A Christine no le gusta que la llamen por su nombre. En realidad, hay muchas cosas que no le gustan, a juzgar por la intensa conversación que mantiene con su madre durante los primeros minutos de Lady Bird, mientras regresan juntas a casa luego de ¿unas pequeñas vacaciones? ¿O se trata de un típico escape juvenil con final trunco? La escuela a la cual asiste no le agrada demasiado y la perspectiva de no abandonar nunca Sacramento –su ciudad natal, tan cerca de San Francisco y, sin embargo, tan lejos– encarna en el peor de los purgatorios. La discusión madre-hija desemboca en una fantasía adolescente hecha realidad: Lady Bird, la “dama pájaro” –apodo con impronta auto bautismal– abre la puerta del auto en movimiento y se tira al pavimento, sin dudarlo. “Andate a la mierda, Mamá”, será el corolario, inmortalizado en letras de molde sobre el yeso.
La secuencia de títulos, veloz y abigarrada, recorre diversas instancias de las actividades diarias en una típica escuela católica, mientras el nombre de la actriz Saoirse Ronan –en un rol consagratorio, y no sólo por la nominación a un premio Oscar, la tercera en su breve carrera– es seguido por el “escrita y dirigida por Greta Gerwig”, musa mumblecore con profundas raíces en el cine independiente estadounidense y molécula esencial en las fructíferas relaciones creativas junto a Noah Baumbach y Joe Swanberg, entre muchos otros realizadores de su país. La ópera prima en solitario de Gerwig es, como podía suponerse a partir de sus ascendentes artísticos, luminosa y melancólica, inteligente y divertida, ligera y relativamente trascendente. En la heroína titular, cuyos diecisiete años parecen pesarle como si fueran siglos, la directora moldea un alter ego de otros personajes interpretados por ella misma en películas previas; tal vez, incluso, haya algo autobiográfico, ciertas piezas de la vida real de la propia Gerwig, al fin y al cabo, nacida en Sacramento en 1983 (la acción del film transcurre en el año 2002).
Lady Bird es una chica ingeniosa que, sin embargo, no logra evitar las trampas más obvias de la educación sentimental; una criatura amorosa que es capaz, al mismo tiempo, de lastimar con los más amargos desaires a aquellos que más la quieren. Una hija que, como tantas otras, atraviesa esa etapa en la cual el más comprensivo de los padres encarna en la antítesis viviente de una madre rigurosa y aparentemente dura. Adolescente al fin, Lady Bird está llena de contradicciones y el proyecto escolar de una obra de teatro musical puede convertirse temporalmente en el ítem más importante de su existencia –cortesía de la atracción por un chico– o ser dejada de lado raudamente ante un nuevo interés (el joven proto anarquista está interpretado por Timothée Chalamet, el protagonista de la todavía en cartel Llámame por tu nombre). Sin abandonar el esqueleto de un relato tradicional en cuanto a los alcances emocionales de la trama, Lady Bird le solapa una estructura de viñetas, que recorren los últimos meses de tránsito en la high school, poco antes de atravesar el umbral de una nueva etapa, que la protagonista imagina en una gran ciudad, preferentemente Nueva York. Y que, con la ayuda de su padre y un poco de suerte, quizás pueda convertirse en realidad.
“No estás preparada para una universidad como Berkeley. Ni siquiera pudiste pasar el examen de manejo”, le espeta la madre (Laurie Metcalf), psiquiatra para más datos, como para bajar estrepitosamente el nivel de las pretensiones de su hija. En la escuela, quienes mejor parecen comprenderla son su mejor amiga Julie y la monja que conduce la institución (la película contiene la representación más amable de la iglesia católica en bastante tiempo). Y, como en todo coming-of-age que se precie, las ansiedades por el futuro forman parte indispensable de sus obsesiones. También las frustraciones: el primer beso rápidamente se transforma en “desfloración”, término tan poético como anacrónico. Y completamente alejado del sexo como práctica concreta y real.
Gerwig reelabora con ingenio e inteligencia determinados arquetipos fácilmente distinguibles y los recubre de una humanidad construida en base a pequeños gestos ligeramente corridos de lo esperable, sumándoles fugaces y lúcidas descripciones de ámbitos y clases sociales. Por caso, la elección de la escuela no es el resultado de una necesidad religiosa y resulta ser un verdadero sacrificio para esos padres de clase media acosados por la inestabilidad laboral y para quienes la ascendencia social ya es un sueño irrealizable. Comedia agridulce cuyo humor resulta tan contagioso como otras emociones elaboradas a partir de instancias más dramáticas, es posible que Lady Bird eche mano, durante los últimos tramos, a recetas emocionales de eficacia probada de antemano. Pero mucho antes de llegar a ese cierre algo esquemático, Gerwig sabe forjar en Christine/Lady Bird una personalidad refulgente, flamígera, irresistible. Una auténtica heroína teen.