (¿o convendría anotar ajenidad íntima?) que me permitieron revelar después de enterarse de que en mi muro de Facebook había publicado una foto de los tres tomada en la Plaza Mayor de Madrid. Por este motivo (protegerlos, protegerme de ellos) ocultaré sus identidades con nombres falsos. A uno lo llamaré Zavalita, al otro Renzi. Y como no quiero ser menos, aunque firme el texto con mi nombre real también quiero rebautizarme: Arturo Belano. Y en este ejercicio de asignar nombres me pregunto si lo que escriba de Renzi, de Zavalita o de mí afectará la substancia de los personajes reales (por ejemplo, ¿afectaría a Manuel Quaranta una confesión hecha por mí? Hagamos la prueba. A mediados de los '90 yo, Arturo Belano, era un chico menemista) No sé. Voy a hacer de cuenta de que las cosas son como son o como fueron y procuraré evitar la proliferación de interrogantes para poder tejer mínimamente tres o cuatro líneas dignas sobre un viaje de tres adolescentes a un tris de cumplir cuarenta, conscientes, sin duda, de que ya no son ni serán lo que eran y que sin embargo decidieron reunirse a pesar de la absoluta incertidumbre prometida por el encuentro. Uno de los motores de la incertidumbre, paradójicamente, es una coincidencia: Renzi y Zavalita son padres, y por su condición extrañan mucho a sus hijos. Yo, que no soy padre, no termino de entender la afección que los une y que se refuerza a partir de otra coincidencia, ambos, al viajar, se dispusieron a transitar el período más largo de sus vidas alejados de ellos (Zavalita dieciséis, Renzi cuatro). Estas precisiones las conozco porque las refieren en charlas, y lo comentan de un modo en el que no queda claro si predomina el sentimiento de culpa o la sensación de triunfo.
2
En Tarragona pasamos un fin de semana y el lunes temprano partimos con Zavalita hacia una nueva aventura. Renzi debió quedarse en su casa haciendo un poco de vida normal, aunque desviada por nuestra constante presencia‑ausencia. Zavalita elige como destino Barcelona, yo lo acompaño en tren, pero sigo camino hasta Blanes (antes de Gerona y Portbou). Aquí pierdo el rastro, y lo que ellos hayan hecho es materia de especulación, más allá de que Zavalita, cuando nos reencontramos a los dos días en Barcelona, me contó algunos detalles (inverosímiles) de su estadía en la ciudad. Por mi parte, de los lugares que visité dejo al margen Gerona, bella, fría, desangelada. En Blanes hice a medias (soy un desobediente nato) la ruta de Roberto Bolaño propuesta por el Municipio y hablé un par de minutos con quien fuera su librera histórica, suponiendo que por transitividad (ella tuvo contacto directo con él, yo tuve contacto directo con ella) algo de la inteligencia literaria de Bolaño se encarnaría en mí (hay que esperar). En Portbou el tiempo parecía detenido, como si la muerte de Walter Benjamin hubiese sido el punto final para el devenir del pueblo o como si esa muerte se estuviese repitiendo una y otra vez (de allí la sensación de detenimiento). Portbou, un pueblo plagado de fantasmas a tal punto que en un momento me pareció reconocer caminando entre las tumbas a Roberto Bolaño, pero no, era el guardia del cementerio que se aproximaba para informarme (de mala manera) sobre la hora de cierre. Confundido y apurado por el empleado tomé un tren hacia Gerona, pasé la noche casi en vela (un corrector agudo quizás sugiera el término duermevela) y a la mañana siguiente me dirigí a Barcelona, bajé en Paseo de Gracia, recorrí unos metros, llegué a la esquina acordada y a las 13.07 exactas escuché mi nombre repetido: "Arturo, Arturo", era Zavalita tranquilamente sentado en la terraza de un restaurant, "mi casa", dijo, cuando me invitó a comer. Después del almuerzo paseamos por la Disney catalana, compramos libros, fuimos al MACBA, nos falló una cita y no pudimos cumplir un encargo que me habían hecho. Antes de las 21 estábamos en Tarragona para desacomodarle la rutina a la familia de Renzi, aunque sólo por unos días, ya que Zavalita ese viernes tomaría el vuelo de regreso a la Argentina.
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Tras una fuerte discusión entre Zavalita y Renzi (omito el tema por decoro, el tono por pudor), les propuse salir a dar una vuelta para aplacar los ánimos, ambos aceptaron a modo de reconciliación, y sin rumbo fijo llegamos a una muestra cartográfica ("Cartografías de lo desconocido") en la Biblioteca Nacional de España. Ninguno de los tres sabe nada de mapas, pero igual entramos. La propuesta era fantástica y demostraba a quien estuviera dispuesto que el concepto de mapa está alejadísimo de cualquier tipo de objetividad, más bien en su elaboración concurren una serie de decisiones pictóricas y políticas que se acercan a lo que hace tiempo llamábamos dominación (estas fueron aproximadamente mis palabras ante la pregunta de una periodista musulmana de Córdoba Internacional TV; Zavalita y Renzi creo que quedaron asombrados menos por el ágil manejo de las cámaras que por mi capacidad para hablar de un tema absolutamente desconocido en público). De todas formas, lo importante, o lo que me resultó significativo de la muestra, fue la siguiente frase: "el mapa te dice: no dudes de mí", o sea, el mapa dice, yo digo la verdad, creeme, teneme confianza, soy tu amigo.
4
Visto de manera retrospectiva, si bien con plena conciencia mientras se desarrollaban los hechos, descubro que el núcleo irreductible de nuestra amistad (33 años discontinuados por el tiempo, el espacio, la política, etc.) es la existencia de una lengua en común, pero no de una lengua materna (los tres tenemos una fuerte ascendencia italiana) compartida por el azar de un nacimiento (Renzi ya piensa en catalán), sino con el modo común en que tratamos esa lengua. Un tratamiento más cercano a la corrosión que a la corrección. Las anécdotas al respecto son innumerables e irreproducibles, y perdería la gracia (al menos si lo intento yo) exponerlas de forma escrita. Tienen que ver con la potencia de las palabras "mal usadas" o fuera de contexto (qué, cuándo, por; cómo, cuándo, quién; para, por qué, dónde). No son chistes, son atentados; intervenciones que descolocan al interlocutor de turno o provocan una respuesta absurda o tautológica; pronunciaciones confusas (jugar con el apellido Puig que en catalán se pronuncia Puch: Arturo Puch, Manuel Puch); transformaciones infantiles (Decadrón para referirse al negocio de ropa Decathlón); repetidas alusiones a equívocos y a sucesos nunca acontecidos con notables y definitivas consecuencias; además, claro, de la ironía brutal de Zavalita. Entendí así que entre nosotros operaba una lengua en común y un tratamiento común de la lengua, una amistad atemporal sostenida en el tiempo, un cúmulo de falsos recuerdos refrendados por palabras verdaderas.
5
Incluir a personas reales en estas notas me genera inseguridad. ¿Qué sentirán Zavalita y Renzi mientras lo leen? ¿Sentirán nostalgia, alegría, desconfianza? Por un instante pienso en compartir el texto con ellos antes de enviarlo para su probable publicación, sin embargo desestimo de inmediato el proyecto porque estoy seguro de que ambos van a ingeniárselas para insinuar que acomodo los acontecimientos según mi conveniencia.
6
La última o la penúltima noche en Madrid estábamos tomando una cerveza en "Il morto chi parla". Zavalita había ido al baño y a mí se me ocurrió contarle a Renzi un fragmento de la novela La Grande. No sé si debido a la inmoderada ingesta de alcohol o a mi mala memoria (las confesiones desmienten rotundamente las infundadas sospechas del punto 5) sólo fui capaz de balbucear una vaga y deshilachada retahíla de palabras, aunque logré prometerle a Renzi que le haría llegar el fragmento original. Aprovecho este espacio para cumplir la promesa y concluir las notas sobre el viaje con nosotros tres en una posición inmejorable: "De golpe, en un fogonazo de clarividencia, acaba de comprender por qué están todos juntos, reunidos alrededor de esa mesa, distendidos y contentos: porque ninguno entre los presentes, piensa Tomatis, cree que el mundo le pertenece. Todos saben que están a un costado de la muchedumbre humana que tiene la ilusión de saber hacia dónde se dirige y ese desfasaje no los mortifica; al contrario, parece más bien satisfacerlos. Para no hablar del dueño de casa, que guarda detrás de su frente un misterio impenetrable, cada uno de ellos se obstina en querer ser otra cosa que lo que esperan de él".