Todo aquel que haya leído los cuentos y novelas de H.P.Lovecraft es dueño de un conocimiento que puede llevarlo a la locura: en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires está depositada una de las pocas copias sobrevivientes del “Necronomicón”, el infame libro escrito por el árabe loco Abdul Alhazred. Ese dato fáctico perteneciente al mundo de la ficción del autor más famoso de Providence –que hasta el día de hoy sigue generando alguna que otra pesquisa infructuosa en los ficheros de la institución– es el punto de partida del nuevo largometraje de Marcelo Schapces (Che, un hombre de este mundo, La velocidad funda el olvido), cuya historia transcurre en una Buenos Aires alternativa, húmeda, oscura y ominosa. Y, desde luego, amenazada por la inminente aparición de los “antiguos”. Diego Velázquez es el encargado de darle vida a Luis, un bibliotecario y restaurador que –casualidades de la vida– trabaja en el edificio de la calle Agüero y tiene por vecino a Dieter, el actual guardián del infernal volumen (Federico Luppi estaba enfermo durante el rodaje de la película y su rostro fue reconstruido digitalmente para la ocasión).
Desaparecido Dieter, será el turno de Luis de desempolvar y resguardar esa copia oculta a los ojos de los mortales, convenientemente ubicada en un anaquel tapiado (como en algún cuento de Edgar Allan Poe, afirmará la directora de la Biblioteca), y de transformarse en el posible sucesor del cuidador anterior, ayudado por un librero obsesionado con los textos satánicos (Daniel Fanego) y una mujer que parece saber más de lo que aparenta (Victoria Maurette). La trama contiene una dosis elevada de vueltas de tuerca y golpes de timón y, en más de un sentido, resulta extremadamente “literaria”: a las conversaciones sobre autores y ediciones (la figura de Borges es, desde luego, invisible a los ojos, pero esencial) se le suma la constante necesidad de explicar verbalmente acontecimientos y posibilidades, involucrando a los personajes en diálogos farragosos que, en más de una ocasión, terminan cayendo en una gravedad impostada. Por otro lado, el film echa mano a una notable cantidad de efectos digitales que –por sus pretensiones y calidad subestándar– terminan abrumando y desconcentrando la atención del espectador. En esa apuesta híbrida entre el relato fantástico de tonalidades intelectuales y el género puro y duro, Necronomicón termina chocando con las paredes de su laberinto narrativo y perdiendo la partida.