Si en algo coinciden todos los que vieron alguna vez en vivo a Primal Scream es que sus recitales son una ceremonia inolvidable. Y esto último no sólo apunta a lo sublime sino también a lo caótico. Así fue su primera vez en Buenos Aires, en Museum, hace justamente dos décadas, de la que aún se recuerda la visceralidad de una banda venida a más gracias a su disco Vanishing Point (1997), al igual que el apagón que impidió que continuara el segundo de sus shows. En su tercera visita, para el Pepsi Music que se celebró en GEBA en 2011, los escoceses sorprendieron por la prolijidad de una performance compleja, amén de especial, pues repasaron de comienzo a fin su disco más importante, Screamadelica (1991), una de las obras maestras paridas por el rock en la década del ‘90. Y en su último desembarco porteño, en el festival Music Wins organizado hace dos años en Tecnópolis, los comandados por Bobby Gillespie le dieron cátedra al hipsterismo sobre lo que es rockearla en una época en la que el amor ya no está en la calle, sino en Tinder o Happn.
Lo del jueves en Groove, retando a la frescura de la inmediatez, será recordado posiblemente como el show del aguante no a Primal Scream, sino a Bobby Gillespie. Hasta tiene letra que lo grafique, por cortesía de San Charly García: “Esto es el aguante. Hasta yo lo vi... Este es el aguante. Esto es rock and roll”. A lo que se le podría insertar la parte de “Y si no te gusta, te podés matar”, claro. Es que este regreso del grupo británico se sostuvo más en la dialéctica entre el carismático frontman y el público que en lo musical. ¡Por un costo de 1200 pesitos, puestos ahí en la boletería! No debe haber tenido tanto que ver, pero también en Groove sonó el hit del verano, que empieza con “Mauricio Macri, la...” Sin embargo, antes de llegar a esa instancia del recital, al que bien podría describirse como una expedición hacia el fondo de la olla –porque así sonó durante casi toda la hora y media que duró–, había que aguardar a que arribara ese potencial público amante de la música capaz de desdoblarse en el tiempo y el espacio. Pasó que Santa Patti Smith había tocado antes en el CCK y se esperaba a que viniera gente de allá, lo que finalmente sucedió.
Pocos minutos después de las 23, Gillespie y los suyos saltaron al escenario. O casi todos. Faltaba la bajista de esta encarnación del grupo, la cadenciosa Simone Butler (sucesora en ese rol de Mani, integrante de los Stone Roses, en los shows en vivo). “Bueno, ya va a venir”, pensó más de uno, mientras Primal Scream develaba su repertorio con “Slipe Inside This House”, cover de la leyenda de la psicodelia estadounidense de los ‘60 13th Floor Elevators (recientemente reunida). Para sostener el quilombo sónico, a esa canción le siguió “Jailbird”, Madchester con sabor a country. ¿Y el bajo? Como dice el lugar común, “brilló por su ausencia”. Butler, según confirmó la organización del recital más tarde, se enfermó, por lo que el entonces cuarteto hizo la gran White Stripes, pero con el agregado de teclados. Lo curioso es que los de Glasgow, en vez de disimular esa carencia, la potenciaron al formar en el escenario como si estuviera ella. Así que el boquete se sintió también estéticamente.
Ya no había nada que hacer. O sí. El público, desde el final del synth rock ansioso “Can’t Go Back”, cuyo estribillo fue rescatado para el arengue post canción, comenzó a ser protagonista. Y le hizo el aguante a su ídolo que, maracas en mano, bien supo capitalizarlo y dosificarlo en varios pasajes. Entonces el asunto era el sonido. Al momento de hacer “Shoot Speed / Kill Light”, la canción perdió su brillo krautrockero. Lo mismo aconteció en “Kill All Hippies”, donde el concubinato entre rock y electrónica cortó su relación. Aunque lo irremontable tomó un giro en “Trippin’ on Your Love”, en el que los 1300 asistentes se prendieron al rito saltando, pogueando y bailando. Hacia la mitad del recital, “Higher Than the Sun”, joya psicodélica de Screamadelica, padeció la ausencia del bajo. Un trip a medias, por más que el aura canábica había copado a la sala. Incluso se escuchó decir que debían haber sumado a un bajista local. Pero en “(I’m Gonna) Cry Myself Blind”, oda al folk con bríos gospel, Andrew Innes evidenció que había equipo al cargarse el tema con su guitarra.
Después de presentar “100% or Nothing”, incluido en su último trabajo de estudio, Chaomosis (2016), el cantante de 55 años volteó la página dos décadas atrás en “Swastika Eyes”. Ya era hora de que apareciera su himno “Loaded”: espectáculo aparte que mechaba la voz de Peter Fonda en Easy Rider declamando “We wanna be free”, al público imitando la trompeta sampleada del tema y a Gillespie ahora revolucionando a su gente. “Están jodidamente locos”, espetó seguidamente el frontman, para darle paso a sendos clásicos, “Country Girl” y “Rocks”,y con ello a un sonido más digno. Una vez que los músicos se despidieron por primera vez del escenario, en el ínterin el público aprovechó para recordarle al presidente de los argentinos lo mismo que le dicen en las canchas de fútbol últimamente. Ahí apareció el cuarteto para hacer “I’m Losing More than I’ll Ever Have”, subió la apuesta con “Come Together” (sin ese coro de negras nunca será lo mismo) y se despidió con una más de Screamadelica: la radiante “Movin On Up”. Corolario de un amor eterno y aguantador.