“Sobreviviente de los campos de exterminio nazi, símbolo de la emancipación femenina, ferviente defensora del derecho al aborto, primera presidenta mujer del Parlamento Europeo. Jamás dejó de defender la paz en ninguno de sus combates. Paz entre las comunidades y las culturas. Paz entre los géneros. Paz entre los pueblos. Su rostro, bien conocido por nuestros padres y abuelos, alberga un ideal de justicia atemporal, y queremos que las nuevas generaciones, las del siglo XXI, se adueñen de su herencia. Su existencia nos motiva, su coraje nos inspira. A usted, eterna rebelde, le rendimos homenaje en los muros de nuestra ciudad. Gracias Simone”. Con tan justas palabras, saluda el sitio oficial de Merci Simone, el colectivo feminista de anónimas muchachas en sus 20 y 30, que se han dado a la misión de empapelar las paredes de París con un rostro: el de la querida Simone Veil.
Referente de la política francesa contemporánea, se le recuerda especialmente por liderar la batalla en favor del derecho fundamental a la interrupción voluntaria del embarazo, como ministra de Salud de un gobierno conservador, logrando la aprobación de la Ley Veil –que permitía abortar durante las primeras 12 semanas de gestación– en noviembre de 1974. “Si elegimos a Simone Veil es porque representa el tipo de mujer que es cercana a nuestro corazón: la adolescente que sobrevive horrores impensables; la política que es también madre, y no resigna ni su vida privada ni su vida pública; la feminista en el sentido más puro de la palabra, que abogó para que la mujer tuviera derecho a decidir sobre su propio cuerpo”, explican Julia y Eléonore, dos de las integrantes del grupo activista que, a través de su afiches callejeros estilo pop art, buscan mantener vivo el recuerdo de quien muriese el pasado año, a los 89 años, y que el venidero 1º de julio será enterrada en el Panteón parisino. Templo republicano por excelencia donde apenas reposan cuatro ilustres mujeres (Simone será la quinta) entre más de 70 varones... “Usted, Madame, prodigó a nuestra nación dones que la hicieron mejor. Los franceses han comprendido que su grandeza hizo nuestra grandeza”, ofreció el presidente Emmanuel Macron meses atrás, al anunciar la decisión de que allí yazcan sus restos, cantando sentidas loas a quien, habiéndose formado en Derecho y Ciencias Políticas, fue nombrada ministra de Salud entre 1974 y 1979, elegida presidenta del Parlamento Europeo entre 1979 y 1982, designada presidenta de la Fundación por la Memoria de la Shoa en el 2000, por mencionar apenas algunas de las tareas que desempeñó.
Street art para la memoria, bien podría ser el lema de las jóvenes de Merci Simone, que mientras continúan plantando el gigantesco rostro de la legendaria SV en las cercanías del Canal de l’Ourcq, del Centre Pompidou, de la Place des Vosges, del Passage de la Main-d’Or, entre otros puntos cardinales de los más diversos arrondissements, avisan que libre es el uso del colorido retrato que han creado, y que más que invitados están otros civiles a imprimir sus propios carteles, bolsos, remeras... Comparten en redes, de hecho, su receta de pegamento orgánico, en caso que otros entusiastas decidan sumarse a la cruzada de empapelar barrios con el rostro de Veil, especialmente el venidero 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. También han dispuesto por unos pocos euros carteles ya impresos, y el dinero que de ellos recauden será destinado a Féminisme Populaire, organización sin fines de lucro que labura para ahondar en el empoderamiento y la emancipación de las mujeres. “Es importante para nosotras que las ideas y batallas de Simone Veil no desaparezcan con su muerte”, subrayan las muchachas, y recuerdan especialmente cómo, en los 60, durante la guerra de Argelia contra la colonización francesa, siendo magistrada,abogó por los derechos humanos de los prisioneros argelinos, particularmente de las mujeres. Vuelven también sobre su lucha contra el racismo, sobre su constante denuncia a la inequidad de género…
Y recuerdan, sobra decir, las tres históricas jornadas de intenso, encendido debate que antecedieron la aprobación de la mentada Ley Veil (que le valieron pintadas en su hogar, cartas con improperios, con amenazas de muerte…). En aquellos tres días de mediados de los 70, Simone dio un apasionado discurso de 45 minutos ante una asamblea mayoritariamente masculina; solo 9 diputadas frente a 483 diputados. “No podemos seguir cerrando los ojos ante los 300 mil abortos que, cada año, mutilan a las mujeres de este país, que pisotean nuestras leyes y que humillan o traumatizan a aquellas que tienen que recurrir a ellos”, dijo. “Los poderes públicos no pueden eludir su responsabilidad”, explicó, y defendió su ley “como representante pública y como mujer”. Las voces reaccionarias no se hicieron esperar: además de una catarata de insultos machistas, hubo un parlamentario que hizo escuchar a la Cámara un cassette con el sonido del latido de un feto de 8 semanas; otro directamente llevó un feto en un frasco con formaldehído; y no faltó quien acusase a Veil de “instaurar una nueva forma de eutanasia legal”, comparando el aborto con la cámara de gas, tildándola de nazi. ¡Justo a ella!, que durante la Ocupación y con apenas 16 años de edad, había sido deportada a Auschwitz junto a su familia (su madre murió allí de fiebre tifoidea) y que nunca se borró el número de prisionera que los nazis le tatuaron en el brazo, el 78651, “para no olvidar y para no repetir”.