Maidana le pegaba a Mayweather Jr con tanta bronca, que cada piña suya parecía un puntazo de una faca. Y no es desquiciado el término, porque el Chino sabe lo peligroso que puede llegar a ser el filo de una hoja de acero. De gurí, aprendió a carnear vacas y a domar terneros en la chacra que cuidaba su papá Orlando, allí en Margarita, al norte de Santa Fe. El primer juguete del pequeño Marcos, precisamente, fue un cuchillo que su viejo le regaló cuando tenía seis años. Enseguida descubrió que su vida iba a tener asperezas y rigores, durezas propias de los hombres de campo. Maidana le pegaba a Mayweather Jr, con tanta bronca, que sus amigos y no amigos, que los especialistas y los no especialistas, que casi todos, empezaban a ver posible la hazaña en el MGM Grand de Las Vegas. Ese gaucho santafesino podía vencer al mayor capitalista del boxeo mundial. Sí, se puede. Como un toro embravecido, el Chino iba para adelante. Esa noche conectó 221 piñas netas, una barbaridad, si se pondera la enorme destreza de su rival, un boxeador enjabonado, al que los golpes siempre parecían resbalarle. Maidana le pegaba a Mayweather con tanta bronca, que, permítase la licencia, parecía estar vengando todos los alfajores que no había podido comerse de chico porque como eran siete hermanos, tanto él como el resto de los integrantes debían cuidar minuciosamente el mango para repartir la olla en pequeñas y exactas partes iguales.
Maidana le pegaba a Mayweather con bronca, y con cada piña que metía, Hugo Basilotta saltaba en la butaca de la primera fila y dibujaba un puñetazo al aire, porque veía que su amigo estaba dejando bien parado al país y a su marca, representada en la parte trasera de los pantalones celestes del boxeador. Hugo tenía un plan y debía ejecutarlo. Había llegado a los Estados Unidos a ver la pelea con veinticinco alfajores en su valija. Y otros veinticinco en el maletín de su hijo, Hugo Jr. Repartían las cantidades por si alguno de los dos no pasaba alguno de los controles. Temían que la aduana estadounidense les quitara los comestibles. La legislación es severa. No se dejan pasar alimentos. Sin embargo, Hugo y su pibe sortearon todo y fue así como Guaymallén ingresó a suelo yanqui junto al Team Maidana. Los alfajores se los comieron de un plumazo en la semana previa al combate, pero Hugo ya había separado tres para el gran día, la gran noche. “Ya vas a ver lo que hago”, le solía decir a su pibe. Hasta que llegó el 4 de de mayo.
Hugo había visto toda la pelea con un alfajor en el bolsillo del saco. Llevaba un Guaymallén de dulce de leche. No porque tuviera hambre, ni porque fuera cábala, nada de eso. Hugo tenía un plan y había que ejecutarlo. Debía tratar que ese alfajor llegara sano y salvo al final de la jornada. Por eso, dos por tres, rozaba la tela con una de sus manos, para escuchar el chasquido del envoltorio, señal de que todavía estaba allí, señal de que no había perdido la golosina, ni que se la había comido en el medio de la ansiedad, en el fragor de la lucha. Los alfajores están para ser comidos de tres a cuatro bocados. No se los puede guardar, ni esconder porque se convierten en un rompecabezas de migajas. Si uno quiere amarrocarlos en algún bolsillo, aparece la maldición: al abrir el envoltorio, ¡zas!, caen los pedacitos de masa, como si fuera papel picado. Pero Hugo, el Señor Alfajor, la tenía más que clara. Y a él no le iba a ocurrir ninguna de esas desgracias que le ocurren a cualquiera de los mortales y más a los que tienen edad escolar.
Apenas terminó la faena, Basilotta casi que temblaba de los nervios. Prolijamente vestido con su saco negro y camisa clara, subió al cuadrilátero a esperar el fallo de la pelea junto a Pileta, un amigo del team, y a Sebastián Contursi, mánager del astro santafesino, entre tantos otros. Las tarjetas lo dieron por ganador en fallo mayoritario a Floyd. Y quedó una sensación agridulce en el equipo del argentino. Pero antes de ser entrevistado por la televisión estadounidense, Maidana rompió con el molde una vez más. “One moment, one moment, Guaymallén”, dijo en un inglés pintoresco. Y se comió nomás un alfajor arriba del ring. La imagen quedó grabada para la posteridad y fue trending topic en Argentina y en los Estados Unidos. El histórico presentador de la Showtime, Jim Gray -un hombre invadido por las canas y por la sorpresa- intentó quitarle el alfajor o al menos bajarlo para que no apareciera en pantalla. Pero el Chino siguió masticando el alfajor y algo de bronca: “Floyd nunca peleó con un hombre, nunca le pegó a un hombre. ¿Si quiero la revancha? Sí, se la voy a dar la revancha, porque yo le gané”. Todo con el alfajor en la mano, que luego Contursi terminaría de comerse. La bomba ya había explotado.
De inmediato, las redes sociales colapsaron. El conductor Marcelo Tinelli, el político Sergio Massa, el cantante Ricardo Montaner y quién se les ocurra, hablaban del gesto del Chino. Se había comido un alfajor después de 36 minutos de guerra. La noche estaba para unos cuantos de litros de agua. Pero él se mandó uno de dulce de leche. “Te voy a decir la verdad, a mí me gusta más el alfajor de fruta, y el que me dieron era de dulce de leche, ja. Encima tenía la boca toda seca. Y las manos vendadas. Lo tuve que abrir con los dientes. Pero me lo mandé igual. Pasa que tenía que mostrarlo. No fue una avivada ni nada, surgió ahí la idea, salió de golpe. Yo quise mostrar el papel (sic), pero se ve que no se puede. Lo loco fue que cuando llegué a Ezeiza, la gente fue a recibirme con alfajores, jaja”; recuerda Maidana, en diálogo con Enganche. Dice que nadie lo retó. Lo cierto es que esos segundos de Showtime valen millones. Y habrán puesto en jaque a las autoridades de la empresa organizadora. “Fue el PNT más grande del mundo”, lo definió Hugo Basilotta, el dueño la empresa de alfajores Guaymallén, en uno de los capítulos que le dedicó al episodio en su libro “Este soy yo”.
El mundo buscaba saber en Google dos cosas. Primero:¿Qué golosina se había devorado Maidana arriba del cuadrilátero? Y segundo: ¿Dónde se la podía comprar? Claro. Esas dos tapas blancas de masa, con el relleno marrón, habían dado la vuelta al planeta en un santiamén. “Más de cuarenta, cincuenta millones de personas habían visto la imagen”, recuerda, emocionado, Basilotta. “No me hubiera alcanzado ni con vender la fábrica para pagar esos segundos de publicidad en los Estados Unidos”, exagera el empresario. La pelea fue vendida en Estados Unidos a 900 mil hogares, a razón de 99 dólares cada abono Y en Argentina tuvo picos de rating de 30.6 en la TV pública. También fue transmita por el ciclo Combate Space, en la televisión por cable. Es difícil de calcular cuántos millones de televidentes vieron la pelea en el mundo entero por Internet, pero sí se puede calcular algo: cuánto valió la argentineada del Chino.
Por empezar, Basilotta multiplicó sus ventas y debió empezar a contestar entre tres y seis correos diarios de distintas partes del mundo. Se trataba de empresas que buscaban saber cuál era la golosina que él fabricaba. En los Estados Unidos, el alfajor no tiene una traducción literal. De modo que el empresario ocupó su tiempo en enviar folletos con las descripciones del producto. “Es un producto barato, familiar y querido por los argentinos”, decía Basilotta, en esas cartas. Gracias a Maidana, se le habían abierto de par en par las puertas del mercado estadounidense. Le ofrecieron exportar. Llevar su producción al norte del continente. Pero encontró un atajo: “No quise desarmar la estructura que tengo acá, produzco dos millones de alfajores por día y estamos por abrir otra planta, así que prefería venderle alfajores a mis clientes. Tengo importadores”; agrega. A partir del PNT de Maidana, los populares alfajores empezaron a venderse en Miami, Nueva York y Boston. “Ahora vas a un comercio donde venden yerba, dulce de leche y encontrás Guaymallén”.
Hubo quienes bromearon, incluso, con que la fuerza de Maidana era proporcionada por el alfajor. “El Guaymallén es como la espinaca de Popeye”, titula Basilotta, que conoce los secretos de un buen vendedor. “Nosotros somos queridos como Maidana y no hay fórmulas mágicas en nuestro éxito. Buscamos mucha producción y poca rentabilidad, por eso le escapamos a las crisis”, agrega el empresario, que todavía tiene palabras de agradecimiento para el Chino, a casi cuatro años del suceso mediático. El impacto económico, difícil de mensurar, puede entenderse desde un punto. El sitio web Bussines Insider, en un artículo de su periodista Cork Gaines, informó en junio del 2015 que treinta segundos de publicidad en una pelea de Mayweather costaban entren 400 y 700 mil dólares, según el combate. Con estas cifras, el segundo publicitario oscilaría entre 13.300 dólares y 23.300 dólares. La cuenta es sencilla: el chivo de Maidana duró 50 segundos, entre que abrió el alfajor hasta que desapareció de la pantalla. La cifra de la avivada rondaría entre 665.000 y 1.165.000 dólares. Números que no contemplan una tarifa adicional por haber realizado la publicidad en un momento crucial para el rating: minutos después del fallo del combate.
Transcurrieron cuatro años ya de aquel episodio. Basilotta dice que el boxeo le devolvió casi todo lo que invirtió allí. Fanático del deporte, este empresario fue amigo de Tito Lectoure, histórico manejador del Luna Park. Y en esa era auspició a boxeadores de categoría renombre como Látigo Coggi, La Bestia César Romero, Pedro Décima y Mario Melo. Viajó 27 veces a Las Vegas. Cuando Tito falleció, Hugo le prometió a su esposa no ir más al Luna. Estaba enemistado con el nuevo manejador. Pero se programó una pelea en el Lawn Tennis y fue a verla. Allí se presentaba un joven noqueador santafesino, que subía al ring con la camiseta de Colón de Santa Fe. “¿Quién es éste noqueador?”, le preguntó a su amigo el Tano Ricci. Y éste le presentó al Chino Maidana, que esa noche del 2006 había ganado por nocaut técnico en el tercer round su primer título internacional, el Fedelatin de la AMB, ante el panameño Miguel Callist.
Hoy, Basilotta asume estar retirado del boxeo. Sólo apoya a Fabián “TNT” Maidana, el hermano menor del Chino, que tiene pasta de campeón. El Chino, por su parte, sonríe cada vez que se le pregunta por la leyenda de los alfajores, justo ahora que se lo ve con un físico portentoso, con el kilaje propio de la buena vida. “No soy fanático de los alfajores, me como uno de vez en cuando, je. Cuando Hugo me envía cajas, se los regalo a los chicos del barrio para que merienden”, dice el Chino, que nunca, jamás, olvidará la noche del 4 de mayo del 2014. Ahí deslumbró al mundo con el poder de sus puños. Y el mundo, también, conoció la golosina más popular de nuestro país. Quedarán las dudas acerca de si Floyd hubiera probado o no el alfajor. El Money no pudo pegarle un mordiscón al Guaymallén de leche. En plena batalla, el Chino le habría arrancado un diente de un piñazo.