Amor, dolor, vida, muerte, sueños, recuerdos, fantasmas, esperanzas. Compromiso con el otro, compromiso con las ideas. El arte suele tomar diferentes formas, atravesado por preocupaciones, estados de ánimo, actitudes, humores. Lo que pasó en la Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner el miércoles por la noche fue un breve e intenso recorrido por cada uno de esos costados de la sensibilidad. Patti Smith, la sacerdotisa, la guerrera, la madre, la poeta, la cantante, la trabajadora, se subió al escenario y, durante una hora y media, dio una clase magistral de todo eso que se esconde detrás de las preguntas más grandes, con las respuestas más sencillas.
No es casual que la primera de las dos presentaciones de Patti Smith en el CCK haya tenido el formato de una conversación: la comunicación y el diálogo son dos temas que apasionan a esta artista de 71 años que puede jactarse de haber recorrido los últimos cuarenta y cinco como figura fundamental no sólo del rock, sino de la poesía y del arte en general. Las palabras para ella son armas; el lenguaje, herramienta. Y la música... ¡oh, la música! La música es la síntesis más noble de las imágenes que surgen de esas palabras y de las historias que narran las canciones. Entonces sí: sentarse en un escenario acompañada por un músico, un escritor y un artista plástico parece la forma más natural de mostrar el presente continuo de una mujer que es capaz de mirar al pasado con los ojos puestos en el futuro.
“Cualquiera que siga creando no puede ser sombrío. Mientras sigas teniendo la voluntad de trabajo creativo, significa que estás vivo”, respondió cálidamente Smith a una observación acerca de la poética de Arthur Rimbaud por parte del director de la Biblioteca Nacional, Alberto Manguel, que estaba allí no en calidad de funcionario sino de interlocutor, entrevistador y guía turístico por los intersticios de la vida, la obra y el pensamiento de la artista. La dinámica fue la de una charla en la que cada tema que se tocaba tenía un correlato cantado, recitado o simplemente narrado por Smith y una respuesta por parte de Manguel en forma de poemas o textos de autoras argentinas como Alejandra Pizarnik, Silvina Ocampo, Cecilia Romana o María Elena Walsh. El cuadro se completaba con Tony Shanahan, músico que acompaña a Smith hace más de veinte años, y, a cargo de las proyecciones en la pantalla al fondo del escenario, Guillermo Kuitca, curador de la exposición Les Visitants, que se exhibe en el CCK e incluye obras de 23 artistas, entre ellas 40 Polaroids originales de Patti Smith. Así es que, en ese diálogo entre cuatro, pasaron del amor por la lectura al amor por las personas, de los sueños a la muerte, del dolor de la partida de los seres queridos a la felicidad de saberlos parte de la propia vida, de las dudas existenciales a las certezas políticas, de los miedos en la juventud al aplomo de la vejez.
“Esta es una canción que escribí para mi hija cuando falleció su papá. Es una canción sobre las dificultades que atravesamos pero también sobre la belleza de estar vivos”, fue la breve presentación de “Wings”, del álbum Gone Again, primera canción que Smith interpretó acompañada en guitarra por Shanahan. Es una constante de su discurso, aquello de encontrarle el lado positivo hasta a la situación más oscura. Hay un compromiso por su parte por mantener los recuerdos vivos y vivir la pérdida sin tristeza. “¿Creés en la vida después de la muerte?”, le preguntó Manguel cuando terminó de cantar “It’s A Dream”, de Neil Young. “Creo en viajes, en movimiento. Me gusta pensar que todo lo bueno que hacemos es energía y que cuando morimos físicamente, toda esa energía sigue ahí”, respondió.
El amor ¿romántico? ¿para siempre? tomó forma en la lectura de una carta que le escribió a su pareja, amigo y compañero Robert Mapplethorpe en el lecho de su muerte: “Antes de dormirme pensé, mientras miraba todas tus cosas y creaciones y repasaba todos tus años de trabajo, que de todas tus obras, tú continúas siendo la más bella. La obra más bella de todas”, leyó emocionada, para continuar con “Grow Old With Me”, canción que John Lennon le dedicó a Yoko Ono poco antes de morir. Y, de nuevo, esa particular manera de torcer la tristeza y transformarla en alegría y la idea del luto como parte de la vida.
“Mi mayor preocupación es la poesía, la revolución, crear espacios para nuevas bandas, para la juventud, incentivar el cambio”, había embanderado la cantante durante la conferencia de prensa un día antes. Revolución. Y la de Smith es una revolución de las palabras. Porque con sencillez y con mucho, muchísimo sentido del humor, fue encontrando la manera de hacerle lugar a cada uno de los mensajes que quería dejar. Siempre de un modo poético, contundente, inexorable. “Se trata de levantarnos, imponer un diálogo a nuestros gobiernos. ¡Todos estamos luchando con nuestros gobiernos!”, arengó. “Creo que es el momento para tener una conversación muy inteligente entre nosotros, que no puede estar basada en ideología ni en religión, sino en hechos físicos reales, y debe darse a partir de todos los géneros juntando sus fuerzas en busca de un cambio real”, aseguró para minutos después regalar la imagen definitiva, la que cierra el círculo de amor y cuidado por el otro, la que conecta la coyuntura argentina con una preocupación constante en Patti Smith a propósito de la juventud y sus luchas: la del pañuelo verde de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito que una chica del público le alcanzó al escenario cuando hizo referencia al derecho de las mujeres a tomar decisiones sobre su propio cuerpo, que luego colgó del atril y ahí se quedó como confirmación física de esas convicciones hasta el final del recital.
“Ser perfecta no es tan importante como ser humana”, concluyó la poeta tras contar la anécdota del día en que por un momento olvidó la letra de “A Hard Rain’s A-Gonna Fall” en la ceremonia en la que recibió el Premio Nobel en nombre de Dob Dylan. Y entonces, de nuevo, la música y la poesía. “Ahora cantaré la canción, pero esta vez tendré la letra conmigo”, bromeó antes de interpretar el clásico.
Pasaba ya una hora y media del encuentro y, luego de tocar “Pissing In A River”, Smith anunció que haría el último tema, que no habría bises, que era la despedida y que todos podrían cantar con ella. Cerró el recital con una versión de “Can’t Help Falling In Love”, de Elvis Presley, con el público de pie y, suspendida en el aire, esa emoción tan compleja e inexplicable que se siente ante la certeza de estar compartiendo, de ser parte de algo que excede las barreras del entendimiento, atraviesa las fibras más íntimas y toca lugares de las personas a los que solamente la música puede acceder.