Para apreciar una película como Operación Red Sparrow deben aceptarse dos presupuestos. Uno es que el género de espionaje entraña necesariamente, tanto en la novela como en el cine, un montón de giros y vueltas de tuerca, incluso hasta el punto del mareo. O sea que advertencia 1: la clase de espectador al cual le gusta anticiparse a lo que va a suceder acá va muerto, porque en su afán de sorpresa la película protagonizada por Jennifer Lawrence no repara demasiado en haber dado o no pistas previas para resolver sus enigmas. El segundo presupuesto es el de la existencia del cine trash, que se llama así (basura) por lucrar con materiales como, básicamente, el sexo (turbio) y la violencia. Advertencia 2, entonces: quienes exijan al cine los más altos sentimientos y emociones, más vale que sigan derecho hasta la próxima película auspiciada por la Iglesia católica y el Consejo por la Paz entre los Pueblos.
El trash entraña un verosímil distinto al del realismo. Más lúdico, menos circunspecto. Así es como debe tomarse a Red Sparrow, basada en la novela homónima de un tal Jason Matthews y dirigida por Francis Lawrence, cuyo único parentesco con Jennifer es haberla conducido en la serie Los juegos del hambre. Lo más estimulante de aquella saga era cuando se le iba la mano en su cuota de violencia, poniendo en peligro la ansiada calificación de SAM 13 (aquí en Argentina; PG-13 en Estados Unidos). En Operación Red Sparrow (en Argentina, a las películas de espionaje siempre se les agrega la palabra “operación”, para que se sepa que son de espionaje) sucede lo mismo, pero ahora sumándole sexo retorcido al asunto. Bailarina del Bolshoi, a Dominika Egorova (Lawrence) la sacan de la cancha la noche en que su partenaire, en lugar de pas de deux, le parte en deux, por un “error de cálculo”, la tibia izquierda. Fin de la improbable carrera de étoile de Dominika, que tiene más físico de campeona de lucha libre que de bailarina clásica.
Después de que ella ponga los puntos sobre las íes sobre los responsables de esa lesión, dándole a su bastón un uso más que ortopédico, su tío Vanya (¡sí, tiene un tío llamado Vanya!) le hará una oferta que no puede rechazar: o se queda en la calle cuando el Bolshoi las eche del departamento prestado, a ella y a su pobre viejecita enferma (esta zona de Red Sparrow es un tango ruso hecho y derecho), o se convierte en espía a su servicio. Vanya (el belga Matthias Schoenaerts), que tiene un alto cargo en la SIE, logrará convencer a sus superiores, Zajarov (el irlandés Ciarán Hinds, con las comisuras cada vez más caídas) y el General Korchnoi (tocayo del jugador de ajedrez, interpretado por Jeremy Irons) de la utilidad que su sobrina puede prestarles como espía.
Dominika concurrirá a la Escuela del Estado para jóvenes espías, conducida por una Charlotte Rampling machona, que parece homenajear a la Coronel Rosa Klebb de De Rusia con amor, y donde todos lucen el más canónico gris plomo soviético. No se sabe si por libido de la Matrona (Rampling) o por una política específica, la enseñanza de la escuela tiene la fijación sexual de un valijero. A una alumna se la obliga a practicarle una fellatio a un prisionero, y a Dominika, a cumplir con los deseos de un compañero. Para lo cual Mrs. Lawrence se quita meticulosamente prenda por prenda, hasta quedar desnuda por completo, humillar al compañero y sumar algunas entradas en boletería. En ese punto, algunos espectadores dirán que Operación Red Sparrow es una basura. Otros, los que saben disfrutar del exceso, lo fuera de lugar, lo imposible de creer, pensarán lo mismo, pero frotándose las manos. De allí en más, la grieta entre espectadores correctos e incorrectos no hará más que profundizarse.
Preparada para seducir y atrapar al enemigo, Dominika no podrá resistir sin embargo la atracción que le produce Nate Nash, agente de la CIA (nombre totalmente de comic, encarnado por el serio Joel Edgerton). De allí en más la alternativamente castaña o rubia agente del SIE jugará a dos puntas entre ambos poderes, hasta una notable escena de tortura con un killer ruso, que se especializa en despellejar a sus víctimas con un dispositivo especial. ¿Está Dominika del lado del torturador o del torturado? Y el topo al que Nash protege, ¿quién es? Esta última pregunta, que supuestamente guía la trama, es lo que Hitchcock llamaba un macguffin, una mera excusa para hilar la acción, que en sí misma no importa nada. A propósito de Hitchcock, hay un largo y trabajoso crimen de a dos que recuerda el de Cortina rasgada. Claro que el genio británico tenía un respeto por el rigor y el pudor al que Mr. Lawrence no aspira en lo más mínimo. Uno hacía alto cine. El otro, cine-basura. Ambos son divertidos.