“Cómo tantos hombres, tantas ciudades y tantas naciones se sujetan a veces al yugo de un solo tirano, que no tiene más poder que el que le quieren dar; que sólo puede molestarles mientras quieran soportarlo; que sólo sabe dañarles cuando prefieren sufrirlo que contradecirlo.”
Etienne de La Boétie, Discurso sobre la servidumbre voluntaria o el Contra, 1548
Etienne de La Boétie, en la época de las monarquías absolutas, en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria o el Contra, se preguntó sobre la relación de sujeción y padecimiento entre lo social y el poder: ¿por qué el Uno puede esclavizar a tantos? La tesis política de De La Boétie refiere un fenómeno colectivo caracterizado por el otorgamiento de poder por parte del conjunto social, que se produce trocando derechos y libertades por una servidumbre basada en la obediencia voluntaria de los oprimidos. Sin el consentimiento de los vasallos no habría poder real del monarca. En ese entonces, la obediencia se justificaba por el derecho divino: la autoridad del rey provenía de Dios.
En la Europa de fines del siglo XVIII, para contrarrestar el “poder real” (del rey) y atribuírselo a la ciudadanía, surgió el movimiento revolucionario de las democracias modernas basado en los principios de libertad e igualdad, que constituyó una esperanza frente al absolutismo.
Hoy en día constatamos que las democracias neoliberales ya no cumplen la función de limitar y regular al poder sino que, por el contrario, implican un retorno al absolutismo del “poder real”, encarnado actualmente por las corporaciones. Este poder concentrado se apropia de los gobiernos, de las democracias y de la vida en general, logrando lo que podemos caracterizar como su mayor triunfo: la colonización de la subjetividad. Esta es producida por los medios de comunicación que instalan una cultura de masas, una cultura que funciona como una hipnosis colectiva en la que sus miembros cumplen órdenes. Una evidencia de tal efecto sugestivo se advierte en el hecho de que las personas adhieren y votan en contra de sus intereses y de las democracias, suscribiendo políticas neoliberales a favor del poder real que van a significar endeudamiento externo, desindustrialización, especulación financiera, pérdida de empleo, represión y persecución a opositores, desmantelamiento del Estado, aumento de los índices de pobreza y desigualdad social, entre otras consecuencias.
A pesar del tiempo transcurrido desde que De la Boétie redactó su manuscrito, nos encontramos enfrentando el mismo problema teórico y político que hace cinco siglos: el servilismo voluntario, sustentado en la relación que establece lo social con el poder real, antes las monarquías absolutistas hoy las corporaciones. Vemos aparecer el retorno de la servidumbre voluntaria bajo un nuevo cuño: la obediencia inconsciente al poder real.
La actualidad que destacamos del discurso de De La Boétie en la reflexión política determina la importancia de volver a considerarlo, particularmente a la luz de los desarrollos que Freud realizara sobre la psicología de las masas en 1920, época del ascenso del nazismo. La masa, modo social paradigmático tanto del nazismo como del neoliberalismo, constituye un dispositivo privilegiado para obtener la obediencia inconsciente, modalidad que representará un peligro para el funcionamiento de la democracia.
El neoliberalismo supone un incremento de la complejidad de las relaciones entre lo social y el poder, entre otras cuestiones porque ya no se trata de la evidencia de un poder exterior, explícito, encarnado en el monarca y una sumisión colectiva aceptada. Hoy la imposición es invisible, implícita: asistimos a una manipulación biopolítica, que tiene a los medios de comunicación concentrados como la voz del poder. Estos mediante un totalitarismo comunicacional y semiótico configuran el sentido común, forman ideales y terminan imponiendo una moral que constituye un modelo normativizante de disciplinamiento social. Por vía de la sugestión, la idealización, la fe ciega y la identificación la masa se somete inconscientemente al entramado de imposición, lo que lleva a reformular el carácter “voluntario” o consensuado de la servidumbre al poder exterior de las monarquías, para situar en su lugar la obediencia inconsciente. No se trata en la actualidad de un consentimiento tácito, una aceptación resignada o pasividad ante la dominación, sino de un carácter compulsivo, activo y decidido de sumisión inconsciente.
Hoy en día nos encontramos con individuos que cumplen órdenes provenientes de su interior, adormecidos en una hipnosis colectiva: la masa. El sujeto introyecta exigencias e imperativos ilimitados fundamentados en el empuje al consumo, que lo van conduciendo a una autoexplotación compulsiva: sus meritocráticos rendimientos nunca dan con la talla esperada.
El poder impone prejuicios y odios, promocionando un sistema de identificaciones y creencias que conduce a una obediencia sugestionada y acrítica, estado que va a instalarse, a fijarse como un modo pasivo de satisfacción.
La obediencia inconsciente de la masa tiene como uno de sus fundamentos la pasión por la ignorancia. Esto implica no querer escuchar, ver, ni saber y va de la mano de una promoción del narcisismo, una exacerbación de la imagen de sí cuya función es tapar la falta, promoviendo un individualismo descarnado que no se afecte por el lazo social. Encontramos con frecuencia creciente individuos que prefieren no saber, satisfaciéndose en la ignorancia, pasión conservadora que lleva a aferrarse a lo establecido. No nos referimos en este caso a la educación formal, que por otra parte no garantiza la ausencia de la ignorancia, sino a un no querer saber sostenido, por una parte, en una comodidad homeostática e inercial propia de lo instituido, y por otra, en una cobardía, un horror al saber en tanto podría conmocionar las creencias. Esta pasión por la ignorancia resulta funcional al capitalismo, constituyendo uno de los mayores obstáculos para transformar la posición del sujeto. Para alimentar el desconocimiento, el neoliberalismo hace uso de la represión y la censura a través del Estado policial, y de estrategias de los medios de comunicación concentrados como la negación, la posverdad y la desmentida. Una subjetividad sometida al actual dispositivo del mercado, cruel e insaciable, creyéndose libre y ciudadana resulta en verdad una esclavitud en versión posmoderna que, a diferencia de la antigua, no se reconoce como tal.
En definitiva, sea voluntaria o inconsciente, la obediencia sumisa consiste en la producción de un sistema de vínculos sociales, adjudicaciones, identificaciones y creencias que dan consistencia a la relación de dominación y sometimiento. La obediencia inconsciente e insensata, característica principal de la masa neoliberal, es funcional al poder al ser capaz de producir que los sujetos voten en contra de sus intereses, lo que destaca la importancia de un análisis crítico que la defina como un síntoma social. Entendemos que resulta necesario comenzar a enfrentar este síntoma de la obediencia para transformarlo en un problema político, en proporción al obstáculo que representa para una cultura libertaria: pensamos que esta cuestión de la obediencia es el tema central de la política.
No apuntamos a una apología de la desobediencia sino a generar un pensamiento crítico y advertido, porque si la sociedad se configura bajo el consenso de una masa disciplinada, obediente y sumisa, se pone en riesgo la democracia degradándose a una baja intensidad.
Se trata de contraponer una cultura democrática plural, horizontal, con legítimos mecanismos de regulación capaces de limitar al poder, organizada por una práctica de la igualdad y la libertad, y no un mero simulacro retórico. Una apuesta decidida y comprometida hacia una política de la fraternidad, cuyos rasgos principales sean la solidaridad, la preeminencia de la vida y el amor será el mejor antídoto contra la obediencia inconsciente, acrítica y sacrificial, nueva versión del servilismo en la época neoliberal.
Q Psicoanalista. Magister en Ciencias Políticas. Autora de Populismo y psicoanálisis y de Colonización de la subjetividad.