No, escúcheme, si yo no digo que fuera un buen árbitro, ¡usted entiende lo que quiere entender, me cache’en dié’! ¡Entiéndame a mí! Lo que afirmo y sostengo y sostendré hasta que me muera, es que era un buen hincha. Un gran hincha, el mejor. Hay que ser agradecidos, carajo. Osvaldo, el Pelado, aunque llegara a ser calificado como el rey de los referís bomberos, no era de andar con giladas. Era un artista, ¿eh? Porque para ser el mejor de los malos referís hay que ser muy bueno, le puedo asegurar que no a cualquiera le da el cuero.
¿Qué terminó mal? Ah, terminó mal. ¡Y qué final es bueno, ¿eh?! Explíqueme, dígame. Y no terminó mal porque le faltó piolín como pito, sino por otra cosa que usted sabe bien, no me haga hablar, ¡por favor! Ah, ¿no la sabe? ¿Qué? ¿Los seres humanos somos perfectos? Usted, a ver, dígame, ¿usted es perfecto? Al hombre le gustaba el juego, sí, qué le vamos a hacer, pero siempre tuvo bien a su familia. A ninguno, nunca, le faltó nada. ¿De dónde tengo esa data, cómo lo sé? Del barrio, ¿de dónde lo voy a sacar? En el barrio se sabe todo. Porque en el barrio, por si se le olvidó, nacen los primeros amores, los que perduran. Las cosas verdaderas no se terminan y si se terminan es que no eran verdaderas. Como el amor por la verdad, como el amor por la camiseta, como el primer amor. ¿O me equivoco? Una distancia, un alejamiento, no es el final de nada, es una vida que sufre una interrupción, pero que no interrumpe la vida...
En el barrio hay mucho chamuyo, pero si alguien le dice que fulano es buena gente, póngale la firma que es buena gente. Y del Pelado Gherminella, de Osvaldo Gherminella, muchos hablaron giladas, pero nunca nadie dijo que no fuera buena gente. Sabe que siempre existen lenguas supersticiosas, espesas y rápidas para lanzar su gargajo. Esposo de su esposa, padre de sus hijos, amigo de sus amigos, enemigo de los enemigos de sus amigos y un hincha de los que ya no hay. Habrá hecho sus picardías, pero jamás, ¡jamás de los jamases!, a expensas de la camiseta que nos hermanó y no hermanará hasta el final de mis días y de los suyos.
El verdadero Pelado Osvaldo, le recuerdo, se vio cuando nos fuimos a la B. Fue entrando en los ’80, bueno, ¿qué le voy a explicar a usted?, una tragedia, y allí estaba Gherminella. Y ojo al piojo, ¿eh?, en aquella época, en la “antesala de los domingos”, como se llamaba el descenso, dirigían nenes de la talla de Carlos Coradina, Mario Gallina, Aníbal Hay. Ningunos boludos. Pero alzándose por entre ellos apareció un cuervo espacial, galáctico, un verdadero paladín del orden natural de las cosas: el nuestro. Gherminella. En primer lugar, hasta que nos adaptamos, no permitió que ningún rival nos propinara chicles, toqueteos improcedentes, ni que le hicieran el “loco” a ningún centauro con nuestra divisa.
La segunda etapa, promediando el torneo, fue la mejor demostración de su arte: ¿usted sabe lo que significa manejar los tiempos como un relojero suizo, el timing como se dice ahora, ir preparando sagazmente el terreno como un zorro en el desierto, amagar con la roja, buscar la amarilla, no sacar ninguna de las dos cuando se le vienen en malón? ¿Sabía que antes, los pitos tenían la roja en el bolsillo de atrás con un botón abrochado, para poder hacer esparo y de paso pensársela dos veces? ¿Es arte o no es arte eso? ¿A usted qué le parece? Después, sobre el final, claro, se le salió la chaveta, y empezó con el “invencionismo”, como lo llamo yo. Me acuerdo de un partido que ya expiraba, usted sabe del que le hablo, estábamos en tiempo de descuento y el empate en un gol tenía sabor a derrota, veníamos del año luctuoso de la injusta pérdida de categoría, con la herida a cuestas, el año de mirarnos con otro hincha y pensar a dúo cómo fue que nos sucedió, por qué justo a nosotros. Ni estadio teníamos, desde el luctuso proceso que comenzó en 1976; jugábamos en Caballito y el tiempo reglamentario se había cumplido hacía rato, y también los minutos descontados por el Pelado, que fueron ocho o diez; había sido un partido… conversado. Pero nuestro hermano esperaba la señal del cielo, que se produjo cuado el “Mosquito”, recién ingresado, se zambulló en el área y Gherminella pitó el merecido penal. Tumulto, amagues, intervención del técnico rival, fintas, esquives, pases de magia del hombre vestido de negro y, con los ánimos serenos, explotó la cancha y y todos tocamos el cielo con las manos. El Pelado el primero, pero para poder salir con vida del verde césped. Aunque, para bien o para mal, y fue para mal, había llegado demasiado lejos. “Llegaste demasiado lejos, Gherminella”. El encargado de impartirle la extremaunción fue el vicepresidente de la Casa Rectora del Fútbol: “te pasaste de rosca, Osvaldo. No vas a dirigir más”.
El Pelado de agarró la cabeza: “No me podés hacer esto, Eduardito, tengo la casa hipotecada, debo sesenta lucas verdes”. En realidad, no se trataba de una hipoteca con garantía propietaria que pesaba sobre su hogar conyugal sino de algo mucho peor, muchísimo peor: de un puñal que le amenazaba el cuello: deudas de juego. “Bueno”, cedió Eduardito, con un plan B que ya llevaba en cartera, “dirigís un partido más, afuera, por la Libertadores, y después te vas a tu casa. Tiene que ganar el local. El local, ¿me entendiste bien? Acordate de lo bien que se te dan a vos los penales”. El Pelado no se atrevió a preguntar por cuántos mangos sino con quién había que hablar. “Alguien te va a visitar en tu hotel y te va a llevar la teca”.
Una semana más tarde, sonó la puerta de la habitación del hotel donde se alojaban los pitos: “¿Señor Gherminella?”. “El mismo que viste y calza”, se precipitó Osvaldo, casi tropezándose con la pata de una silla. Eran veinticinco mil dólares. Debía sesenta, pero el puñal era de los que saben entender que la sangre se bebe en gotas. “Oigame bien, el que tiene que ganar es el de la camiseta azul y blanca, ¿me entiende? El local, no se vaya a confundir… Mejor dicho, que no lo vayan a confundir”.
El partido salió cero a cero, un partido para el olvido. O para estudiantes avanzados de anatomía: la patada más baja era sobre la medalla de la Virgen de Itatí. Faltaban dos minutos y dio penal para el local. El de la camiseta azul y blanca. La falta había sido fuera del área y además no era foul. Pero peor había sido el que le dio al “Mosquito”.
Primero habló con el arquero visitante: “va a ir a la derecha, abajo, tranquilo”, le dijo, haciéndole ver que estaba todo arreglado a su favor. “¿Está seguro? Mire: por mí, que la meta donde quiera; yo a este penal no lo puedo atajar …”. Se ve que el guardameta estaba adentro; el Pelado había sobreactuado. Pero a pesar de la verborragia del arquero, le quedaron dudas.
Luego fue hasta el delantero: “pateáselo a la derecha, abajo, que éste se tira para el otro lado”. El delantero le contestó: “yo la mando a la tribuna o no cobro”. ¡El Pelado casi se muere! Los veinticinco mil tenían alitas, como los cupidos de los rincones. Entonces negoció. “Escuchá, si lo tirás afuera te lo hago repetir veinte veces, pedazo de hijo de puta, hasta que la metas. ¡Y si no, lo pateo yo!”. Y sobre sus pasos, recurrió a la retórica, a la argumentación: premisas, inferencias, persuasión. “Bueno, yo creo que si a la primera la clavás en la tribuna del fondo, el compromiso se considera cumplido. Vos hacé la tuya; tirá el primero afuera. Pero ¡ojo!, que lo de patearlo yo no es una joda. Te voy a hacer quedar como un tronco frente a todos los hinchas”.
Y así fue, palabra de caballeros. La puso en órbita. El Pelado cobró invasión, no de área sino en sus intereses pecuniarios, hablando claro. El segundo, a la izquierda, arriba, mientras que el arquero se tiraba a la derecha, abajo, como se había tirado en el primero, junando. Gol. Y todos felices comiendo perdices. Me va a decir que eso no es arte…
¿Y qué mal hizo el Pelado? ¿O a usted le importa algo del resultado de los partidos de fútbol de los países limítrofes, que para colmo, para verlos, ahora hay que pagar el cable?
Y sí, claro que me cruzo con el Pelado Osvaldo Gherminella. No, ya no es el mismo de antes. Vive en la misma casa, sigue con su mujer, los hijos se le casaron, le traen los nietos a las cansadas. No ser referí, vaya y pase, pero no poder escolasear, eso lo debe de estar royendo por dentro.
Eso sí, de local y de visitante siempre está, salvo cuando el equipo viaja a Rosario, o Mendoza o a Córdoba, porque para los viajes no hay vento, en este país la solidaridad tiene el mismo valor de la escarapela y los dirigentes no le dan ni un vaso de agua, ni a él ni a nadie que no sean ellos mismos. ¡Ingratos de mierda! En el Glorioso, nos prendemos juntos al alambrado y, le voy a decir la verdad, no falta el entusiasmo que nos haga trepar algunos centímetros, porque para llegar hasta las púas ya no tenemos edad. Por eso le digo, no fue un ejemplo de árbitro, pero como hincha, no hubo ni habrá quién lo emparde. Y yo siempre voy a ser un tipo agradecido..