“¿Vos sabes que es la materia oscura? Es algo que está pero no se ve. Está por todo el universo. Ahora mismo billones de partículas de materia oscura están atravesando nuestro cuerpo, a cada segundo de nuestras vidas, hasta que nos muramos.” El que dice estas palabras es Axel, un nene de diez años, que es el protagonista de esta historia. La voz suena, pero la pantalla está precisamente oscura, negra, no hay imagen y escuchamos esta definición tan precisa en la voz de un niño que debe haberla leído en algún lado. ¿Por qué pensará en estas cosas? No se sabe. Pero cuando la imagen se suma al audio, el desconcierto es mayor. Lejos del universo científico, el pequeño está con Alicia, una de sus tres hermanas, practicando una canción brasilera en un tecladito. Luego seguirán cantando arriba de la cama y luego la hermana se irá a hacer otra cosa y él quedará bollando por su casa. Deambula por pasillos, habitaciones, prendiendo y apagando la televisión, practicando la vertical contra una pared, haciendo esculturitas de arcilla, buscando como un yonqui un poco de atención de alguna de sus otras hermanas o de su mamá. Así es el comienzo de Adiós entusiasmo, estrenada en Festival de Berlín 2017, que llega la semana que viene a la sala Leopoldo Lugones.
Cuando se habla de madre o padre ausente se habla en general de un padre/madre que no está mucho en el hogar o, en el peor de los casos, uno que salió un día por la puerta y no volvió más. En Adiós entusiasmo, la ópera prima del colombiano Vladimir Durán, el enunciado padre/madre ausente, se vuelve literal a la vez que abre una dimensión nueva a esa idea. La madre de la película está ausente de cuerpo, pero su voz aparece constantemente. Y esa voz es nada menos que la de Rosario Bléfari, que le otorga una cantidad de matices emocionante. Recluida voluntariamente en una habitación como parte de un tratamiento incierto, se sustrae de la escena, aunque permanentemente taladra los oídos de los miembros de su familia con pedidos, consejos, demandas, recuerdos y hasta reclamos emotivos. Y ahí entendemos. Para Axel, la materia oscura, es algo muy presente por el gran parecido a su mamá: algo que está pero no se ve, que atraviesa el cuerpo de manera invisible hasta que nos muramos.
Como la madre de A quién ama a Gilbert Grape que no sale de su cama, o la madre de Nadie sabe de Hirokazu Koreeda que se va dejando solo una carta y la promesa de volver para Navidad, o incluso y de modo más extremo la madre muerta de Psicosis, ésta madre ejerce sus influencias sobre sus hijos en una particular clase de ausencia. Hay que saber que estos entramados humanos, sociedades extrañas y emociones compartidas grupalmente le deben interesar mucho a Vladimir Durán que nació en Bogotá, estudió Antropología en la Universidad de Montreal y Dirección Cinematográfica en la Universidad del Cine de Buenos Aires, ciudad donde vive hace varios años. Aquí también se formó como actor y en dirección de actores con Nora Moseinco, Marketa Kimbrell y Andrea Garrote, entre otros. Los actores que participan del filme fueron compañeros suyos de actuación, por lo que, por más que estuviera detrás de cámaras, lo que se armaba entre ellos era compartido y estimulado por él. El año pasado, Duran fue uno de los actores de la obra teatral Las piedras, de Agustina Muñoz y allí también se pensaba en sociedades posibles, presentes compartidos.
En Adiós entusiasmo a la melancolía de Axelito (Camilo Castiglione) se suman la situación de sus tres hermanas: la mayor, Antonia (Mariel Fernández) que está en tratamiento por un zumbido en el oído que no la deja en paz, mientras toma las decisiones de su casa en un estado de tensión en aumento; la menor, Alicia (Laila Maltz) que es la que canta y toca el tecladito y ayuda a todos con una dulzura que a veces oculta su rencor; y la del medio, Alejandra (Martina Juncadella) que básicamente se evade. Otros personajes periféricos deambulan, como Bruno (interpretado por el propio Durán), un pretendiente de Antonia, y luego la prominente tía –encarnada por Verónica Llinás– que con su llegada, impondrá una autoridad paralela, por fuera de el encierro de la madre.
Vladimir Duran cuenta de esta película: “La historia surgió de un guión de cortometraje del coguionista, Sacha Amaral, que se basaba en vivencias con su madre en Brasil. A partir de ahí, y del dispositivo del encierro, empezamos a trabajar juntos en un largometraje atravesado por la adicción y la abstinencia pero siempre con la prohibición explícita de nombrarlo. Cuando leí ese primer texto inmediatamente me imaginé a las hermanas con la cara de las actrices que terminaron actuando. Son actrices muy cercanas a mí porque compartimos la misma formación actoral. Trabajo mucho con los actores y confío mucho en su aporte creativo en el presente escénico. Pero también la construcción de una película, por más que uno celebre el divague narrativo, no puede depender solo de eso. Por eso escribo mucho y voy a rodaje con un texto trabajado. Pero el guion no se puede imponer sobre el rodaje como momento de investigación. Para eso me inspiro mucho en un formato de bloques dramáticos con el que trabajaba Maurice Pialat. Esos bloques dramáticos le permitían mucha libertad sin perder el rumbo dentro de una estructura preestablecida.”
Y algo de ese proceso de trabajo que combina la escritura, el trabajo con los actores y el rodaje como espacio de investigación se traslada a la película. Los personajes se despliegan en escenas largas, planos secuencia con desplazamientos por la casa en los que la cámara los sigue de cerca. Siempre muy de cerca, en un plano anamórfico de tan apaisado. Los rostros y los cuerpos de estos hermanos se entrelazan en juegos, disputas, canciones y hasta pequeñas obras de teatro dentro de la película.
La sociedad tiene sus reglas en ese castillo de Monserrat. Un castillo tan frágil como hecho de naipes, en las que se mantienen irisadas las emociones de sus habitantes. Entre las charlas íntimas, los momentos banales, los recuerdos, los momentos apáticos de los que perviven en ese encierro, transcurre la película. Pero como si la materia oscura que atraviesa los cuerpos se acelerase y convirtiese en tormenta eléctrica, cuando ya nos habituamos a su procedimiento de puertas cerradas, de objetos que entran y salen por una ventana, las lógicas imprevisibles e inexplicadas de esta familia –como de toda familia– se volverán a trastocar.