Se pregunta si esa cicatriz era inevitable mientras se acostumbra a hablar con la marca de la cesárea como si fuera un personaje. En Mamífera el cuerpo es el más legítimo escenario.
Hay algo salvaje, como decía Julia Kristeva, en el acto de parir, algo que enfrenta a la mujer a una verdad que escapa al lenguaje porque el cuerpo entra en una zona incontrolable. Pero la maternidad no es solo naturaleza en un mundo plagado de demandas. La mujer que atraviesa el puerperio en esta obra no puede abstraerse de un jefe insistente que la quiere de nuevo en la oficina mientras asume el despojo en la que su hijo la ha metido sin saberlo. Su vida parece capturada por un ser que llora en una imploración completa de atención y ella, que establece una relación de enamoramiento con su hijo, no puede evitar la fantasía de abandonarlo para volver a esos lugares donde era algo más que una madre.
Si la maternidad está tomando distancia de sus versiones idílicas, si la crítica a ese momento que puede ser o no deseado, va acompañada de la certeza que maternar no tiene que comprenderse únicamente como una tarea individual, Sol Bonelli y Alejandra D’Agostino se animan a expresar desde su escritura esa etapa insoportable donde la mujer no consigue hacerse cargo de sí misma.
La particularidad en Mamífera se encuentra en la soledad de la protagonista. La chica está en pareja con un hombre que le sostuvo la mano mientras pujaba para que su bebé naciera. Se aman pero el padre apenas es nombrado como un visitante, alguien que pudo retomar sus actividades mientras ella pasa días enteros sin conseguir unos minutos para bañarse. No hay reproche en el texto de Sol y Alejandra pero si ese cuestionamiento que el humor increpa en la piel de una actriz que sabe darle dinamismo y empatía a su epopeya.
D’ Agostino hace del desparpajo, de esa mirada vengadora que quiere estampar frente a cada pregunta molesta de su entorno, una especie de espada para cortar con tanta invasión. Porque al momento de opinar, de hacer de las decisiones razonadas o intuitivas el sustento de los futuros traumas del niño, la maternidad se convierte en un coliseo público.
Ella quiere volver al trabajo pero custodia ese tiempo sin dormir en el que no tiene la menor posibilidad de concentrarse. Le explica a su jefe que no le da la vista mientras trata de calzarse las botas porque teme que le roben el proyecto y que sus ideas queden desligadas de sus méritos.
Le gusta dar de mamar, siente el placer de comprobar que puede alimentar a su hijo en el acto de tenerlo contra su pecho pero quisiera recuperar su cuerpo como un terreno independiente. Esa oscilación entre deseos contradictorios que reclaman algún partenaire para que la carga no sea tan inmensa y poder disfrutar y amar, es contada con la comicidad que implica la fatiga de saberse responsable de todo.
Si D’Agostino hace de su monólogo un relámpago, una fuerza que no puede detenerse, un grito pelado de guerra contra ese mundo que todavía cree que una mujer puede sola con los pañales y la leche, es porque hay demasiado por decir sobre esas cuatro paredes en que la madre queda detenida durante el puerperio.
A Bonelli y D’Agostino les importa convertir en acción una experiencia que se supone doméstica pero que es esencialmente política. No hay nada más contundente y productivo que traer un/a hijx al mundo, que fabricar la sociedad misma, que hacer de ese bebé una persona, y esa tarea no puede limitarse a los sudores de una madre. Al menos no completamente porque esta mujer que dice sentirse como una teta enorme, corre el riesgo de ser consumida, como si la maternidad, cuando lxs demás pierden la noción de lazo y ayuda, pudiera interpretarse como otra forma de explotación. Y
Mamífera se presenta los jueves a las 21 en El Camarín de las Musas. Mario Bravo 960. CABA.