El presidente Mauricio Macri hizo anuncios vinculados a cuatro temas muy sensibles para la vida de las mujeres y la agenda feminista, a una semana de las movilizaciones por el 8M: se refirió a la brecha salarial de género y se comprometió a igualar el salario entre hombres y mujeres, prometió extender la licencia por paternidad –que hoy es de apenas 48 horas, igual que por mudanza--, mencionó el Plan Nacional para la Prevención del embarazo adolescente no intencional, y reiteró su apoyo al debate parlamentario sobre el aborto. Pero las propuestas gubernamentales, en estos cuatro ejes, son pura carcasa, apenas maquillaje. Para que nada o muy poco cambie.
Brecha salarial de género. "No podemos permitirnos que una mujer gane menos que un hombre; no es justo, no está bien, y según el Indec, esa diferencia llega al 30 por ciento. Tienen mi compromiso para que el salario igualitario sea realidad", destacó el Jefe de Estado. Lo que no dijo o no sabe Macri es que las mujeres ganan menos que los hombres porque consiguen empleo en los sectores peor pagos y más precarizados, no acceden a los puestos de decisión, y, sobre todo, porque pueden trabajar menos horas que ellos debido a que tienen mayoritariamente a su cargo las responsabilidades domésticas, como el cuidado de los hijos y de personas dependientes, como aquellas con discapacidad o un familiar enfermo, incluso la madre del marido. Es decir, esa brecha es el resultado de un conjunto de componentes. Y no se resuelve por decreto. No es verdad que cobramos menos en el mismo trabajo. La brecha de pago horario es muy pequeña, según lo reveló un estudio de la CTA, que ya tiene cinco años pero sigue muy vigente.
“La limitación que implica la presencia de niños/as en el hogar para la participación laboral de las mujeres es sustancial”, advirtió esa investigación, que indagó en las diferencias existentes en la participación y modalidad de inserción laboral de mujeres y varones. El problema se agudiza por la ausencia de políticas públicas para paliar ese escenario que condiciona –o inhibe– la participación laboral femenina. En el caso de los trabajadores registrados, las mujeres trabajan un 22 por ciento menos horas que los varones y en el caso de los no registrados trabajan un 36 por ciento menos, precisó el informe. Lo que no ve o no quiere ver el Gobierno es que las mujeres resignamos calidad de empleo y salario por cuidados familiares. Ese es el gran núcleo de la desigualdad.
La participación de las mujeres en el mercado laboral disminuye a medida que aumenta la cantidad de hijos/as. Por el contrario, en el caso de los varones aumenta. Mientras que la brecha de participación entre mujeres y varones que no conviven con niños/as menores es del 27 por ciento, en el caso de los que conviven con más de un menor en el hogar aumenta al 53 por ciento.
Licencias. El Presidente también se refirió a las licencias por paternidad. "No hay razón para que los padres compartamos sólo dos días del nacimiento de nuestros hijos", objetó, con toda razón. Y adelantó que propondrá extender la licencia por paternidad. En el proyecto de reforma laboral, que se difundió a fin de año, llegaba a 15 días corridos. Es el único aspecto de ampliación de derechos que prevé la propuesta, en el marco de una reforma completamente regresiva y antisindical. El anuncio, de todas formas, se queda corto, otra vez. No solo no contempla a las familias diversas. Sigue poniendo sobre las mujeres el peso de la crianza desde el nacimiento, dado que para las gestantes es de 90 días. El tema debería pensarse en el marco de una política de cuidados amplia que incluya licencias familiares –que se la puedan tomar indistintamente cualquier progenitor durante los años posteriores al nacimiento– y otras medidas como la provisión de servicios universales de cuidado, accesibles y adaptados a las necesidades diversas de las familias, que permitan redistribuir el cuidado no solamente entre mujeres y varones, sino también entre hogares, Estado y mercado; políticas de transformación de los estereotipos de género en el cuidado –tanto de los contenidos de la educación hasta la supervisión de los mensajes publicitarios y de los medios de comunicación–, y la profesionalización de las actividades domésticas y de cuidado.
Las tareas de cuidado –que incluyen a las y los hijos, los adultos mayores enfermos en las familias y las personas con discapacidad— no puede seguir siendo un problema individual, al que cada mujer –porque mayormente somos nosotras, las mujeres, las cuidadoras--, responde como puede y de acuerdo a sus recursos. Debería ser un derecho y el Estado, tener la obligación de dar una respuesta como se avanzó en Uruguay. Macri se había comprometido en la campaña electoral a abrir 3000 jardines de primera infancia en cuatro años –fundamentales para garantizar una vacante en una institución pública, que hoy son limitadas—pero, cumplió poco y nada con esa promesa.
Embarazo adolescente. El Gobierno viene trabajando en un Plan Nacional de Prevención del embarazo adolescente no intencional, en forma articulada desde los ministerios de Salud, Educación y Desarrollo Social. Macri dijo, en su discurso, que una de sus patas es la educación sexual. No hay dudas de que el embarazo adolescente es un problema grave en la Argentina, pero también muy complejo: cada año el 15 por ciento de los nacimientos corresponden a madres de 18 años o menos. De ese universo, alrededor de 3000 niñas, de 10 a 14 años, se convierten en madres, donde la sospecha es que en muchos casos son gestaciones producto de abusos sexuales o coerción. "La situación empeora, en término de brechas y desigualdades, si se analiza la información a nivel provincial. En provincias como Chaco, Formosa y Misiones, uno de cada cuatro partos es de una madre adolescente", señala un informe publicado en 2017 por Unicef. La educación sexual integral (ESI) es una herramienta fundamental, pero la realidad ha demostrado que este Gobierno desde que asumió viene debilitando al Programa Nacional de ESI, con una fuerte reducción de su presupuesto y de las capacitaciones dirigidas a docentes. Y es muy preocupante que la ESI se focalice solo en la prevención del embarazo no planificado: significa un retroceso enorme, volver al paradigma biomédico, y dejar por fuera la dimensión cultural, afectiva, y ética. Al mismo tiempo –como viene sucediendo—se desdibuja la prevención de la violencia de género y el respeto de la diversidad sexual, como ejes sustanciales.
Según un informe del Observatorio de Derechos Humanos, difundido a fin de año, son varios los ítems subejecutados del Programa Nacional de ESI. Mientras en 2015 la inversión era de 55.755.738 pesos, en 2016 pasó a 27.662.623 pesos y en 2017 subió a 43.211.136 pesos. Parte del presupuesto, además, fue direccionado para el Plan Nacional de Prevención de Embarazo No Intencional. Las capacitaciones masivas presenciales para docentes en todo el país sufrieron una fuerte caída: de 55.000 en 2015 se pasó a 1050 en 2017. Mientras en 2015 se capacitó a personal de 14.000 escuelas de Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, Mendoza, Corrientes y Catamarca, en 2017 el número se redujo a 500 escuelas, pertenecientes a Corrientes y Mendoza. La misma lógica apareció en los cursos de dictados online, donde de los 16.914 docentes capacitados en 2015 se pasó a 11.450 en 2017.
Aborto. Macri reafirmó que está a favor de que se debata el tema. “Hace 35 años venimos postergando un debate muy sensible”, comentó. Pero también dijo que él “está a favor de la vida”, como si quienes apoyan la despenalización y legalización del aborto no lo estuvieran. “Espero que se escuchen todas las voces y se tomen en cuenta todas las posturas”, agregó, repitiendo el pedido de la jerarquía católica. ¿Para qué debatir el tema si no se va a modificar el actual marco que criminaliza a las mujeres que interrumpen voluntariamente un embarazo por fuera de los permisos previstos ya en el Código Penal? ¿Qué sentido tiene impulsar la discusión en el Congreso para que nada cambie? Esa parece ser la clave: los anuncios en los cuatro temas de la agenda del movimiento de mujeres, a una semana del 8M, no van al hueso, no son más que un “como si”, para que nada, o bien poco, cambie.